El auto del juez Garzón ha desatado una serie de movimientos a favor y en contra de lo que propone en los que vale la pena detenerse. Por supuesto, todo esto trae causa en la timidez de la Ley de Memoria Histórica. Que ha dejado en manos de los jueces y la sociedad civil lo que debería haberse resuelto desde el Gobierno central.
Los historiadores, Julián Casanova entre otros, han dejado muy claro que no se trata de alcanzar una justicia punitiva -de castigo a los culpables- sino reparadora. Desde luego que realice el derecho de los familiares a encontrar los cadáveres de sus padres y abuelos. Pero también que concrete el derecho a reconstruir la verdad de lo acontecido con sus nombres y apellidos.
Se sigue en un mar de confusiones al defender la bondad de mezclar la amnistía para los sucesos de la guerra civil de los dos bandos y lo acontecido bajo el franquismo. Cada cual, en esta vida, es responsable de sus actos y los crímenes del franquismo -después de la guerra- solamente fueron cometidos por quienes detentaban el poder. No hay simetría posible entre los unos y los otros, ni entre el tiempo de los tres años de la contienda bélica y los cuarenta del franquismo.
Y se prosigue en las aguas revueltas cuando se presentan acciones criminales distintas y de diferentes épocas en un mismo paquete objeto de la amnistía de 1977. No es cierto que el hoy se proyecte sobre el ayer, sino que hay un miedo, una falsedad tremenda -todavía hoy- para reconstruir la verdad de lo pasado. Con el que no se quieren encontrar la derecha en primer lugar, pero no pocos periodistas e intelectuales como Javier Pradera o Fernando Savater.
Javier Pradera ha contrapuesto la legalidad pura y simple de la Ley de Amnistía de 1977 frente a la justicia que identifica con el castigo a los crímenes de la dictadura. Pues no, ya que muchos no deseamos una justicia punitiva, sino una reparación a los familiares de los asesinados y, sobre todo, una reconstrucción fehaciente de lo acontecido.
Por su parte, Fernando Savater, con su proclividad a la grosería y el insulto, ha llamado "majadería" al esfuerzo de cuantos trabajamos porque esta sociedad no ignore, aunque sea a través de una acción judicial, las dimensiones de lo reprimido bajo la dictadura (que, finalmente, es lo que tanto molesta). Y propone la misma medicina que la derecha política: el olvido.
Ese olvido es el que ha permitido que la Reina Sofía crea que el franquismo era una "dictablanda", que Franco era un dictador pero no un tirano. Es el que ha potenciado que el Rey Juan Carlos no consienta que se hable mal de Franco en su presencia. O que Mayor Oreja destaque el carácter "amable" de tal iniquidad en forma de dictadura militar. Vamos, que la dictadura era una especie de parque temático y las policías políticas (la famosa BPS) se dedicaban en realidad a la beneficencia.
¿Qué ocurre? Pues que conforme se van rescatando los cuerpos de los asesinados y se saben las medidas de lo que fue todo aquello, tienen que enmudecer esas falsas versiones del franquismo y sentirse incómodos todos cuantos chuparon de aquel sangriento bote.
Savater nos reprocha a cuantos estamos en estas tareas memorísticas e históricas que nos dejamos llevar por la ideología y no por la experiencia. ¿Y qué tal si nos dejamos llevar un poco por la ética? Porque la buena ética universalista existe. La que en 1762 le decía al ilustrado Beccaria que los crímenes atroces han de ser imprescriptibles, porque los homicidios y los delitos de sangre arbitrarios dejan memoria perenne de su gravedad y la impunidad es la mayor de las injusticias.
Por la ética de Gustav Radbruch, catedrático alemán de mi asignatura que tuvo que huir de los nazis. Para sostener que al Derecho injusto -el de los nazis- no le cabía el beneficio de la irretroactividad de las leyes, sencillamente porque esa injusticia no era derecho. Filosofía que se aplicó en los juicios de Nüremberg. Que las dictaduras -decía Radbruch- podían engendrar incluso actos jurídicos válidos (matrimonios, contratos, transmisión de la propiedad, etcétera). Pero que a las leyes raciales y políticas del Tercer Reich no les alcanzaba el nombre del derecho. Así pues, no es difícil deducir lo que diría Radbruch de lo actuado en España bajo la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo ni de las andanzas del coronel Eymar, presidente del Tribunal de ese mismo y repugnante nombre.
A ver si dejamos la cobardía moral en casa o, mejor, en ninguna parte, y aprendemos de la sociedad alemana, que tardó lo suyo, pero al final se enfrentó exitosamente con la verdad de sus propios horrores.
Ya tardamos.
(Noticias de Navarra. 10 / 11 / 08)