La historia vivida es muy diferente de la historia escrita. Para los protagonistas de este artículo, la prensa y los periodistas depurados desde 1936, la intrusión de la dictadura franquista resultó ser el inicio de un túnel de más de cuarenta años. Por no hablar de los que fueron vilmente asesinados por narrar con libertad los hechos que ocurrían, las represalias y las conformidades que veían.
Desde el prólogo del régimen totalitario, se incluyó la instalación del terror (Mola quería emplazarlo) como arma preventiva contra la ciudadanía. Entre sus objetivos se encontraba la destrucción de toda cultura anterior. El modelo inquisitorio y reaccionario de la Edad Media perduraba en la mente de los organizadores del golpe de Estado. La Iglesia era uno de los estamentos que sufría con la libertad de expresión y su comunión con los sublevados puso en práctica los dictados de dos encíclicas proclamadas por el Papa León XIII: "…son los sectarios que con los diversos y casi bárbaros nombres se denominan socialistas, comunistas y nihilistas los que en sus reuniones manifiestan públicamente estas monstruosas opiniones, las que exponen en sus folletos y esparcen entre el público por medio de numerosos diarios" (Quod Apostolici Muneris de 28 de diciembre de 1878) y la que induce sobre "…los errores de los intelectuales depravados ejercen sobre las masas una verdadera tiranía y deben ser reprimidos por la ley con la misma energía que cualquier otro delito inferido a los débiles" (Libertas de 20 de junio de 1888).
Uno de los mayores problemas del presente se debe al saqueo que sufrió la alquimia de las palabras, la factoría de la cultura popular, reflejada en la prensa, durante el régimen franquista. Puesto que desde ese negro pasado se han perdido el intercambio de sabidurías y experiencias al igual que la educación de varias generaciones de ciudadanos.
Unamuno ya nos habló de la intrahistoria, de la creación de la historia a partir de los detalles y luego, cuando la distancia nos ofrece la perspectiva del conjunto, de mundos de ellos, podemos percibir una parte de la totalidad. Pero no debemos olvidar que el origen, siempre, se construye desde los detalles, de los cuales forma parte indispensable la prensa. Memoria escrita del tiempo y de su geografía. Crónica de los fragmentos, del comportamiento humano y de su conocimiento.
Por mucho que los negacionistas y los revisionistas quieran pasar página a la dictadura franquista, por muy decididos que estén a eludir las reparaciones de los asesinatos y depuraciones realizadas por los sublevados, las cabeceras de los periódicos, las editoriales, los artículos de opinión, en definitiva, la prensa elaborada en las rotativas de entonces, ha gravado en papel impreso las monstruosidades y truculencias de sus ideólogos. Los historiadores han echado la red al caladero y han obtenido piezas de gran valor. Demostrar la falsedad de esas crónicas es imposible, lo mismo que inventar nuevas verdades. Es verdad, como dijo De la Cierva, que "la historia se confiesa", pero no del modo que él quiere.
Las arengas contra la cultura vigente, insufladas y cargadas de bilis negra, de brutalidad estomacal, sentenciaron a los portadores de las noticias y a sus creadores. Es como si la historia de otros tiempos siempre estuviese presente. Del mismo modo que los tiranos mandaban ejecutar a los correos que traían noticias que no les gustaba escuchar, Franco y sus acólitos actuaron contra los periodistas y periódicos que les molestaban, asaltando sus rotativas y depurando a sus cronistas.
Uno de los conceptos claves en la ideología fascista -franquista por adopción- era la nacionalización de las masas, haciendo desaparecer el concepto interclasista. Eso sí, existían dos polos evidentes, los vencedores y los vencidos. Dejando a un lado los vencedores, autores de la barbarie dictatorial, el modelo estatal propuesto se decantó por la homogeneización de los vencidos bajo una misma denominación e identidad. De rebote afectó a todos, menos a los jerarcas. Era evidente, hoy lo es, que una nación integrada y asociada aparecía como apuesta a la disgregación producida por los ideales democrático-republicanos; la libertad se asociaba a la disgregación producida por ese tipo de régimen. La República se asociaba al caos. La ciudadanía no necesitaba disponer de derechos individuales, lo que necesitaba era un protector y ése era el Estado totalitario legitimado por las armas contra el pueblo.
Un repaso a la prensa de estos cuarenta años de dictadura culturalmente inquisitorial nos invita a verlos y afrontarlos como un testimonio de la realidad que se vivió durante el antojo del dictador. La prensa argumenta desde sus páginas impresas la violencia y la crueldad de la guerra civil, la desesperada resignación de la posguerra y la prepotencia de los elegidos por la omnipotente gracia divina aconsejada por el fulgor de los fusiles. La prensa nos muestra el compendio y la suma de todas las iniquidades imaginables.
Partimos de un escenario sociodemográfico desalentador, un país escasamente urbanizado (destrozado por la tremenda convulsión bélica), con una altísima cuota de analfabetismo, que soportó el totalitarismo desde la información fundada en la propaganda como medio fundamental para controlar a las masas a través de la información sesgada. Lo que conllevó el control absoluto de los medios de comunicación. Los vencedores sabían que el mantenimiento del sistema, sobre todo, a nivel informativo e ideológico, necesita un modo de operar tajante, sin medias tintas. La prensa se afianza como el cuarto poder, convirtiéndose en una institución pública al servicio del autócrata. Pero la estatalización de la prensa no se produce por medio de la nacionalización de las empresas periodísticas, sino mediante el control del Estado sobre la producción ideológica que tiene la prensa como soporte. La ideología se destila en el laboratorio fascista, respondiendo objetivamente a los intereses de las clases dominantes y vencedoras, legitimando de esta forma el status quo usurpado a la libertad. La prensa tiene que ser creadora de una conciencia nacional, desde sus tribunas ha de cohesionar a la ciudadanía y unirla con el régimen. Gracias a los periódicos se conocen las instituciones, de ahí que la prensa legitime al Estado usurpador. En la identidad de los nuevos españoles debe prevalecer el catolicismo y el franquismo, los dos pilares del régimen. Todo lo que no comulgue con ello equivale a ser conocido como anti-español.
Pronto comenzaron las incautaciones de las rotativas, como ya hemos mencionado. La Voz de Navarra fue asaltada por las tropas franquistas y en su lugar nace Arriba España, cuyo director fue Fermín Yzurdiaga, cura y franquista del que más adelante hablaremos. En Bilbao sufrieron la misma suerte las máquinas del diario Euskadi y las del Excelsior apropiadas por los falangistas, dando origen a El Correo Español-El Correo Pueblo Vasco. En esa misma ciudad nace el vespertino Hierro, que también, al igual que los otros, gustaba de poner en primera plana la buena labor de Franco con editoriales a favor de las limpiezas realizadas por los sublevados. San Sebastián también soportó las confiscaciones de los falangistas y franquistas, Guipúzcoa Obrera y La Voz de Guipúzcoa desaparecieron dando paso a La Voz de España, que también alabó la labor dictatorial durante los años de represión, lo mismo que las rotativas del periódico Día que fueron ocupadas por Unidad. Cuando esos medios de expresión son anegados por el poder, el ciudadano está sometido a una grave presión y la forma de pensar empieza a perder su legitimidad democrática, dando lugar a expresiones reaccionarias, que ya mantenían su estilo en la época republicana, como el Diario de Navarra, El Pensamiento Navarro y La Gaceta del Norte.
Los valores, conocimientos, símbolos o pautas que por medio de diferentes modos y soportes se tratan de inculcar, son siempre, en el marco de los totalitarismos, los que legitiman y permiten la permanencia en el poder de la clase dominante. Los periódicos del franquismo jugaron sin ambages un verdadero adoctrinamiento político e ideológico.
Este cuarto poder fue de suma importancia en la configuración del nuevo Estado. Pronto, en plena guerra, se estableció una Ley de Prensa (22 de abril de 1938). Esta ley venía a consagrar la más absoluta supresión de la libertad de expresión y de pensamiento, a través de las publicaciones periódicas. Lo que pretendía, y consiguió, era la absorción por parte del Estado de todos los mecanismos que para ello genera la sociedad civil. El Preámbulo de la citada ley nos posiciona claramente los criterios de adoctrinamiento: "…uno de los viejos conceptos que el Nuevo Estado había de someter más urgentemente a revisión era el de la prensa. Cuando en los campos de batalla se luchaba contra los principios que habían llevado a la patria a un trance de agonía, no podía perdurar un sistema que siguiese tolerando la existencia de ese cuarto poder del que quería hacer una premisa indiscutible… no podía permitirse que el periodismo continuara viviendo al margen del Estado. Esa libertad entendida al estilo democrático había ocasionado una masa de lectores diariamente envenenada por una prensa sectaria y antinacional". La información, claramente, pasa a un segundo plano. El periódico, dada su influencia, no informa, sino que educa al informar. En consecuencia, corresponderá al Estado hacerse cargo de una misión que afecta al contenido mismo de la educación popular. En el Ideal de Granada podemos leer. "…si el discurso del caudillo sobre la unificación hizo entrar a España en las vías totalitarias, la ley de prensa es su complemento en el orden ideológico". En definitiva, lo que la ley pedía era: "…transmitir al Estado las voces de la nación y continuar estas órdenes y directrices del Estado y de su Gobierno, siendo la prensa el órgano decisivo en la formación de la cultura popular y, sobre todo, en la invención de la conciencia colectiva".
Un país con tan alta tasa de analfabetización necesitaba emplear el fenómeno de la comunicación masiva. Las miradas inmediatas se posaron en el fascismo italiano de Mussolinni y en el nacionalsocialismo de Hitler, grandes expertos en el tema. Los falangistas con Serrano Suñer a la cabeza y en consonancia con la Iglesia (el Jefe Nacional de prensa en 1938 fue el ya citado Fermín Yzurdiaga Lorca, con la doble condición de sacerdote y falangista) reflejan el maridaje entre estas dos instituciones que, en distinta medida y según el momento político, van a suministrar el andamiaje ideológico y organizativo del nuevo régimen. La premisa de actuación, de la llamada Ley Suñer, se inclinaba hacia una prevención contra la divulgación de una ideología (todo lo que estaba en contra de los sublevados) que parecía oponerse a la concepción jerarquizada de la sociedad que se quería construir. Los ideólogos del golpe de Estado consideraban que la libertad de pensamiento y de expresión no era por sí misma un bien sino que, por el contrario, es fuente y origen de muchos males. De manera que en lugar de servir al perfeccionamiento humano abría la posibilidad de adherirse a las opiniones falsas y contrarias a la dignidad y magisterio, tanto del nuevo régimen como de la Iglesia.
El andamiaje para la construcción de la prensa del Movimiento necesitaba materiales higiénicos que evitaran el contagio, de las doctrinas antiespañolas. Inmediatamente, esta nueva perspectiva toma la orientación correcta, programando desde la cúpula del poder el camino que debían de seguir los periódicos por medio de las consignas. La consigna venía a ser una indicación, un precepto obligatorio, de cuál debía de ser la interpretación que los diarios estaban obligados a dar de los acontecimientos, el lugar y la relevancia que los mismos debían de ocupar en la confección del periódico y las líneas directrices de los editoriales. Éstas dependían de la Delegación Nacional de Prensa, que a su vez dependía del Ministro de Información, de forma que anticipaban en un día o dos lo que después habrían de recoger todas las publicaciones del país.
Las directrices de la ley de 1938 se pueden sintetizar en cuatro: regulación del número y extensión de las publicaciones periodísticas; intervención en la designación del personal directivo; reglamentación de la profesión de periodista y la censura.
El régimen de Franco quiso, desde el primer momento, eliminar de los medios de comunicación todo lo que consideró no conveniente a sus planes. Ante esto, un bando dictado por el general Saliquet el 18 de julio de 1936 en Valladolid dejaba claro que se debía "someter a censura militar todas las publicaciones impresas de cualquier clase que fueran". Con estos presupuestos, la justificación de la censura previa para toda publicación se deducía obviamente. Más que una ley de prensa, nos encontramos con una ley contra la prensa. Desde luego, que el brazo inquisidor del torquemada de turno no ejercía contra la Prensa del Movimiento, pero, por el contrario, no dejaba escapar ningún detalle que pudiera perjudicar a la construcción del nuevo Estado. Ejemplo de ello es que la encíclica de Pío XII, Mit Brennender Sorge ,dictada tras el final de la guerra civil fue cortada. Su mensaje hablaba de solidarizarse con los vencidos tratándoles bien.
El diario Arriba España, impreso en Pamplona, es ejemplar a la hora de informar de las intenciones de los sublevados. "¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas ¡Camarada! Por Dios y por la Patria".
Asentado el nuevo régimen y consumada la derrota del eje nazi en Europa, las consignas franquistas cambian. El apoyo al eje, se modifica por la neutralidad y por una política de información a favor de los Estados Unidos. Cara al exterior, el régimen quiere lavarse, maquillarse un poco, pero dentro de sus fronteras nacionales, se aprueba, o mejor se impone, el Fuero de los Españoles en 1945. Es una especie de constitución, que tampoco se olvida de la prensa. El cuarto poder era necesario para la educación del pueblo, su artículo 12 manifiesta: "Todo español podrá expresar libremente sus ideales mientras no atenten a los principios fundamentales del Estado". La confirmación a este estado de cosas se consuma en 1949, cuando el director general de Prensa, Tomás Cerro, preside la entrega a Franco de su carnet de periodista de honor número uno.Falacias de la historia.
La relativa calma que circuló por el país durante la década de los cincuenta, desde luego que debido al temor de los ciudadanos a las represalias del régimen, mantuvo los puntos esenciales respecto a la prensa escrita. Las consignas escribían las cabeceras de los diarios, ejerciendo la censura previa sobre los contenidos: los toros, elevados al altar de la fiesta nacional por antonomasia y los triunfos del Real Madrid en Europa, narcotizaron a la opinión pública. Los diarios que, o bien pertenecían al Estado o bien se encontraban dirigidos por personas afines al Movimiento, se confabulaban para dar lugar a una prensa de contenido uniforme e ideología monocolor al servicio del poder.
Los años sesenta abren una nueva coyuntura político-social, tanto en el interior del país, como de cara al exterior. Las consignas dictadas por los autócratas se renuevan: el milagro económico español, el turismo o Spain is different se introducen en el lenguaje de la calle, por medio de la prensa y otros medios de comunicación. Es un intento de hacer llegar al lector los logros económicos del sistema y, al mismo tiempo, tratar de evitar la contaminación cultural y política que habría de traer el incipiente turismo y los emigrantes españoles en el extranjero. Ante esta perspectiva social y con estos preceptos político-económicos, la Ley del 38 se antoja obsoleta y distante. El ministro de Información y Turismo durante la década de los cincuenta, Gabriel Arias Salgado, fue cesado, sobre todo, por las críticas internacionales que se referían a su campaña de prensa contra los participantes en el llamado Contubernio de Munich en 1962. Las contingencias de la historia humana estaban pasando factura a la dictadura franquista. Desde el politburó del régimen se descubrían muchos intereses (falangistas, monárquicos, el opus dei, franquistas, tradicionalistas, pedían su participación) para salir de esta pequeña crisis. Para zanjar de cuajo la inquietud social interior, Franco tuvo la mejor solución: la ejecución del comunista Julián Grimau en 1963, no por militancia clandestina, sino por rebelión militar dada su actividad en la guerra civil pese a que habían pasado 25 años desde los hechos y el delito había prescrito.
Pero los acontecimientos y la nueva coyuntura socio-política internacional, obligan a la dictadura a suprimir la obsoleta ley de prensa vigente. Estaba claro que la deformación del pasado que realiza toda historia necesitaba su espacio. El régimen necesitaba adaptarse a los tiempos, conformar el pasado desde el presente. Para ello, dispuso una nueva ley de prensa. Corría el año 1966. El bloque monolítico franquista se empieza a fracturar internamente. Las pequeñas rendijas se habían llenado de agua, que con el tiempo se iba helando. Tecnocracia, movimientos religiosos de base, sindicalismo clandestino y las universidades, entre otros movimientos sociales, generaron la inquietud del poder. La Ley de Prensa e Imprenta de 1966, conocida también por Ley Fraga -ministro de Información y Turismo sustituto de Arias Salgado- crea un marco jurídico intermedio entre la restrictiva ley de Serrano Suñer y las libertades democráticas que se respiraban en los países desde donde procedía la mayoría del turismo.
La nueva ley de 1966 abolió la censura previa y las consignas. Sin embargo, esta liberalización fue parcial, ya que se siguieron prohibiendo la publicación de ciertas opiniones, por ejemplo, las que fuesen críticas con el régimen. Además se reforzó el principio de responsabilidad civil e incluso penal de los redactores que infringieran las disposiciones de ley. De esta manera, se pretendió sustituir el sistema de censura previa por un sistema de autocensura en los órganos de prensa. Como vemos, la Ley Fraga intenta, en principio, aclarar el camino de la libertad de prensa. Para ello, además de los objetivos mencionados, propone evitar dos obstáculos fundamentales para conseguir los objetivos de libre opinión, la libertad para designar al director del periódico y la posibilidad de participar en empresas informativas.
En el Preámbulo de la Ley se aprecia la camaleónica potencia del régimen para adaptarse al devenir de los tiempos: "Las actuales aspiraciones de la comunidad española y la situación de los tiempos presentes, justifican (la nueva ley) tal necesidad… el profundo cambio que ha experimentado, en todos los aspectos, la vida nacional, como consecuencia de un cuarto de siglo de paz fecunda...".
Los objetivos declarados quedan velados por la aplicación de un ambiguo artículo segundo recogido en la misma ley. En él, subyace y permanece la mano inquisitoria del franquismo. Dicho párrafo establece los límites a la libertad de expresión y abre las puertas a interpretaciones arbitrarias, con las consiguientes sanciones a los transgresores. En esta época, a los secuestros de publicaciones les suceden los expedientes y cierres de periódicos y multitud de editores y periodistas son multados e incluso encarcelados. Se había pasado de una situación de censura previa que evitaba cualquier veleidad ideológica, a un estado de autocensura por temor a las represalias.
Pero el paulatino debilitamiento del régimen franquista -atentado de Carrero Blanco y el anuncio de la enfermedad del dictador- envalentonan a la opinión pública, permitiéndose muchos profesionales la osadía de cruzar los límites con mayor asiduidad.
Los últimos coletazos de la dictadura se saldan con una dura represión, sobre todo en los ámbitos laborales y universitarios, entre los que la prensa desempeña un papel de suma importancia. Desde los medios impresos se crítica, cada vez con mayor reiteración y vehemencia, las contradicciones del franquismo, se aboga por la defensa de la democracia y los derechos humanos, asomando desde su tribuna abierta tanto firmas opositoras al régimen en el interior como en el exterior de las fronteras. El germen de los nuevos tiempos trae consigo nuevos proyectos periodísticos que necesitan un hueco de libertad, como es el caso, en Euskadi, de DEIA y Egin. Pero, aquí comienza otra historia.
(Deia. 7 / 06 / 2010)