lunes, marzo 09, 2009

EL DOLOROSO SONIDO DEL SILENCIO

"Entraron en casa y confirmaron la noticia. Habían matado a mi abuelo. En ese momento, a su hijo, a mi padre, la jarra se le cayó de las manos y rodó por las escaleras. Quedó impactado y marcado para siempre. El ruido de aquellos segundos nunca se le borró de la cabeza. A partir de aquel día, cada sonido parecido lo sobrecogía, se ponía nervioso", confiesa Olga Alcega, presidenta de la Asociación de Familiares y Amigos de Asesinados y Enterrados en Magallón y nieta de una de esas víctimas. De pie junto a la fosa en la que, desde hace tres semanas, Aranzadi exhuma restos de personas fusiladas durante los primeros meses de la Guerra Civil, Olga recuerda el pasado más negro de este pueblo zaragozano con la esperanza de que, al menos 73 años después, todos aquellos cuerpos sepultados con desprecio sean recuperados por sus familias.

Ella relata una parte de esa historia. La suya. La que mejor conoce. Pero hay muchas más. Tantas como muertos. Las otras partes, las otras voces de la misma tragedia, las ofrecen día a día el resto de afectados. Los otros familiares que, cualquier mañana o cualquier tarde, se dejan caer por el cementerio municipal -en el que se encuentran las zanjas- para ver cómo avanzan los trabajos, para ver si está más cerca el final que buscan desde hace ya demasiado tiempo. Todos ellos aportan sus palabras y su dolor personal a un testimonio que, no obstante, habla siempre en clave colectiva. Porque, más allá de los recuerdos propios, la memoria histórica es colectiva.

Pablo Fornies, Ángel Mesa, Luisa Fernanda Pascual, Manuel Carrasco y Natividad García son algunos de esos testimonios. Algunos de esos familiares. Pero son sólo algunos. Son los que, en uno de esos días cualquiera, han coincidido en el camposanto. "Nos hemos enterado por la radio de que habían comenzado las labores y hemos venido para ver cómo marchaba la cosa", explica Luis Fernanda Pascual, nieta de otro de los fallecidos, Avelino Arriazu, al que el hecho de ser concejal de UGT le bastó para ser condenado al fusilamiento.

Directos al paredón
"No te hace falta chaqueta"

A él, como a tantos otros, le fueron a buscar a casa y se lo llevaron. "No te preocupes, allá donde vas no te hace falta chaqueta", solían responder los verdugos, según cuentan quienes presenciaron aquellas escenas o han escuchado a los que lo hicieron, cuando el requerido pedía permiso para coger algo de ropa antes de abandonar su domicilio o la estancia en la que se encontrase.

Es lo que probablemente ocurrió con Avelino Arriazu y es lo que sucedió, seguro, con Antonio Alcega, el abuelo de Olga, quien, además de ser cartero y regentar un café, contaba con una pequeña explotación ganadera. "Aquel día vestía el pantalón de trabajo y llevaba una camisa blanca remangada. Fueron a por él y se lo llevaron al ayuntamiento. Las vacas volvieron solas", asegura su nieta, que conoció algunos detalles de la desaparición de su abuelo gracias a una señora que la había presenciado. En casa, reconoce, el silencio fue palpable hasta mucho después. "Hasta que tuve 15 ó 16 años, mi padre no me contó nada", reconoce.

Porque el silencio fue, y es, general en toda la comarca. "Durante la dictadura no cabía otra. Ver, oír y callar. No se conformaban con lo que habían hecho, sino que incluso obligaron a muchos otros a tener que huir. Y ahora tampoco se habla. O se olvida, o no se toca el tema. Todo esto da mucha rabia, siendo, además, entre gente del mismo pueblo", lamentan Natividad García y su tío, Manuel Carrasco, ambos familiares de otro de los muertos, mientras observan algunos de los restos ya desenterrados por parte de los técnicos. "Nos parece estupendo que se recuperen los cuerpos. Por lo menos, que se sepa dónde están", opinan en relación a la exhumación.

"Es, simplemente, un reconocimiento de lo que pasó y de lo que hicieron algunos", añade a ese respecto Luisa Fernanda Pascual, en una valoración que comparten todos los presentes. "Todo esto es muy positivo. Para nosotros representa una enorme satisfacción porque, aunque sea mínima, supone saldar una deuda, la de coger el cuerpo y llevarlo con los familiares para rendirle el último tributo. Habrá quien lo vea así y quien lo vea de otra manera, pero yo tengo claro que es bueno que se haga", afirma, por su parte, Pablo Fornies, hijo de otro de los fusilados de Magallón.
rencillas familiares

Huida a otros pueblos

Porque, aunque "aquello ya pasó y ya no se puede hacer nada para cambiarlo", aún se puede, en opinión de este aragonés de Vera de Moncayo, hacer algo. "Todavía podemos cumplir con la obligación que teníamos con nuestros antepasados y recuperar los restos", asegura después de haber compartido unos momentos con el equipo de arqueólogos y justo antes de abandonar el camposanto rumbo a Zaragoza, donde reside desde hace muchos años. "Siempre queda un rescoldo que es difícil de apagar. Por eso tampoco nos quedamos demasiado en el pueblo. Poco después de que mataran a mi padre falleció mi madre y decidimos marcharnos a la capital", recuerda Pablo, que explica, además, que las circunstancias de aquel asesinato fueron muy duras para un tío de su madre. "Ella le pidió que fuera a Magallón para comprobar si se lo habían llevado y, al verlo, los verdugos le obligaron a enterrarlo bajo amenaza de muerte. Lo pasó muy mal", explica poco antes de abandonar el recinto.

Tras él, aunque a diferentes horas, el resto de familiares van dejando el lugar rumbo a sus casas. Han compartido sus historias. Han comprobado que no están solos. Y han visto un poco más cerca su deseo de recuperar lo que, de eso no tienen dudas, les pertenece. De recuperar a los suyos. "Es lógico que cada uno quiera tener a su gente donde considere oportuno", opina Ángel Mesa, otro de los afectados. En su caso, el abuelo de su mujer es otra de las personas que fueron asesinadas bajo la justificación de ser un rojo . En muchos casos, además, sin ningún tipo de comprobación. Por envidias, por hacerse con un puesto de trabajo o por viejas rencillas.

Ahora, 73 años después, aquella historia, la más negra que recuerda Magallón, quiere cerrar sus heridas. Sólo eso. Nada más. "En todas estas reivindicaciones no hay ni venganza, ni rencor, ni nada parecido. Pero tampoco hay olvido. En una guerra pierde toda la sociedad, pero no es lo mismo estar en el bando vencedor que en el vencido. Lo de las exhumaciones es una cuestión de Derechos Humanos. Y todos los partidos políticos deberían apoyarlo", sentencia Olga Alcega, todavía de pie junto a la fosa desenterrada. Ya no es de día. Es casi de noche. Pero su discurso no ha variado. Simplemente, piensa, la recuperación de los restos está un poco más cerca. Y eso, sabe, no es poco. Es un paso más hacia el reconocimiento de los hechos. Hacia el derecho negado durante décadas. Hacia tener más cerca a su abuelo. Hacia la memoria histórica.

(Noticias de Gipuzkoa. 9 / 03 / 09)