He dejado de ir a misa en Bizkaia. El motivo final que me llevó a tomar esa decisión fue el contenido de la homilía del 15 de agosto de 2007 en Begoña. Blázquez afirmó: «Apoyamos a las víctimas de ayer y de hoy»
Me gustaría referirme en primer lugar al artículo que ha inspirado estas líneas. No es otro que el publicado en este periódico, el pasado 29 de junio, bajo la firma de Alberto Muñoz, de Otarte Iritzi Taldea. Quiero decirle al autor del artículo que he leído y releído su escrito varias veces y que me ha emocionado a cada lectura.
Aunque no soy historiador ni tampoco escritor, querría aportar algún dato propio sobre la actuación del clero católico durante y tras el Franquismo. Recordaré como introducción las intervenciones en Radio París de D. Alberto Onandia, bajo el seudónimo de Padre Olaso, y concretamente me referiré a una de sus peticiones. Aquella en la que solicitaba a la Iglesia que diera sepultura cristiana a los sacerdotes fusilados en Hernani, entre los que figuraba su hermano Celestino. Se hizo (¿?). En cualquier caso, sin el eco mediático que ha tenido un funeral en la Catedral Nueva de Gasteiz... 72 años después de aquellos hechos.
Al obispo de Donostia, al que conocí cuando llegaba en sotana de seminarista desde su Fruiz natal a Mungia, le recordaré uno de los muchos casos de sacerdotes represaliados. Para evitar que siga agrandándose el foso del olvido.
Conozco el caso personalmente, ya que los restos de D. Tomás Oleaga Abaroa reposan en nuestro panteón familiar, donde durante 27 años compartió descanso junto al poeta Lauaxeta.
De un libro publicado ya hace bastantes años sobre el destino de los servidores de la Iglesia vasca víctimas de la «Santa Cruzada», rescato algunos someros datos sobre este vecino de Meñaka (Bizkaia) ecónomo de Laukariz. El autor documenta la presencia de Oleaga en la prisión de Burgos y su paso por Plentzia y Santa Agueda. Relata luego sus impresiones al reencontrarse con una persona «que sufrió muchas vejaciones y malos tratos». Dice así: «Cuando le vi por primera vez en Bilbao, 1940 ó 1941, mantenía su cara de estupor. Paseé con él mas de una hora, pero ese estupor le hacia impenetrable. No vivía en el presente». D. Tomas Oleaga murió una década mas tarde, a la edad de 44 años, y tras sufrir una operación de lobectomía.
Hace unos meses estuve presente en la misa que sirvió de acto de jubilación a tres religiosas de Iparralde y para la ocasión acudió monseñor Paul Ouedraogo, obispo de la diócesis de Fada Gourma (Burkina Fasso). La ceremonia comenzó en euskara, siendo el celebrante el párroco de Makea (Lapurdi). La homilía corrió a cargo del obispo, quien tomo la palabra pidiendo autorización a los feligreses para dirigirse a ellos en francés. Al final de la ceremonia tuve la oportunidad de hablar con el obispo africano y felicitarle por su comportamiento con nuestro pueblo, a diferencia de «otros» que nos imponen a los vascos ya sea el francés o el español. Tras recordarle la estatua que existe e su país, compuesta por dos palos que forman una cruz y que lleva por leyenda «A las víctimas de la colonización», le hice entrega de la última pagina de la revista «Ekaitza», en la que aparece la lista completa de los vascos y vascas que se encuentran esparcidos por las cárceles del Hexágono.
He dejado de ir a misa en Bizkaia. El motivo final que me llevó a tomar esa decisión fue el contenido de la homilía del 15 de agosto de 2007 en Begoña. Bláquez afirmó: «Apoyamos a las víctimas de ayer y de hoy», para, desde ese mismo lugar en que en los primeros tiempos del franquismo requetés y falangistas se liaban en reyertas, algunas veces con resultado de heridos por bala, condenar en exclusiva la violencia de ETA, desde su mismo nacimiento, en plena dictadura.
Sólo acudo a misas puntuales, a entierros o a aniversarios familiares. Y así seguiré mientras M. Blázquez siga de obispo. Y luego, ver venir.
(Gara. 15 / 08 / 09)