Los impulsores de Euskal Memoria van reconstruyendo esta realidad «doliente» en un trabajo pueblo a pueblo, y con la convicción de que algún día, «no muy lejano», su labor estará sobre la mesa de una Comisión de la Verdad. Una síntesis de todo el inmenso material recopilado hasta ahora sobre esos 50 años -luego vendrán otros- tomará forma de libro en las próximas fechas, de cara a la Feria de Durango, aunque el objetivo de la iniciativa no es comercial, sino social y político: «Para que el fuego de Gernika se extinga definitivamente, Euskal Herria necesita la verdad».

De hecho, en principio este primer trabajo no estará en las librerías, sino que será entregado a los promotores de Euskal Memoria a cambio de la cuota anual de 65 euros. Con eso darán un nuevo impulso a la búsqueda de los 6.000 voluntarios que necesitan lograr para desarrollar su labor. Un trabajo que, según recalca el presidente de la fundación, Iñaki Egaña, no busca alimentar un victimismo, sino cubrir un hueco gigantesco en la memoria del país. Mientras otras violencias como la de ETA están plenamente documentadas, faltaba que ocurriera lo mismo con la represión.

En sus más de 1.000 páginas, ``No les bastó Gernika'' (``Gernikako seme-alabak'' en euskara) recoge historias, datos y análisis como esta pequeña muestra:

Los primeros torturados de ETA

«Dos jóvenes de Arrasate, Jon Ozaeta y Juan José Etxabe fueron los primeros activistas de ETA detenidos y torturados por la Guardia Civil. Ocurrió en Donostia, el 20 de setiembre de 1976, y fueron atrapados de una forma bastante candorosa: les sorprendieron cuando iban a hacer pintadas en el barrio del Antiguo, aprovechando que Franco estaba en Donostia y que, a la mañana siguiente, se celebraban las regatas -relata ``No les bastó Gernika''-. Hasta aquí todo normal: lo chocante es que les sorprendieran a punto de embadurnar con brocha las paredes de la Comandancia de la Guardia Civil».

De Jacinto Ochoa a «Gatza»

Entre 1938 y 1958, un total de 12.500 vascos habían pasado por prisión en el Estado español. Quien más tiempo estuvo entre rejas fue Jacinto Ochoa Marticorena, navarro de Uxue. Salió del presidio de Burgos en 1963, indultado por Franco tras la muerte del Papa Juan XXIII: para entonces llevaba 26 años encerrado. Pero esta marca ha sido superada con creces en el siglo XXI por otro vasco: Joxe Mari Sagardui, Gatza, de Zornotza, ha cumplido ya 30 años preso. En todo este periodo, sólo durante dos semanas no ha habido vascos presos por motivos políticos: en diciembre de 1977. El último excarcelado por la amnistía fue Fran Aldanondo, pero sólo dos semanas después entraba en prisión Xan Marguirault, acusado de pertenecer a Iparretarrak.

El parte médico de Unai Romano

La imagen de Unai Romano Igartua al entrar en prisión en agosto de 2001 se ha convertido en un símbolo de la tortura. No sólo la imagen lo dice todo, también el parte médico: «Traumatismo craneoencefálico en parietales y occipital superior. Hematomas subgaleales pericraneales. Contractura cervical con movilidad limitada en un 50% y cervicalgia. Hematomas en ambas órbitas oculares con derrame sanguíneo subconjuntival en los ángulos externos. Edema generalizado lesiones en el rostro. Quemazón y escara necrótica en cuero cabelludo. Contusión evolucionada en la región frontal. Cambios cromáticos en cara y cuello». Sin embargo, en los tribunales españoles no hubo condena, tras pre- sentarse como versión oficial que el joven se dio un golpe.

La mirada de Crespo Galende

«¿Quién podrá resistir esa mirada?». Así tituló Alfonso Sastre su reflexión tras la muerte del militante del PCE (r) nacido en Abanto, y después de que se difundiera la imagen que le mostraba en plena agonía, con la mirada perdida en el vacío. Juan José Crespo Galende murió tras 97 días en huelga de hambre contra el trato que sufrían en prisión él y sus compañeros. En los últimos momentos, cuando todavía podía hablar, envió un saludo a la clase obrera vasca y pidió un cassete con canciones vascas. Tras comprobar que el líquido que bebía estaba manipulado y tenía vitaminas, decidió que «ya ni agua, hasta el final». «Pese a estar casi en coma, estaba custodiado por docenas de policías -narró su compañero de lucha Mikel Ruiz-. No sé si me reconoció, porque no veía ni oía, pero cuando le agarré la mano, sentí que la apretó». Sucorazón dejó de latir finalmente el 19 de junio de 1981 en el Hospital Penitenciario.

Morir antes que ser detenido

Mikel Arrastia Agirre, joven de Orereta, se escapó por la ventana de su casa en la noche del 29 de junio de 1988, al percatarse de que la Guardia Civil lo iba a detener. Se deslizó por el patio interior y llegó a casa de una vecina tras romper el cristal. De ahí, con una herida en la mano, pasó a refugiarse en la morada de unos amigos. Pero la Guardia Civil siguió el rastro de la sangre y lo halló. Cuando los uniformados golpearon la puerta, Mikel gritó «Gora Euskadi askatuta» y se lanzó por la ventana. Falleció media hora después de ingresar en el Hospital de Donostia.

¿Quién acabó con «Txirrita»?

24 de abril de 1976. Cuatro miembros de ETA p-m. son cercados por la Guardia Civil en Etxalar. Dos logran escapar y otros dos quedan heridos: Iñaki Hernández y José Bernardo Bidaola Txirrita. Pero sólo se hace público el arresto del primero. Durante casi un mes, Txirrita se convierte en el primer desaparecido del posfranquismo. El 28 de mayo, más de un mes después, este joven de Lizartza aparecería muerto en una zona ya peinada en semanas anteriores. ETA afirmaría que había muerto en el cuartel de Iruñea. La Guardia Civil, que se había suicidado, aunque el informe forense confirmó que sólo tenía un tiro en la pierna.

Carga masiva en la cárcel de Soria

La cárcel de Soria fue escenario de uno de los ataques más duros a los presos políticos vascos. La tensión allí era patente por la presencia habitual de una compañía policial dentro del presidio, respondida con hasta ocho huelgas de hambre de los vascos. El 13 de junio de 1980, la llamada Compañía Especial de la Reserva irrumpió en la cuarta galería para registrar las celdas. La respuesta a la provocación derivó en una carga masiva: 21 presos fueron atendidos por golpes, y varios de ellos hospitalizados por porrazos y pelotazos de goma, al grito de «Batallón Vasco-Español, la única solución» o «Esto es amnistía».

Tirar a bocajarro en Iruñea

A mediados de los años 90, los enfrentamientos entre jóvenes y policías se sucedían en Alde Zaharra de Iruñea. Apenas un año antes, allí mismo había muerto de un tiro en la espalda el militante de ETA Mikel Castillo. Este modo de hacer se generalizó después frente a los jóvenes manifestantes. En la noche del 14 de diciembre de 1991, Mikel Iribarren, de 18 años, quedaba al borde de la muerte por un bote de humo lanzado a bocajarro. El 22 de mayo de 1993, el joven de Atarrabia Txuma Olabarri caía en coma fulminado por un pelotazo, y sufría también secuelas cerebrales permanentes. En la misma época fueron hospitalizados por agresiones similares los jóvenes Mikel Ayensa, Juantxo Molina, César Pérez, o Josu Caminos, de 53 años. Y un jubilado de 77 murió al entrar un bote de humo en su casa, en la calle Mercaderes.

La Salve, doce años de masacres

En Donostia, las cargas se sucedieron año a año en plenas fiestas de agosto. El trayecto de las instituciones desde el Ayuntamiento a la iglesia de Santa María fue una batalla campal durante doce años, desde 1983 a 1994, primero con protagonismo de la Policía española y luego de la Ertzaintza. Se calcula que en todos estos años se registraron en torno a 350 heridos por los cuerpos policiales, tres de ellos de bala en 1989.

Lesionado de por vida a los 16 años

Ya en 1965, un vecino de Usurbil había resultado gravemente herido por cargas policiales en Donostia. Juan Martija Makazaga tenía entonces 16 años, y fue golpeado sin clemencia por los «grises», también junto a la iglesia de Santa María. «Hecho trizas, lo introdujeron en una churrería cercana, sin atenderlo médicamente». Dos años después se le diagnosticó una artritis reumatoide que le provocó cojera y semi-invalidez crónica. Casos como éste y más graves se cuentan por decenas en el trabajo realizado por Euskal Memoria sobre estos 50 años.

La sinceridad de Cassinello

Durante el juicio por el secuestro y muerte de Joxean Lasa y Joxi Zabala, en los pasillos era habitual la presencia del teniente general Andrés Cassinello, el hombre que dirigió los servicios secretos españoles en la «transición» y el Servicio de Información de la Guardia Civil poco después. En una entrevista concedida en 1984 se le preguntó si él era el jefe de los GAL, según se había publicado, y su respuesta fue: «Fíjate, si fuera verdad y tú lo hubieras descubierto, tu vida valdría sólo dos pesetas». En 1985, en un congreso, dijo que prefería «la guerra a la independencia de Euskadi», y citó los GAL como «una campaña imaginativa, conducida con éxito».

Porrazos contra un féretro

Joseba Asensio apareció muerto en su celda de Herrera de la Mancha en 1986. Su familia denunciaría después que una infección había reducido uno de sus pulmones «al tamaño de una nuez. ¿Eso no se ve?». Pero el dolor de familiares y amigos todavía se iba a ver acrecentado. Al llegar el féretro a Bilbo, a la altura de la calle Ercilla, la Policía cargó contra el furgón, hiriendo a unas 30 personas, incluidos los familiares que lleva- ban el cuerpo del preso. Los uniformados se llevaron el féretro al cementerio de Derio. Años después, se repetiría con la llegada de los restos de Lasa y Zabala al aeropuerto de Hondarribia y al camposanto de Tolosa.

«Itziarren semea» en el corredor

Se llamaba Andoni Arrizabalaga y era de Ondarroa, pero la canción lo rebautizó para la historia como «Itziarren semea». Sufrió torturas en 1969 en los cuartelillos de su pueblo, Zarautz y Donostia, durante largas semanas. Luego fue condenado a muerte en un Consejo de Guerra en Burgos en 1969. «Cuando me lo comunicó el abogado, fui yo quien tuvo que tranquilizarle a él», explicaba después. La pena capital quedó conmutada, pero del «corredor de la muerte» pasó al penal de Puerto de Santa María (Cádiz), donde estuvo hasta abril de 1977.

Muerto por el juicio de Burgos

La respuesta en Euskal Herria y el ámbito internacional contra el proceso de Burgos es muy conocida, pero no tanto que las protestas dejaron una víctima mortal. Gipuzkoa fue el territorio más convulsionado por el juicio militar, y las movilizaciones concluyeron con cuatro heridos de bala por la Guardia Civil y la Policía Armada. Un joven de Eibar, Roberto Pérez Jauregi, moriría el 8 de diciembre por las heridas producidas cuatro días antes. Ocurrió en el monte, sin testigos. Los médicos hablaron de un disparo a bocajarro. La Policía sólo permitió a la familia llegar al cementerio para despedirlo.

400 detenidos sólo en Ondarroa

Además de historias, Euskal Memoria ha recopilado testimonios, estadísticas, análisis y datos, muchas veces recabados ya antes en los pueblos por iniciativa colectiva. Uno de los más significativos llega de Ondarroa, donde se han certificado hasta 400 detenciones por motivos políticos durante estos 50 años, para una población que apenas supera los 8.000 habitantes. El historiador Iñaki Egaña traza una comparación con México, por tomar una referencia: mientras en aquel país la tasa de presos por motivos políticos sobre el total de población es de 0,4 por 100.000 habitantes, en Euskal Herria se eleva a 25. «O somos la reencarnación de Lucifer o el déficit democrático español es espectacular», concluye.

La cara solidaridad con los vascos

En 1972, en apoyo a refugiados vascos, un joven de ascendencia vietnamita consumó su amenaza y se inmoló en Biarritz. Otro tanto hizo un ciudadano francés en 1975 ante el Consulado español en Pau, en protesta por los juicios contra los vascos que derivaron en fusilamientos. En 1976, un viandante murió en Roma por disparos policiales en la protesta por la matanza de Gasteiz. Y en 1994, Fernando Morroni y Roberto Facal fallecieron en Montevideo, también por defender a los refugiados vascos.

(Gara. 25 / 10 / 2010)