sábado, febrero 16, 2008

CINCO HERIDAS ABIERTAS. Cinco interrogantes a las que Manuel Fraga, ex-ministro franquista y presidente de honor del PP no quiere responder


¿Por qué no se olvida nunca la muerte violenta de un hijo o de un hermano? ¿Por qué no se entierra ese recuerdo que molesta a tantos y se pasa pagina de una vez? Romualdo Barroso, de 79 años, el mejor ajustador de la historia de Esmaltaciones, tiene una respuesta: Porque no puedo vivir sin que se haga justicia.
Este pionero de la inmigracion extremeña de Brozas lleva 30 años defendiendo lo mismo ante los politicos -se lo dijo a Carrillo personalmente dos veces, cuando militaba en el PCE-, ante los periodistas, sus vecinos y ante quien le quiera oir. "Solo pido justicia", repite una y otra vez con la enorme dignidad de un padre que se ha quedado seco de llorar, con el corazón roto de tristeza, que sigue sin entender por que aquel hermoso hijo de ojos verdes, "Ruma" para los más cercanos, con sus 19 años recien cumplidos; aquel al que miraban las chicas al pasar, pintaba como los angeles, trabajaba de día, estudiaba de noche, sacaba buenas notas y ayudaba a los niños de su barrio, Errekaleor; aquel joven al que le gustaban la montaña, el ajedrez y las espinacas con mahonesa, murió de un balazo de la Policia, "cuando estaba alli para luchar por mejorar la vida de los obreros", recalca el progenitor.Hoy tendría 49 años y sería un padre de familia. Pero ni Romualdo, ni la madre, ni sus hermanas, Blanca y Eva, le vieron hacerse un hombre. Y ese vacio abismal que dejó se ha transformado en una atmosfera de pena que se puede cortar con cuchillo y que llena cada rincón de la casa de los Barroso Chaparro, en un piso de la calle Nieves Cano. Sus fotos, sus sobresalientes dibujos infantiles, cuelgan de las paredes, y en un cajón se guarda la pequeña llave inglesa que llevaba en su llavero aquel maldito miercoles de ceniza de la Transición.
Palabras bálsamo
Las últimas palabras del cantautor catalán Lluis Llach en la presentación de su concierto denunciando que el Estado todavía no ha reconocido lo sucedido en Vitoria, ni ha pedido perdón para resarcir moral y éticamente a las victimas ni a sus familias, han sido un bálsamo en casa de Faustina y de Romualdo. Son ya tres décadas de duelo para una familia que en su búsqueda de justicia se ha sentido "muy sola". "Yo no he perdonado", exclama el padre, aunque suene duro tanto tiempo despues. Es como si el orden natural de las cosas -los padres no suelen enterrar a sus hijos- se hubiera roto. "Nos han matado a nuestro hijo y a otros cuatro como el y los responsables no pueden irse de rositas. Fraga, Martin Villa, el capitán Quintana", apunta Romualdo, con la misma intensidad emocional con la que recuerda el momento despues de haber visto la cabeza destrozada de su hijo en el Hospital Santiago. "¿Y como se lo digo a mi mujer?", se lamentaba entonces. "Si yo hubiera estado en la iglesia le habría mandado que se fuera, que habia peligro", se repite el hombre rebelándose contra aquel destino inmisericorde.
La silueta de un cuerpo sigue pintada en el suelo, junto al monumento de piedra, cemento y cinco barras de hierro. Situado junto a la iglesia de San Francisco, que recuerda los muertos de aquella dram�tica jornada: Romualdo Barroso (19), Francisco Aznar (17), Pedro Mari Ocio (27), fallecidos en el acto y José Castillo (32) y Bienvenido Pereda (30), que murieron despues, tras una larga agonía. Además hubo un centenar de heridos, 34 de ellos de bala. Todavía hoy se pueden ver efectos de proyectiles en algunas ventanas del barrio y en las vidrieras del templo de Zaramaga.
La memoria sigue muy viva entre todos los que participaron en aquellas jornadas. Agustin Plaza tenía 21 años y trabajaba en Forte Hispania, una empresa de máquina herramienta. Ya entonces era militante de UGT y de las Juventudes Socialistas. Aquella tarde se fue a pie desde Nieves Cano a Zaramaga. "Cuando la Policía lanzó botes de humo, yo me asfixiaba y trate de salir. Soy pelirrojo y el gas me afecta enseguida. Al atravesar la puerta de la iglesia un policía me apuntó y otros cuatro empezaron a darme porrazos. "Hijoputa, comunista, cabrón. Te vamos a matar", me gritaban. Al sentir el primer porrazo en la espalda, me oriné encima. El reloj salió hacia arriba de un golpe. "Sentí pánico", relata Plaza.
"No volví a la iglesia"
Agustín, miembro activo de la Asociación de Victimas del 3 de Marzo, que preside Romualdo Barroso, escapó de la brutal carga como pudo y fue hacia un portal. "Un matrimonio -nunca he sabido quien-, al que estare agradecido eternamente me atendió, me puso hielo, me limpió la sangre y me llevó en un 'Seat 600' a la clínica Arana. Allí estuve una semana. Luego, un mes de baja. Aún tengo el tabique nasal roto", cuenta. Agustín nunca volvió a la iglesia. Ni se la enseña a sus hijos.
La vida de Andoni Txasko, 50 años, ha estado marcada por la paliza que recibió de un grupo de agentes uniformados el día siguiente de la masacre. Perdió el ojo derecho por culpa de los golpes. Tampoco hubo piedad para él. Andoni trabajaba en Cegasa. El díaa 3 por la mañana el párroco de los Desamparados, Javier Illanas, le ayudó a él y sus compañeros a escapar de la Policía. Pero al día siguiente, en Obispo Ballester, unos 'grises' les obligaron a quitar una barricada de la calle. "Yo les dije que veía mal de un ojo por culpa de un accidente de niño. Pero al oir eso, me pegaron más fuerte. Unos vecinos me llevaron a Santiago", cuenta. Txasko estuvo un mes muy grave, con todo el cuerpo amoratado. Pero lo peor fue el ojo. Le hicieron reconstrucciones, prótesis, pero nunca pudo hacer una vida normal ni volver a su viejo trabajo, ni poner un negocio por mi cuenta. Tiene gran incapacidad y ahora vende el cupón en la calle Francia. Sus heridas, como las de Plaza y los Barroso siguen abiertas.
(El Correo Español. 29 / 02 / 2006)