Los restos mortales del que fuera comandante en jefe de Euzko Gudarostea, el hondarribiarra Cándido Saseta, han sido repatriados después de que el sábado pasado especialistas de la sociedad "Aranzadi", junto a los descendientes de Saseta, los exhumasen en un cerco ubicado en el municipio asturiano de Areces. Junto a él, entre 80 y 100 gudaris más perdieron la vida en una batalla encarnizada contra las tropas franquistas; estos vascos pertenecían al batallón de EAE-ANV «Euzko Indarra». Los siguientes trabajos se centrarán en tratar de encontrar las fosas en las que se encuentran los restos de estos gudaris ekintzales para que, al igual que con Saseta, regresen a Euskal Herria.
Una bala de fúsil, una pluma estilográfica inglesa, una chapa de identificación y dos mecheros fue lo que Aranzadi encontró el sábado junto a los restos humanos de Cándido Saseta, comandante en jefe del Ejército Vasco en 1937, en una fosa individual en Areces. Después de 71 años, los restos de Saseta volverán a reposar en el pueblo que le vio nacer: Hondarribia.
Ayer, ante decenas de personas, sus restos mortales protagonizaron la rueda de prensa que llevó a cabo la sociedad de ciencias Aranzadi. No faltaron las glosas hacia la figura de un hombre clave en la resistencia vasca que organizó el Gobierno del lehendakari José Antonio Agirre de cara a la contienda militar de 1936.
Una guerra «independentista»
Nacido en el mismo año que Agirre y Telesforo Monzón, Cándido Saseta falleció en prime ra línea de batalla en las campas de Areces, en la campaña militar encomendada por el Gobierno de Agirre y que tenía como objetivo la liberación de Oviedo de las manos de las tropas fascistas.
Militar de profesión, tras el golpe de estado de Francisco Franco desertó del cuartel de Gasteiz para pasar a engrosar las filas republicanas. En los prolegómenos de la guerra participó en el intento de crear un movimiento militar soberanista vasco, al margen del Ejército. No sería hasta el apoyo del PNV a la causa republicana y la decisión de crear milicias propias cuando Saseta fue destinado como mando de las fuerzas abertzales. Era, además, el representante militar del "Comité de Guerra" de Euzko Gudarostea, compuesto también por Manuel de Irujo, José Mari Lasarte, Telesforo Monzón, Lino Lazkano, Miguel Alberdi y Salvador Aldano.
Participó de forma directa en varias contiendas y escaramuzas en Euskal Herria, de las que resultó herido de bala en varias ocasiones. A finales de Febrero de 1937, inmediatamente después de ser nombrado comandante en jefe de las dos brigadas que el Gobierno de Agirre desplazó a Asturias para la liberación de la ciudad de Oviedo, resultó muerto por un disparo de un francotirador mientras los gudaris de la compañía de ANV «Euzko Indarra» intentaban tomar Areces, que dista a escasos kilómetros de Oviedo.
El historiador Iñaki Egaña y el antropólogo Francisco Etxeberria explicaron ayer cómo pudieron dar con los restos del comandante Saseta. El origen de las investigaciones se retrotrae en casi diez años y al municipio natal del gudari. «Sasetaren Aldeko Taldea», de Hondarribia, lleva ya varios años recordando la figura del que fuera jefe de un Ejército Vasco que el mismo comandante definió de la siguiente forma: «El Gobierno Vasco me ha llamado para una cosa independentista, no para algo autonomista».
Tras varios viajes y después de entablar contacto con sus vecinos, Aranzadi ha podido extraer, gracias a sus testimonios, los restos mortales de Saseta. Conocían a la perfección la ubicación de la fosa, así como que era el comandante de los vascos «porque era el único con traje de militar». Algunos de los testigos fueron los que enterraron los cadáveres de los vascos, ya que los franquistas dejaron el trabajo «sucio» a los foráneos. Los franquistas, conociendo el valor del hombre al que dieron muerte, lo enterraron aparte. Se cree que el resto de los cerca de cien gudaris están sepultados en un campo cercano que los autóctonos conocen como «El pradón de los vascos».
En aquella batalla del 37, las dificultades para los vascos llegaron cuando, de acuerdo con lo previsto, intentaron atravesar el río Nalón, que bajaba caudaloso. Bajo disparos franquistas, Saseta encomendó la tarea de cruzarlo a los gudaris de ANV. «Euzko Indarra» consiguió cruzarlo, e incluso tomar, por un tiempo, el pueblo. La compañía santanderina que debía reforzar el contraataque no apareció, lo que convirtió Areces en una ratonera para los gudaris.
Acto de homenaje
Las crónicas de la época ensalzan la última gesta de Saseta: atrapados los milicianos de ANV por el fuego cruzado, el comandante arrebató dos granadas de mano a un gudari. Corrió hasta la primera línea de fuego, y lanzó el primero. Pero antes de poder arrojar el segundo artefacto contra el bando fascista, un francotirador de las tropas de Tetuán -paradójicamente la carrera militar del hondarribiarra comenzó allí- le dio muerte con al menos un disparo de fúsil.
Cronistas jeltzales, ekintzales, del PSOE y comunistas, de todo el espectro político, ensalzaron la figura de Saseta tras su muerte. Todos reconocían la labor que ejerció al mando del Ejército Vasco. El funeral que se ofició en Bilbo en marzo de 1937, con tintes casi de un acto de Estado, resultó un buen botón de muestra. La exigencia de llevar a cabo un acto en su recuerdo fue ayer reivindicado, interpelando incluso a autoridades como Juan María Atutxa o representantes del Ayuntamiento de Hondarribia, presentes en la rueda de prensa de Aranzadi.
Al término de la comparecencia, también recordaron los versos que escribió Monzón: «Saseta hil zen gudarien aurrean, Mendizabal hil zaigu bakarrik, baina biok daukate Herri osoa atzo ta gaur heuren atzetik, Euskadirentzat hil dire-ta, gorputzak arantzaz beterik. Geroari esaiok olatuetan, herri-izarrak ez direla itzaltzen, gure haurrek biharko ikastoletan hein izenak abestu ditzaten, arantzetan biak hil baitziren».
(Gara. 15 / 03 / 08)