Gidariak izan ziran;
Son los bertsos que Andoni Lekuona, hermano de uno de los primeros sacerdotes fusilados por las tropas franquistas, Martín Lekuona, entonó emocionado desde el atril de una abarrotada Catedral Nueva. Fue al final de una larga homilía de hora y media, y uno de los momentos más íntimos de la misma, cuyas últimas estrofas estuvieron coreadas por muchos de los asistentes a esta celebración, en recuerdo a aquellos catorce curas vascos que murieron entre los ños 1936 y 37 a manos de los fascistas de Franco.
Mucha expectación ante un gesto inusual, por el que las Diócesis de Bilbo, Donostia y Gasteiz querían resucitar la memoria de esos párrocos que dieron la vida por sus ideas y la historia oficial y la propia Iglesia a la que pertenecían las había mantenido enterradas durante 73 largos años de silencio. Una hora antes del mediodía accedía al lugar de culto elegido para este desagravio el obispo de Bilbo, Ricardo Blázquez. Las primeras filas de la catedral ya estaban para entonces ocupadas y el coro parroquial de Aretxabaleta ensayaba los cánticos.
«Un acto de justicia reparadora y conciliadora», eran las primeras palabras del obispo Miguel Asurmendi, ante «unos hechos envueltos por el silencio durante mucho tiempo, pero nunca abandonados en el olvido», proseguía.
Concentración de Ahaztuak
En el interior de la catedral muchos familiares y allegados de los desagraviados, venidos de Gipuzkoa y Bizkaia, siguieron con emoción las palabras de reconciliación. Entre esos fieles, miembros también de la asociación Ahaztuak 1936-37, algunos de cuyos integrantes desplegaron en el exterior, durante el tiempo que se alargó la homilía, una pancarta que rezaba «El mejor homenaje=justicia».
egin zuten hamaika lan.
Gure senide bihotzekoak
gerrak zituen eraman;
bizia ziguten eman.
Gogoan dezagun izan
Hildakoak oroitzean
sentipenak bihotzean.
Behin betirako bildu gaitezen
azken arnasa galtzean,
bizitzaren arratsean,
Goiko Aitaren Etxean.
Son los bertsos que Andoni Lekuona, hermano de uno de los primeros sacerdotes fusilados por las tropas franquistas, Martín Lekuona, entonó emocionado desde el atril de una abarrotada Catedral Nueva. Fue al final de una larga homilía de hora y media, y uno de los momentos más íntimos de la misma, cuyas últimas estrofas estuvieron coreadas por muchos de los asistentes a esta celebración, en recuerdo a aquellos catorce curas vascos que murieron entre los ños 1936 y 37 a manos de los fascistas de Franco.
Mucha expectación ante un gesto inusual, por el que las Diócesis de Bilbo, Donostia y Gasteiz querían resucitar la memoria de esos párrocos que dieron la vida por sus ideas y la historia oficial y la propia Iglesia a la que pertenecían las había mantenido enterradas durante 73 largos años de silencio. Una hora antes del mediodía accedía al lugar de culto elegido para este desagravio el obispo de Bilbo, Ricardo Blázquez. Las primeras filas de la catedral ya estaban para entonces ocupadas y el coro parroquial de Aretxabaleta ensayaba los cánticos.
Minutos antes de las 12.00, llegaban el resto de obispos, el anfitrión Miguel Asurmendi, obispo de Gasteiz, que presidiría la misa funeral, Juan María Uriarte, titular de Donostia, Mario Izeta, obispo Auxiliar de Bilbao, e igualmente llegaba con ellos José María Setien, obispo emérito de Donostia. Quienes se detenían a hacer unas breves declaraciones ante la prensa eran la portavoz del Gobierno de la Lakua, Idoia Mendia, y el presidente del PNV, Iñigo Urkullu, dejándose ver también uno de sus predecesores, Xabier Arzalluz, y rumoreándose la presencia anunciada de Marcelino Mayor Oreja.
Con puntualidad, a las 12.00, comenzaba la eucarestía -«un sacramento de reconciliación», se anunciaba-, concelebrada por más de doscientos sacerdotes en una catedral repleta.
«Un acto de justicia reparadora y conciliadora», eran las primeras palabras del obispo Miguel Asurmendi, ante «unos hechos envueltos por el silencio durante mucho tiempo, pero nunca abandonados en el olvido», proseguía.
Más adelante, insistía en que el recuerdo de los catorce sacerdotes «ejecutados» no había caído en el olvido «ni por parte de sus familiares, ni de los feligreses de sus parroquias, ni de los presbiterios diocesanos y órdenes religiosas a los que pertenecían». Es por ello que, añadió a renglón seguido, «no es justificable, ni aceptable por más tiempo, el silencio que en los medios oficiales de nuestra Iglesia ha envuelto la muerte de estos sacerdotes».
El propio Asurmendi, en representación de la jerarquía eclesial de estas tres diócesis vascas, iba más allá en su autocrítica y manifestaba que «tan largo silencio no ha sido una omisión indebida, sino una falta a la verdad». Después, pidió perdón «para quienes les quitaron injustamente la vida» a los catorce curas que ayer fueron rescatados del olvido por la Iglesia.
Concentración de Ahaztuak
En el interior de la catedral muchos familiares y allegados de los desagraviados, venidos de Gipuzkoa y Bizkaia, siguieron con emoción las palabras de reconciliación. Entre esos fieles, miembros también de la asociación Ahaztuak 1936-37, algunos de cuyos integrantes desplegaron en el exterior, durante el tiempo que se alargó la homilía, una pancarta que rezaba «El mejor homenaje=justicia».
Uno de sus miembros, Martxelo Álvarez, enmarcó esta encartelada en la necesidad de dar respuesta a «las distintas sensibilidades religiosas» dentro del propio colectivo, al tiempo que consideró «positiva» la iniciativa de los obispos, aunque matizando que el lugar elegido, la Catedral Nueva -la misma que acogió los funerales por los asesinados el 3 de marzo de 1976-, no era el altar más idóneo, pues fue inaugurada por el propio Franco y la simbología franquista aún preside su púlpito.
Deuda de 73 años
«Hoy saldamos una deuda que teníamos contraída», dijo el obispo oficiante de la homilía, Miguel Asurmendi. «Con humildad», prosiguió el titular de la diócesis de Gasteiz, pidió perdón, en nombre de la Iglesia vasca.
(Gara. 12 / 07 / 09)