¡POR fin, se ha roto el silencio! Escuchar en la Catedral nueva de Vitoria a Monseñor Miguel Asurmendi, obispo de Vitoria, con motivo de la rehabilitación, ¿cómo mártires?, de 14 sacerdotes asesinados por las tropas franquistas, me produjo una mezcla de sensaciones y sentimientos encontrados.
Por un lado, resultaba reconfortante oír a unos representantes de la Iglesia reconocer los hechos y pedir perdón, y precisamente, por el "injustificable silencio de los medios oficiales de nuestra Iglesia", ante la muerte de sus sacerdotes y religiosos. Y decía más el obispo de Vitoria: "Tan largo silencio no ha sido sólo una omisión indebida, sino también una falta a la verdad, contra la justicia y la caridad".
El otro sabor amargo, en forma de frustración y decepción, venía producido y motivado porque era sólo la iglesia vasca la que, ¡por fin! hablaba, reconocía los hechos y denunciaba. La jerarquía eclesiástica, definitivamente, no está por la labor. La Iglesia que proclamó y defendió la idea de Cruzada para legitimar la sublevación militar, fue beligerante durante la Guerra Civil y sigue siendo beligerante, como lo expresa y manifiesta su desconcertante respuesta a la Ley de Memoria Histórica, haciendo acto de presencia en la beatificación más numerosa de la historia de 498 mártires de la Guerra Civil. Asimismo, las palabras pronunciadas por Monseñor Rouco Varela, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, no admite ninguna clase de duda a este respecto, porque van en la dirección diametralmente opuesta a la de los obispos vascos: "para una auténtica y sana purificación de la memoria, lo mejor es el olvido".
Resulta indignante y repugnante constatar y comprobar cómo la Jerarquía de la Iglesia predica el olvido, en forma de silencio, sólo en lo que respecta a su actitud, comportamiento y responsabilidad, nada edificante por cierto y sí de mucha complicidad, y no tiene escrúpulos al acometer su particular Memoria Histórica como la realizada hace año y medio en Roma, donde únicamente son dignos de admiración y recuerdo aquellos católicos asesinados por el bando republicano. Y de las decenas y decenas de miles de católicos, sacerdotes y religiosos asesinados también en la Guerra Civil, ¿quién se acuerda de ellos y quién tendrá que pedir perdón?
Yo no sé qué es más grave, viéndolo en perspectiva histórica, si la actitud de cobardía y pasividad de la Iglesia al no denunciar ni hacer frente a aquella terrible realidad o el silencio de casi 73 años para seguir ocultando la verdad.
La gravedad y trascendencia de los hechos probados, existe documentación al respecto, son de tal dimensión eclesial, social y política, precisamente, porque la Iglesia no puede alegar nunca desconocimiento de los hechos, sabía de estas ejecuciones en particular y nos sigue asombrando la pasividad de la Iglesia ante el fusilamiento de los curas vascos.
Y pienso también que para un creyente, si es militante comprometido todavía más, puede doler más el manto de silencio, en forma de impunidad, con que pretende la Iglesia ocultarnos la verdad todavía. Desgraciadamente, sigue embarrada en ese triste como lamentable empeño. Por eso, cómo contrasta dicha actitud con el gesto sin precedentes de los obispos vascos: "para purificar la memoria y prestar un servicio a la verdad, que es uno de los pilares básicos para construir la justicia, la paz y la reconciliación".
De eso se trata, de purificar y depurar la memoria, porque nos es necesaria como el pan nuestro de cada día. Y frente al olvido que nos aconseja Monseñor Rouco, quiero decirle que su nombre figura entre aquellos a quienes les perturba esta Memoria, simplemente porque les resulta incómoda. Porque quienes se niegan a recordar o creen que ello equivale a reabrir heridas, deberían entender que el pasado esconde ya pocas incógnitas. Otra cosa es que a algunos les interese ignorarla.
Nos es necesario recuperar la Memoria, como decía un viejo intelectual republicano y gallego, "porque lo que se hace sin memoria, constituye un mundo falso, se recupera la memoria para que todo quede en su sitio".
Necesariamente tenemos que pensar, esperemos no sentirnos defraudados una vez más, que las palabras de "perdón, rehabilitación y reconciliación" pronunciadas por los obispos vascos, el sábado, día 11 de junio, en la Catedral nueva de Vitoria, sean como un revulsivo y suenen como un aldabonazo en la conciencia de una buena parte de la Iglesia y de la sociedad en general.
Por eso, no estaría mal, que toda la Iglesia, que fue el sustento ideológico del franquismo, siguiendo el ejemplo de los obispos vascos, pidiera perdón por su colaboración con una dictadura que causó cientos de miles de represaliados y asesinados, muchos de cuyos restos permanecen todavía olvidados en cunetas, tapias de cementerios, fosas comunes y lugares extraños.
Porque resulta incalculable el dolor, la amargura, el abandono, el sufrimiento, la persecución y represalias constantes que tuvieron que soportar, a lo largo de tanto años, tanto las viudas como los hijos pequeños, víctimas de aquel nacionalcatolicismo que les impulsó a crear aquel clima de miedo y terror contra personas honradas, nobles y justas. Y por eso, se nos remueve el alma al recordar que fueron también católicos y representantes de la iglesia quienes lo permitieron y, también, hasta colaboraron de forma más o menos directa como todo en la vida tiene que guardar proporción: "a incalculable dolor y sufrimiento, corresponde por parte de la Iglesia un perdón inconmensurable y casi infinito".
Seguiremos esperando de la jerarquía eclesiástica ese gesto "magnánimo, justiciero y reconciliador" Y como el camino se hace andando, bien podría proseguir en Navarra esa noble tarea nuestro arzobispo don Francisco y pedir perdón en nombre de la comunidad cristiana de Navarra, por la actitud y comportamiento que, en forma de colaboración, con las fuerzas franquistas, llevaron a cabo muchos curas de nuestros pueblos y que ya han pasado a la historia "por su infidelidad al Evangelio y por su traición al pueblo al que habían prometido amar y servir en cuerpo y alma".
Además, entre los 14 sacerdotes homenajeados por los obispos vascos, había uno que era de Lerga (Navarra), P. José Otano Miqueliz C.M.F, misionero claretiano y fusilado en Hernani el 23-10-1936. Estaba tocando el órgano cuando fueron a asesinarle.
Espero que a los responsables religiosos de la Iglesia en Navarra y a mí, por supuesto, nos sirvan de reflexión las palabras pronunciadas por Monseñor Miguel Asurmendi: la iglesia vasca no busca "reabrir heridas, sino ayudar a curarlas o aliviarlas para contribuir a la dignificación de quienes han sido olvidados o excluidos, y mitigar el dolor de sus familiares y allegados".
Me viene a la memoria unas palabras pronunciadas por un sacerdote en uno de aquellos funerales que se celebraron en Navarra a la hora de recuperar los cuerpos, asesinados por el bando franquista: "...como sacerdote, me duele en el alma escuchar de muchos de vosotros, que fueron también hombres de Iglesia, obispos, sacerdotes y cristianos seglares, responsables de aquella tremenda catástrofe. La Jerarquía de la Iglesia Católica Española no tuvo, entonces, en su conjunto, agallas para oponerse a la guerra; para más INRI, la titularon "Cruzada santa, católica, apostólica y romana" contra el comunismo y la defendieron".
Si es necesaria la recuperación de la memoria histórica es porque todavía hay mucho que perdonar, mucho que reconciliar y a muchos católicos y sacerdotes que rehabilitar en Navarra y en España.
Los obispos vascos, nos decían, ya han saldado la deuda contraída con aquellos 14 sacerdotes asesinados por el bando franquista, no así la jerarquía eclesiástica. Y hasta tanto no llegue ese momento, los católicos y los ciudadanos estaremos esperando ese gesto de perdón y reconciliación. Y sólo entonces, con el corazón contrito y compungido y la cabeza alta, podrá la Iglesia hablar de perdón, de justicia y de paz.
(Noticias de Navarra. 23 / 07 / 09)