Campo de concentración de Mauthausen, Austria. 1938. Hitler comienza a dar forma a uno de sus más terribles crematorios humanos. De momento es sólo un campo más, pero con el tiempo será todo un complejo que abarcará también a la vecina Gusen y que encerrará, principalmente, a "enemigos políticos incorregibles del Reich". Una ciudad de horror y muerte -el único campo con calificativo máximo de dureza- que verá pasar en siete años a cerca de 200.000 reclusos, sometidos a trabajos inhumanos, y fallecer a 120.000.
Según el decreto oficial, está reservado a los culpables de acusaciones "realmente graves" y a gente con "pocas posibilidades" de ser reeducada. A gente especialmente peligrosa. Pero el tiempo se encarga de demostrar que no, que el único argumento es, como en todos, el odio más absoluto. Fundamentalmente, hacia los judíos -un tercio del total-, pero también hacia muchos otros. Hacia cualquiera que sea considerado contrario al Führer . Hacia miles de españoles. Y, también, hacia cientos de vascos y decenas de guipuzcoanos.
Porque, de acuerdo con el archivo del que dispone el Ministerio de Cultura, 26 de los al menos 59 ciudadanos de este último territorio trasladados a campos hitlerianos tuvieron en Mauthausen su destino. Algunos estuvieron pocos meses. Otros, años. Algunos fallecieron. Otros fueron liberados. Pero todos coincidieron como víctimas de la mayor barbarie que ha vivido Europa. De los campos nazis. Y no sólo en Mauthausen. En Buchenwald, en Dachau, en Friburg-im-Breeisgau o en Neungamme. La deportación guipuzcoana a manos del ejército alemán quedó muy repartida. Quizás tuvo en Mauthausen su núcleo más relevante, pero no el único.
Inventario humano
Y así se refleja en el mencionado archivo, cuya información ha sido extraída del Libro. Memorial. Españoles deportados a campos nazis (1940-1945) , publicación elaborada por los historiadores Benito Bermejo y Sandra Checa y que ofrece una especie de inventario sobre las víctimas de aquella situación. Nombre, apellidos, lugar y fecha de nacimiento, prisión, número de matrícula, fecha y lugar de la primera deportación, traslados posteriores y explicación de qué ocurrió con cada persona: si murió, si se fugó o si fue liberada. No falta nada. O casi nada. Porque, aunque esté ya editada, la publicación se encuentra pendiente de una ampliación de la información y está abierta a cualquier añadido o modificación de detalles ausentes o erróneos en su primera edición.
Ésta, en cualquier caso, representa todo un tesoro documental en un ámbito hasta ahora relegado al mayor de los ostracismos. Poco analizado, poco consultado y menos resuelto. En definitiva, poco investigado. Y no porque no hubiera cosas que contar, sino porque la dictadura franquista hizo que así lo pareciera. Pero cosas hubo. Y muchas. Miles de historias forjadas en la Guerra Civil tuvieron su prolongación en la Segunda Guerra Mundial. Miles de las víctimas de Franco lo fueron después de Hitler. Miles de republicanos o rojos acabaron con sus huesos en Mauthausen, Dachau o Buchenwald. Miles de aquellas personas hacinadas sin escrúpulo alguno provenían de este lado de los Pirineos.
Según distintas fuentes, cerca de 9.000 vascos y españoles fueron deportados a campos de concentración nazis desde 1939 a 1945. En su mayor parte, exiliados que habían cruzado la muga hacia Francia y que habían contribuido a la defensa de ésta contra la invasión alemana (como ejemplo y símbolo de aquello figurará para siempre la entrada en París de los primeros vehículos blindados de la División Leclerc pilotados por republicanos). La derrota gala les llevó a caer prisioneros del III Reich y, con ello, a conocer el régimen inhumano impuesto por éste.
Pero hubo también otras víctimas. Hombres y mujeres que sufrieron la deportación igualmente desde Francia por su implicación en la resistencia contra los ocupantes. Todos ellos conformaron el grueso de la presencia vasca y española en los campos de concentración alemanes, a los que llegaron también combatientes exiliados y enrolados en el Ejército ruso.
El triángulo azul
En 1940 eran ya más de 7.000 los deportados. Marcados con un triángulo azul (el reservado para los apátridas), eran obligados a durísimos trabajos en las canteras o en otros lugares hasta caer agotados, enfermos o muertos. Eso, cuando no desaparecerían de la noche a la mañana, sin más explicación que la evidente sospecha de cuál habría sido su destino. Y entre ellos estaban los 59 guipuzcoanos identificados en el registro.
21 ciudadanos de Donostia; 18 de Irun; dos de Hernani, Villabona y Zarautz; y uno de Andoain, Beasain, Bergara, Deba, Elgeta, Errenteria, Hondarribia, Lezo, Oiartzun, Ordizia, Pasaia, Tolosa, Urretxu y Zumaia. Todos hombres menos dos: María Josefa Nicolás, de Oiartzun, y María Beguiristain, de Zarautz. La primera falleció en Sachsenhausen en 1944 tras estar presa en Burdeos y ser deportada a Dachau. La segunda fue liberada en abril de 1945 cuando se encontraba presa en Ravensbrück y tras haber pasado por la cárcel de Compiègne. El resto, todos hombres, cada uno con una suerte distinta.
Cuando las fuerzas americanas liberaron Mauthausen, el 5 de mayo de 1945, cerca de 2.000 de los 7.000 vascos y españoles que habían sido deportados a ese campo regresaron a Francia, donde hicieron lo posible por restablecer sus destinos. Muchos, sin embargo, ni siquiera aguantaron demasiado con vida, dadas las malas condiciones de salud en las que acabaron en el campo. A principios de aquel año, y ante el avance aliado hacia el interior de Alemania, los nazis habían evacuado sus campos más próximos al frente y traslado a buena parte de sus prisioneros a Mauthausen, y éste se había vuelto incluso más inhumano. Las enfermedades y las muertes se multiplicaron.
Su liberación, además, se hizo esperar. Fue la última. Antes del 5 de mayo, las tropas aliadas o soviéticas ya habían alcanzado los otros campos. El de Buchenwald, el 11 de abril. El de Dachau, el 29 de ese mismo mes. Todos fueron poco a poco siendo recuperados. Hasta llegar a Mauthausen. Eso sí, para entonces muchos de los deportados en ese y otro campo ya habían fallecido.
Fusilados, consumidos por alguna enfermedad, gaseados o víctimas de cualquier otra tortura, habían dejado de vivir. El resto siguió en el exilio, dada esa condición de apátrida con la que les rebautizó Franco, y trató de olvidar. Pero, a buen seguro, sin conseguirlo. Porque el olvido no es capaz de desterrar lo que uno ha sentido. Eso sí, lo intentaron. Y, entre ellos, los al menos 31 guipuzcoanos que, de acuerdo con el registro del Ministerio, fueron liberados.
Liberados de los campos, pero no de sus tragedias. Porque, aunque detrás de cada uno se esconde una historia diferente, su vida quedó marcada para siempre por el mismo drama. Por un pasado paralelo. El de la barbarie nazi. Aquella muestra ilimitada de horror y crueldad que no pasó ajena para nadie y, tampoco, para Gipuzkoa.
Información borrada
Antes de su retirada de Mauthausen, las SS alemanas (fuerzas especiales de combate) trataron de destruir pruebas y eliminaron buena parte de la documentación guardada, lo que hace que miles de sus víctimas no hayan podido ser identificadas. Y algo parecido pudo suceder en otros campos de concentración. Es el eterno intento de dificultar las cosas al enemigo victorioso. Siempre ocurre. Y allí también.
Sin embargo, otras víctimas sí han podido ser identificadas. Sí se han recuperado su nombre y apellidos. Sí están registradas. Sí son prueba fehaciente de la masacre. Y ellas son la evidencia de que Hitler se cebó con perfiles enemigos muy diferentes. Son la evidencia de que hubo también rojos en los campos. Y vascos. Y, al menos, 59 guipuzcoanos.
(Noticias de Gipuzkoa. 21 / 06 / 09)