Los obituarios que se están dedicando a Leopoldo Calvo Sotelo ponen el acento en algunos aspectos de su biografía, pero pasan de puntillas sobre otros que son también definitorios de su trayectoria política. Así, eluden recordar que fue procurador en las Cortes franquistas. Tampoco insisten en que, como ministro del Gobierno de Arias Navarro, fue corresponsable de actuaciones y decisiones graves, a veces luctuosas (aunque cabe suponer que, sentándose en aquel Consejo de Ministros personajes como Fraga, Suárez y Martín Villa, estaría más de oyente que otra cosa).
Se resalta que el intento golpista del 23-F se produjo en el momento en el que iba a votarse su candidatura a la Presidencia del Gobierno, una vez dimitido Suárez.
Se resalta que el intento golpista del 23-F se produjo en el momento en el que iba a votarse su candidatura a la Presidencia del Gobierno, una vez dimitido Suárez.
Lo que no se menciona es que, meses después, promovió -de acuerdo con el PSOE, conviene recordarlo- la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), que fue claramente un intento de atender parte de las exigencias militares que estaban detrás de los afanes golpistas. La LOAPA limitaba considerablemente aspectos de los Estatutos de Autonomía que el sector más reaccionario del Ejército consideraba poco menos que separatistas. En 1983, ya con Felipe González en la Moncloa, el Tribunal Constitucional negó el carácter orgánico y armonizador de la LOAPA y declaró anticonstitucionales 14 de sus 38 artículos. Sabiendo lo dócil que era por aquel entonces el TC con el Gobierno del PSOE y el interés que éste tenía en no ver desautorizada una ley que consideraba propia, no es difícil hacerse idea de hasta qué punto era un engendro.
Su parte más estrafalaria, desde el punto de vista jurídico, es que trataba de enmendar partes fundamentales de una ley de rango superior con otra de rango inferior. Pero peor era su significación política: cedía ante quienes veían en los estatutos vasco y catalán un intento de "desmembración de España".
Calvo Sotelo fue también responsable del ingreso del Estado español en la OTAN, decisión que tomó sin consulta alguna, a sabiendas de la impopularidad de la medida. Sus defensores argumentan que lo hizo para favorecer que las Fuerzas Armadas españolas se fundieran con las de los estados occidentales, lo que las alejaría de cualquier veleidad golpista. Es una interpretación benévola imposible de refutar: las intenciones de cada cual son exclusivamente suyas. En todo caso, de lo que no hay duda es de que el finado Calvo Sotelo era muy atlantista. O sea, que nos metió en un sitio que le gustaba. Aparte de eso, dudo que para entonces hubiera en España muchos altos responsables castrenses que no fueran ya conscientes, al margen de sus propias querencias ideológicas, de que cualquier intento de regreso a la dictadura estaba condenado de antemano al fracaso.
No tuve nunca ocasión de hablar con él. Mejor dicho: nunca estuve con él, porque lo de hablar es otra cosa. Me contó Xabier Arzalluz que se entrevistó con él en alguna ocasión durante el breve tiempo en el que ejerció de presidente de Gobierno, y que se desesperó ante su perfecto hermetismo hierático. No soltaba prenda. El entonces presidente del PNV dudaba de las razones de la incomunicabilidad del personaje: ¿era que no quería decir nada, que no tenía nada que decir, que no sabía qué decir, o qué?
De todos modos, hay un par de aspectos de la personalidad de Leopoldo Calvo Sotelo que tampoco se están resaltando y que, bien mirados, a mí me parecen positivos. El primero es su carencia de eso que por aquí se suele llamar carisma . Era cualquier cosa menos seductor. Estaba tan distante como cualquier otro dirigente político, pero él no lo disimulaba. Eso, en un mundo político en el que tienen tanto predicamento los vendedores de imagen, resultaba de agradecer.
Lo otro que merece la pena valorar de él es que, cuando se retiró, se retiró.
(Noticias de Alava. 06 / 05 / 08)