El denominado «pueblo de las viudas» guarda en su interior infinidad de historias de personas asesinadas fríamente en 1936. Historias, además, de familiares discriminados y señalados con el dedo durante muchos años. Los verdugos no les dejaron levantar la cabeza a lo largo de cuarenta años, y jamás les pidieron perdón. Aunque lo hayan tratado de silenciar durante décadas, en este municipio de algo más de 1.300 habitantes (cerca de 1.000 en aquella época), fueron ejecutados 86 vecinos tras el Alzamiento fascista de 1936. La población masculina de mediana edad fue prácticamente aniquilada, desde adolescentes de 16 años hasta veteranos de 54. Su pecado: ser «rojos».
Ante esta realidad, en el año 2001, a raíz de la celebración del "Nafarroa Oinez" de Sartaguda y Lodosa, surgió la idea de hacer un parque en homenaje y recuerdo a las más de 3.200 personas que fueron asesinadas en el herrialde a manos de las tropas franquistas. «El escultor Joxe Ulibarrena fue quien tuvo la inspiración de hacer una escultura en memoria de las víctimas. Fue el encargado de encender la llama de un sentimiento que estaba muy presente en los habitantes del pueblo», señala a GARA Julio Sesma, miembro de la Asociación "Pueblo de las Viudas" e hijo de uno de los fusilados, mientras pasea por el parque ya terminado. Apunta que entonces se dieron dos condiciones indispensables para que finalmente este proyecto acabase saliendo adelante. «Por un lado, hubo quien propuso la idea, en este caso Ulibarrena, y por otro, un grupo de personas ilusionadas para llevarlo a buen puerto, como la Asociación "Pueblo de las Viudas" y la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra». Pero nada habría sido posible sin la implicación general. El empujón decisivo lo dieron las donaciones económicas de infinidad de particulares, asociaciones, colectivos y ayuntamientos. El Parlamento de Nafarroa por su parte, con la abstención de UPN, aprobó conceder sendas ayudas de 120.000 y 150.000 euros para su construcción.
La inauguración oficial del parque, que ya está construido casi en su totalidad, se llevará a cabo el próximo sábado 10 de Mayo. Se prevé que reunirá a miles de personas llegadas desde diversos lugares de Euskal Herria y otros puntos del Estado; de hecho, hay 2.700 inscritos para la comida. Así, para ese día están previstos diversos actos festivos, lúdicos y culturales. A las 12:30 se procederá al acto de inauguración. Y para animar la sobremesa, a las 17:30 se celebrará un concurso de cantautores. Pero sobre todo se espera un día muy cargado de emociones.
Todos los nombres de los ejecutados
Toda persona que accede a Sartaguda desde la carretera procedente de Lodosa no puede evitar echar una mirada, aunque sea de reojo, al "Parque de la Memoria". Ubicado en una campa a la entrada del municipio, este lugar abierto al aire libre está compuesto por dos esculturas de Joxe Ulibarrena y Nestor Basterretxea (la tercera obra, realizada por José Ramón Anda, será colocada en breve). Junto a ello, un gran panel en el que están escritos los nombres de todas las personas ejecutadas en el herrialde tras el golpe de Estado y otro en el que pueden leerse varios poemas redactados por José María Jimeno Jurio, Castillo Suárez, Pablo Antoñana, Jokin Muñoz, Bernardo Atxaga o la Asociación de Familiares de Fusilados de Nafarroa.
Será un día muy especial también para el alcalde de Sartaguda, José Ramón Martínez, expulsado del PSN tras no acatar las directrices de su partido y tomar la vara de mando del municipio con el apoyo de EAE-ANV. Subraya a GARA el significado y la importancia de haber creado un lugar para la memoria y el recuerdo de lo ocurrido hace ahora 71 años. «Lo verdaderamente importante es que la gente no olvide lo que ocurrió aquí y en otros muchos pueblos de Navarra, que no olviden las atrocidades que se cometieron, para tenerlo siempre presente y evitar que vuelva a suceder algo semejante».
Humillación, represión y burlas
Paseando por este lugar, resulta asombroso sentir la paz y la tranquilidad que allí se respira. Personas de todas las edades observan las esculturas y charlan sentadas en los bancos que se han colocado. «Aquellos dos señores son como yo, hijos de fusilados, y al abuelo de aquella otra chica también la mataron los franquistas», comenta Sesma. Y es que en Sartaguda todos saben perfectamente quién es cada cuál y qué carga de dolor lleva detrás.
En ese sentido, este vecino de la localidad que ahora cuenta con 71 años destaca que las viudas, además de perder a sus esposos, tuvieron que hacer frente solas a la pobreza y la miseria de la posguerra, que, como ocurre en todos los conflictos, resultó muchísimo más dura y penosa para los perdedores. «Lo que debieron sufrir estas mujeres fue terrible, ya que hasta el día de su muerte todas ellas vivieron con el miedo y la angustia en el cuerpo. Fue un horror que padecieron en silencio y se llevaron a la tumba, porque en la mayoría de los casos prefirieron llevar ese peso ellas solas y no contaron gran cosa a los hijos. Tenían miedo de que pudieran hacer algo y terminaran bajo tierra como los maridos», recuerda, emocionado, Julio Sesma.
De hecho, según viene recogido en el libro «Navarra, de la esperanza al terror, 1936», en pleno delirio represivo en agosto de aquel fatídico año, falangistas y miembros de la Guardia Civil, que tenía un cuartel en la localidad, comenzaron a detener a numerosas mujeres para cortarles el pelo y burlarse de ellas. Todas eran madres, hijas o esposas de los hombres que fueron detenidos y posteriormente fusilados. A algunas les dejaban un ridículo mechón de pelo colgando para ponerles un lazo, a otras les rasuraban una ceja... La mayoría fueron obligadas a desfilar de esa guisa por el pueblo gritando «¡Abajo las putas!» y «¡Viva la Guardia Civil!».
Julio Sesma recuerda que años después de la matanza algunos familiares vieron como otros vecinos vestían las ropas de los fusilados. «La hija de uno de los asesinados tuvo el valor de encararse con la persona que llevaba puesta la ropa del difunto: `¡Qué poco te ha costado ese traje!'. `El que lo llevaba ya no lo necesitará', le respondió el aludido sin un ápice de remordimiento».
Un pueblo de jornaleros
En el año 1936, Sartaguda todavía seguía inmersa en un sistema feudal casi propio de la Edad Media, y la práctica totalidad de los vecinos, tanto los de derechas como los de izquierdas, trabajaban para un amo. El dueño de muchas tierras, el Duque del Infantado, había delegado el poder en su administrador, Ramiro Torrijos, que ejercía de cacique local explotando a los habitantes de Sartaguda. Sin embargo, tras la proclamación de la Segunda República en abril de 1931 y las consiguientes elecciones se constituyó un ayuntamiento bajo la alcaldía de Hilario Ruiz, que se definió a sí mismo como republicano-socialista.
En noviembre de ese mismo año, el Pleno del Consistorio acordó mandar una instancia al Duque para pedir que diera tierras a las familias más necesitadas. Tras muchas disputas con el administrador, en las que la Guardia Civil reprimió con fuerza todas las manifestaciones y movilizaciones populares, finalmente se otorgaron 600 robadas de tierra a los vecinos, que según constata Sesma «se repartieron sin tener en cuenta la ideología política de cada uno».
«Tras la guerra, los franquistas no respetaron esas propiedades y se adueñaron de los terrenos. No tuvieron compasión con las pobres viudas, que quedaron en una situación económica y emocional lamentable». De todos modos, una vez acaba la contienda y pasados unos años, en 1945, la Diputación de Nafarroa compró las tierras y las repartió de una manera bastante equitativa. Una vez muerto Franco, en 1978, los allegados pudieron por fin recuperar y dar sepultura a los restos mortales de los fusilados.
Pese a todas las barbaridades acaecidas en esta localidad de la Ribera navarra, este vecino afirma que a lo largo de las últimas décadas el ambiente en el pueblo ha sido «bastante pacifista». «Lo cierto es que nunca ha habido un sentimiento de venganza o revancha por lo ocurrido, al contrario, ha existido un ambiente de concordia, procurando no hurgar en la herida. Ahora ya, tantos años después, cuando los culpables de aquello están en la tumba y muchas familias se han mezclado, el sentimiento que impera es el de mantener vivo el recuerdo de lo que pasó, para evitar que vuelva a ocurrir en el futuro», señala.
No obstante, a lo largo de estos 71 años la palabra «perdón» nunca ha resonado en las paredes de las calles de Sartaguda. «A mí nunca jamás nadie me ha pedido perdón. Los asesinos no tuvieron la valentía de reconocer sus actos y pedir disculpas por ello, prefirieron esconderse y llevarse consigo el secreto a la tumba», concluye Sesma.
(Gara. 03 / 05 / 08)