Soy nieto y sobrino de fusilados, o de asesinados por el fascismo. No es un título del que me sienta orgulloso. No lo conseguí por méritos propios sino por voluntad ajena. Pero me identifica con millares de personas que a lo largo y ancho de nuestra geografía ostentan esa misma condición y me hace partícipe de un gran foro de encuentro donde prevalecen valores eternos como la solidaridad y la dignidad humana. Mi padre estuvo por encima en ese escalafón indeseado. Él era hijo y hermano de fusilados. Toda una vida arrastrando el dolor de aquellas ausencias forzadas, enfrentándose a un pedregoso camino que no era el suyo. A su generación de perdedores no sólo le arrebataron los seres queridos sino que además le robaron un futuro que nunca pudo recuperar. Donde debió haber estudio hubo emigración. Donde pudo haber igualdad de oportunidades hubo humillación y discriminación. Condenaron a la miseria a familias que conseguían su sustento dignamente en los lugares donde habían nacido. A quien apenas lograba sobrevivir lo arrojaron al hambre y a la desesperación. Allí donde no brilló la justicia triunfó la impunidad. Todas aquellas gentes, huérfanas, viudas, de padres y madres sin hijos, sufrieron durante largos años la dictadura de los culpables. Y no ejecutaron venganzas ni represalias contra los asesinos, a quienes conocíamos bien. En nuestras cercanías siempre se escuchó aquello de "Nosotros no somos como ellos".
Estos días Europa se ha sorprendido con las fechorías del llamado monstruo de Amstetten , ese ciudadano austríaco aparentemente ejemplar. Ningún vecino detectó al parecer nada anormal en su modo de vida. Sin duda la maldad de los hechos que protagonizan algunas personas no se lleva escrita en la frente, ni en los andares, ni en el olor.
Recuerdo a todos los monstruos que yo conocí, en pueblos y ciudades de Navarra conviviendo con sus víctimas, gozando de los favores del poder, como si fueran personas respetables e inocentes. Sabiendo que eran los artífices de una represión atroz que había dejado desolados decenas de pueblos se comportaban con la mayor naturalidad. Según decían, algunos no podían soportar su mala conciencia y hasta llegaron a enloquecer pero la mayoría murió en su cama, de viejo y me temo que sin arrepentimiento. Sin embargo, ellos habían sembrado de sangre las cunetas, habían exhortado a sus feligreses desde los púlpitos para que tomaran la injusticia por su mano, habían denunciado, colaborado, ordenado, obedecido...
Sus propias familias desconocen lo que nosotros sabemos. Para muchos es mejor no saber, hay miedo incluso a preguntar en el seno familiar porque se puede temer lo peor. Y no preguntan y no saben... Es comprensible. No debe resultar fácil haber tenido un abuelo, un tío, un padre como el que ahora llamamosmonstruo de Amstetten.
Al fin y al cabo nuestros familiares están presentes en el muro de Sartaguda por ser víctimas inocentes y nosotros siempre les vamos a honrar y recordar como lo que fueron. Gentes que soñaron con un mundo mejor... Hombres y mujeres que no fueron ejecutados como culpables de nada, sino que fueron asesinados porque no pensaban como sus verdugos. Fuimos masacrados, desterrados, humillados. Hoy somos Sartaguda, dignidad y memoria.
(*) Periodista
(Noticias de Navarra. 10 / 05 / 08)