Un poeta callejero se paró a leer uno de los afiches que amanecieron estampados a lo largo de la Avenida de Mayo. Las caras de los cómplices de la dictadura, las imágenes del poder subterráneo aparecieron descaradamente expuestas ante quienes avanzaron desde temprano hacia la Plaza de Mayo. Estela Carlotto apareció en la esquina de Avenida de Mayo y la 9 de Julio, punto de encuentro del movimiento de derechos humanos, las organizaciones sociales y partidos políticos. Mientras la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo era arrebatada por los abrazos, las Madres se atenazaban metros atrás para abrirse paso entre la ahogante presencia de esa masa indimensionable que apareció convertida otra vez en un pueblo. “Le pedimos a la Presidenta que desclasifique los archivos que todavía quedan por desclasificar”, pidió Estela en el escenario después de enumerar uno a uno, como lo hacían aquellos afiches, los nombres de quienes dieron aliento a la dictadura: Los grupos económicos, los grandes medios, los jueces nombrados por la dictadura que archivaron los miles de hábeas corpus de los familiares de los desaparecidos. “Hoy estamos acá a 35 años del golpe de Estado –dijo Estela–, con 169 genocidas condenados y 856 procesados en juicios que se llevan a cabo a lo largo y ancho del país, con las garantías de la ley que les negaron a nuestros compañeros.”
A las cinco y media de la tarde estaba prevista la partida de la marcha de los organismos de derechos humanos hacia el centro de la Plaza de Mayo, pero a esa hora todavía seguían pasando las columnas de la marcha previa, organizada por agrupaciones de izquierda. En esa esquina de encuentro, varios pibes montaban fungiendo de bastoneros de la salida de las Madres.
Mauro Salerno era uno de los más jóvenes, de la Mesa de Salud de La Cámpora, un grupo de estudiantes y egresados de Medicina, pertrechados con camisas de seguridad sanitaria. Mauro, de 18 años, emigrado de Bahía Blanca, pasó por la Plaza el 24 del año pasado, desembarcó en la facultad, se encontró con un lugar “bastante gorila” y buscando buscando se topó con un trabajo social en los barrios. “Para mí el peronismo era lo que había estudiado en la escuela –dice–, no era algo popular.” Adelante, entre apretones, remeras con la cara de Cristina, niños, cochecitos, rastas y mates, sus compañeros saludaban con las manos en V a los últimos integrantes del Partido Obrero. En un picadito de cantos, el coro se tensó entre el “Ohh yo soy argentino/ohhhhh/ooohhhh/ Soy soldado del pingüino” y los otros que recordaban el número de los últimos muertos.
La bandera de los 30 mil desaparecidos no llegaba. El cielo se tapó de banderas de las organizaciones cercanas y aliadas al kirchnerismo. La CTA, la Tupac Amaru, cuyos integrantes se preparaban para escoltar el paso de las Madres; la FNPL, las banderas de la VIA Campesina enfundadas en una caña; la Juventud Peronista, el Movimiento Evita. Hijos, Kolina, Carta Abierta, el Encuentro Nacional y Popular, Frente Transversal, Nuevo Encuentro, la Corriente Nacional y Popular, Socialistas, Comunistas, Peronismo Militante, Cabildo Abierto, la Unión de Estudiantes Secundarios y variedad de centros de estudiantes secundarios y universitarios. Las gigantografías de Rodolfo Walsh. Un grupo de la Juventud Armenia repartiendo volantes a quienes pasaban, explicando que ellos, que eran jóvenes, habían llegado al país porque sus abuelos fueron desterrados en otro genocidio. Entre las banderas, también estuvo la Juventud Sindical, los jóvenes de Facundo Moyano que el año pasado marcaron un corte simbólico con buena parte de la historia del movimiento sindical.
Olé/Olé/Olé, se oía ya. El “A donde vayan los iremos a buscar/ Olé Olé Olé/ Olaaá Olée Olée Olée Olaá”.
La Tupac Amaru se convirtió en el cordón de escolta de la bandera que avanzaba ya por la Avenida de Mayo. Alrededor, hacia adentro, otro grupo rodeaba todavía más cerca la columna de las Madres. Entre ellos, agarrados de los brazos, andaban Judhit Said, de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, pero también Adriana Taboada, de la Comisión Zona Norte de Campo de Mayo, y las caras de los que suelen sentarse todos los días en las salas de audiencia sosteniendo la escucha y el devenir de los juicios orales. Estela sostenía la bandera en una punta. Taty Almeida en la otra. Nora Cortiñas iba detrás con un nieto. Haydeé García Buela, Carmen Lapacó y detrás de los anteojos Aída Sarti contaba con su cabeza de archivista la presencia de las que este año no están: “¿Viste qué pocas vamos quedando?”, dijo compartiendo la evidencia.
Sara estaba parada detrás de Fátima Cabrera, la viuda de Patricio Rice, sobreviviente del Garage Azopardo, sorprendida también por tanta familia. “La gente empieza a perder el miedo”, decía. “Costó tanto la participación y es en la medida que se avance con la Justicia que crece la democracia.”
Un grupo de catequistas de Berazategui levantaban las banderas de los curas y de los obispos que pelearon contra “la Iglesia que estaba aferrada al Poder y no al Evangelio”. Un pibe se deshacía los brazos sosteniendo con fuerza un globo naranja gigante del Segundo Bicentenario desde donde armaron una bandera de Memoria, Verdad y Justicia pero “Económica”. Una piba se sacó fotos con un muñeco rojo con una K. Una enorme cara de Néstor Kirchner inflable marcaba un puente entre los días del funeral, la imagen enorme del Eternauta y las concelebraciones del último estadio de Huracán donde ese mismo Néstor se mantuvo erguido y bien inflado hasta el final.
Estela Carlotto se puso a hablar en el escenario. “Cuando decimos que fue un golpe cívico-militar lo decimos porque sin el apoyo y participación de algunos sectores de la sociedad civil no hubiese sido posible: el plan económico instaurado, los detenidos-desaparecidos, los asesinados, los exiliados, los bebés apropiados y los cientos de centros clandestinos de detención tortura y extermino en todo el país.” Habló de medios, de la Sociedad Rural. “Las entidades patronales como la Sociedad Rural, que históricamente han impulsado golpes de Estado para defender sus privilegios de clase, y aún hoy se siguen oponiendo a una redistribución justa de la riqueza.” Del Poder Judicial que rechazó hábeas corpus. Mencionó a Luis Francisco Miret y a Alfredo Bisordi. “Son los mismos jueces que criminalizan las pobreza y las protestas sociales de hoy y mandan reprimir la movilización popular.” La Justicia no depurada, los juicios a las empresas, el poder económico: lo que queda.
(Página 12. 25 / 03 / 2011)