La tierra acoge ya el cuerpo, el sueño, la lucha de Isaac Arenal Cardiel, uno de los últimos supervivientes de la terrorífica prisión franquista de Valdenoceda, aldea burgalesa que dista 93 kilómetros de Bilbao. El zornotzarra José María González se emociona al recordar a este guerrillero que luchó por las libertades contra el monstruo fascista y que falleció el pasado 10 de mayo a los 92 años. "Me pones en un aprieto. Decirte solo cuatro frases con todo lo que hay que decir de Isaac... Fue un buen amigo y compañero, luchador antifranquista que sufrió en sus carnes la represión", valora el presidente de la Asociación de Familias Exhumación Valdenoceda, a quien el propio Arenal Cardiel hizo entrega de los restos del abuelo de este vizcaino asesinado en la cárcel.
De un total de 151 cautivos de guerra de la Prisión Central franquista de Valdenoceda enterrados en un cementerio de esta pedanía castellana, se estima que cinco fueron vizcainos o tuvieron relación con pueblos de este territorio histórico. Los asesinados fueron Gabriel Basterretxea, de Arratzu; Aurrekoetxea Etxeandia, de Zamudio; Laborda Orbe, de Santurtzi; Ezpeleta Barrainkua, de Lemoa; así como De Guinea, de Orduña, aunque residente en Burgos. Solo los restos óseos del último pudieron ser entregados a sus familiares. Isaac llegó de Madrid a esta cárcel con una condena de doce años y un día.
González agradece la aportación a la historia colectiva aportada por Arenal Cardiel: "Gracias a su testimonio pudimos conocer las condiciones en las que vivieron en la prisión de Valdenoceda. Recuerdo cuando en la puerta del edificio que albergó la prisión decía: "Aquí cometimos el error político de jugar al fútbol como si esto fuese jauja y los compañeros se morían de hambre". Proseguía: "Vosotros, los jóvenes sois los que tenéis que continuar la lucha por la libertad y por devolver el honor a los luchadores antifranquistas. Isaac fue una maravillosa persona a la que le gustaba explicar sus vivencias". Estuvo presente en el antiguo penal donde se dejaba morir a los reclusos de inanición. Incluso quiso estar en la lucha hace tan solo un año, el 14 de abril de 2012.
Militante de toda la vida Arenal Cardiel también conoció Euskal Herria. Por desgracia, fue esclavo del franquismo en el 95 Batallón de Soldados trabajadores -"forzosos", subraya González-, entre 1942 y 1945. Tuvo que construir parte de la línea del ferrocarril de la localidad navarra de Altsasu. Isaac nació en el histórico barrio madrileño de Chamberí. Participó a pesar de su juventud al servicio de la República contra el águila y yugo franquista y por ello sufrió cárcel, persecuciones policiales y posterior ostracismo laboral. Fue, como él recordaba siempre, "militante en 1936 de las JSU", Juventudes Socialistas Unificadas, resultado de la fusión de la Unión de Juventudes Comunistas de España, del PCE, y las Juventudes Socialistas de España, del PSOE.
Quienes estuvieron junto a Cardiel en 2007 en su primera visita a Valdenoceda tras la muerte de Franco recuerdan que volvió a sentir "el frío de entonces" y que "no pudo evitar el llanto". Desde Exhumación Valdenoceda lamentan la muerte de su compañero, al que definen como "una persona que mantuvo un ejemplo de coherencia, fortaleza y memoria hasta su último día. Vaya para Isaac todo nuestro recuerdo. Gracias a su testimonio, siempre vivo, hemos conocido cómo fue aquel horror.
Arenal Cardiel escribió sus memorias. En ellas, aseguraba que durante el invierno, en el congelador que se convierte Burgos, cada día fallecían tres o cuatro prisioneros de guerra. Agua fría porque las cañerías de la antigua fábrica de seda -la primera de seda artificial a nivel estatal- se helaban. Porque los soldados franquistas se mofaban de ellos sacándolos al patio cuando llovía, donde Isaac contaba que una vez empapados les volvían a conducir a las galerías y abrían las numerosas ventanas para que hubiera corriente. El menú, según explicaba, era un agua sucia llena de bichos.
Los reclusos aprovechaban cuando llevaban a un compañero a enterrar al cementerio, labor que también les tocaba a ellos, para lanzarse a las huertas de los vecinos a comer patatas como el mejor de los manjares. Todo, porque allí no se gastaba en munición, las balas eran de inanición, frío y humedad, ya que un riachuelo cruza aún a día de hoy por debajo de aquel inmueble. "Cuando subía el agua, el preso empezaba a gritar. Los vigilantes solo iban a sacarlo cuando tenía el agua al cuello", explicaba. Su razón para resistir lo imposible era "llenar de planes de futuro a él y a sus compañeros". Tenía tan solo 19 primaveras.
Durante su vida siempre siguió luchando a favor de los derechos humanos y las libertades. Para los jóvenes que querían escucharle tenía un consejo: "Estudiad, trabajad y, sobre todo, ¡protestad!". Él lo ha hecho hasta los 92 años, hasta que fue enterrado en el cementerio madrileño de Vallecas. Pero antes dejó escrito: "Todavía el pueblo en general sigue sin estar informado sobre la Guerra Civil desde 1936 hasta la muerte del dictador en 1975. Las causas de esta desinformación son varias, pero sobre todo la llamada transición democrática y los partidos políticos, salvo alguna excepción. Ahora algunos historiadores o escritores dicen que quedaron algunos flecos en la transición y yo les contesto que fueron tantos flecos y flecos que se formó una manta de silencio sobre todo lo ocurrido".
(Deia. 27 / 06 / 2013)