Con todo respeto y cariño, le escribo esta carta con la emoción con que viví el día 10 en Sartaguda. Tuve la suerte de asistir ese día a la inauguración del Parque de la Memoria en ese pueblo, en honor de todos los fusilados durante la guerra del 36 en Nafarroa, y especialmente en Sartaguda, el pueblo de las viudas. 3.420 en toda Nafarroa. Sólo en ese pueblo 86, de una población de 1.200 habitantes.
El Partido Socialista de Navarra, que se sumó a ese acto superando reticencias anteriores, titulaba su comunicado sobre el particular con estas palabras: «se cierran heridas», y «se salda la deuda del 36». Muy serias y profundas expresiones.
Unas 7.000 personas en el emotivo y delicado acto. Entre ellas estábamos seis sacerdotes de la diócesis. Naturalmente, no representábamos a nadie más que a nosotros mismos. Fuimos recibidos con verdadero cariño y agradecimiento, precisamente porque éramos sacerdotes. Se resaltó explícitamente en el acto, de memoria y recuerdo emocionados, sin ripio alguno de rencor o espíritu de venganza, que no todos los sacerdotes de Nafarroa apoyaron la guerra, y que más de uno se opuso a los fusilamientos. No fueron ciertamente demasiados. Alguno colaboraría en esos fusilamientos. A alguno, como el, a la sazón, párroco de Milagro, D. Vitorino Aranguren, le costó la vida, pues murió una noche de repente de un infarto causado por los disgustos de no poder impedir los fusilamientos en ese pueblo. Tenía 33 años.
Faltaban en el histórico acto del día 10 dos instituciones muy significativas de Nafarroa, el Gobierno y el Arzobispado de Iruñea, que no se sumaron al acto. Se leyó el acta del Parlamento de Nafarroa de 2003, ciertamente emblemático. Se señaló que el anterior arzobispo de Iruñea expresó su rechazo a la alusión que hace el documento a la actitud de la Iglesia de Nafarroa ante la guerra del 36, y su silencio ante los miles de fusilamientos. La alusión fue moderada y yo creo que se ajusta exactamente a la realidad de los hechos. Todo el mundo está de acuerdo en ello, y el tema es ya historia constatada. La carta pastoral del entonces obispo de Iruñea, «No más sangre», fue muy tardía, después de que casi todos los fusilamientos de habían realizado ya. No había en ella ninguna condena de la guerra.
En verdad, yo creo que la ausencia del Arzobispado en Sartaguda, en ese histórico e inolvidable día, fue un auténtico escándalo. Señor arzobispo, sinceramente le digo que los obispos españoles, y usted especialmente como arzobispo de Iruñea, tienen de una vez que pedir perdón por la guerra que costó un millón de muertos, y usted de todos los fusilados aquí en el bando franquista. Déjense ya de falacias y excusas. La cosa es tremendamente escandalosa y de muy serias consecuencias religiosas. La Iglesia española, y especialmente la navarra, tuvieron una parte muy activa en la preparación de la guerra y en su desarrollo. Eso es indudable. Posteriormente apoyó con decisión al régimen franquista que, según los historiadores fusiló después de ella a unos 200.000. Abandonen de una vez el calificativo de cruzada que ustedes dieron a la guerra y que en realidad fue una guerra civil muy cruel por ambos bandos. ¿Dónde están los beatos fusilados en la parte franquista, y que murieron por la justicia, la libertad y la igualdad, virtudes eminentemente cristianas, y soportaron la muerte sin resistencia alguna, en la mayor parte de los casos?
Poca autoridad moral tendrán ustedes para dictar normas al respecto si no responden a un clamor que yo creo es general. Poca autoridad tendrán si no hacen eso para influir en una pacificación que todos ansiamos aquí, y que es urgente. Zapatero, a quienes ustedes tan poco estiman, no es malo por la laicidad que pregona, sino porque no resuelve los grandes problemas que nos conciernen, y ustedes no ayudan nada para ello, más bien lo dificultan, absolutizando realidades contingentes, como la unidad de su patria que, por lo que a nosotros respecta, la consiguieron y la mantienen a pura violencia física y política, y de las cuales ustedes nada dicen. ¿Para qué están entonces? Perros mudos que no ladran, o no saben ladrar. O al menos no se atreven a ladrar.
Perdone mi atrevimiento al decirle estas cosas. Lo hago con la mejor intención, y con la certeza subjetiva de prestarle un servicio.
(Gara. 28 / 05 / 08)