En cuanto supe la noticia a través de Gerhard Hoffmann, su amigo y compañero en aquella lucha, recordé las palabras que la vicepresidenta primera Fernández de la Vega pronunció en ese mismo país, unos días antes, con ocasión de su visita al campo de exterminio de Mauthaussen –65 años después de su liberación– para rendir homenaje a los 5.000 republicanos españoles que perdieron allí la vida. Dijo ante aquel escenario de barbarie: “Las víctimas del nazismo, del fascismo y del franquismo no han sido ni serán víctimas del olvido”.
Hijo de una familia obrera muy modesta, Hackl nació en Viena en 1918, año de la caída del viejo imperio austro-húngaro. A los 12 años empezó a trabajar y a los 14 se compró una mandolina para tocar en las agrupaciones musicales de las Juventudes Comunistas. Su militancia política le costó la cárcel durante el régimen fascista del canciller Dollfuss. Liberado tras protagonizar una huelga de hambre, viajó a España en 1937 para unirse a los 1.400 brigadistas de su país que se enfrentaron al fascismo en la Guerra Civil. Se incorporó en principio al Batallón nº 20 de la Brigada Internacional bajo el mando del coronel Aldo Morandi para pasar después a la Brigada nº 11, integrada por alemanes y austriacos, y más tarde a la Batería Thaelmann. Una vez dictó el Gobierno de la República la orden de retirada de las Brigadas Internacionales en octubre de 1938, todavía participó a finales de ese año, junto a 400 brigadistas de su país, en el vano intento de frenar el avance franquista hacia Barcelona. El 9 de febrero de 1939 cruzó la frontera de Francia siguiendo el camino del exilio entre medio millón de españoles, con los que compartió la humillante y dura reclusión en los campos de concentración de Saint Cyprien, Argelès y Gurs. Tras la ocupación de Francia por el Ejército nazi, Hackl fue internado en el de Dachau hasta su liberación en 1945.
Hace cuatro años, Karin Helml y Hermann Paseckas realizaron un documental titulado España, última esperanza, en el que Ferdinand Hackl, junto a Hoffmann, Ernst Kuntschik, Hans Landauer y los republicanos españoles Matías Arranz y Manuel García Barredo hacían memoria de sus vivencias durante la Guerra Civil, así como de su tránsito por los campos de concentración de Europa durante la dominación fascista. El filme, escasamente difundido en nuestro país, aporta documentación muy valiosa –en su mayor parte perteneciente a fondos privados– que debería estar a disposición de cuantos pretendan conocer esas páginas de nuestra historia.
Hans Landauer tenía 16 años cuando se entrevistó con su enlace en un café de París y hubo de aumentar su edad verdadera ante la recriminación de su contacto: “No mandamos niños a España”, le dijo. Una fotografía de Agustí Centelles, con Landauer desfilando por las calles de Barcelona el día de la despedida de las Brigadas Internacionales, refleja en efecto a un adolescente cuyo risueño aspecto no parece propio de un combatiente después de haber luchado en los frentes de Brunete y Teruel. Como Hackl, Landauer pasó por el campo de Gurs en Francia, para ser deportado después a Dachau. A diferencia de su compañero, sin embargo, que mantuvo hasta el final su militancia comunista, Landauer la abandonó en 1948.
Me cuenta Gerhard Hoffmann que Hackl se dedicó hasta el final a trabajar en el Centro Documental de la Resistencia Austriaca. Ahí están, probablemente, las últimas páginas de una historia en la que ciudadanos de distintos países, ajenos al conflicto, se jugaron la vida por una idea en una guerra abierta y declarada. Landauer dio a un hijo suyo el nombre de Prisciliano en recuerdo a un asturiano de Mieres que compartió con él su reclusión en Dachau. De España no olvidó nunca el olor de las olivas y un gran cartel que mostraba los cadáveres de unos niños alineados sobre la acera de una ciudad republicana bombardeada.
Más de 200 de los 1.400 brigadistas austriacos perdieron la vida en España luchando por la República. Casi 500, siguiendo el mismo camino que los republicanos españoles en su lucha contra el fascismo, fueron internados en los campos de concentración nazis: Dachau, Mauthausen, Gross-Rosen… Entre ellos estaba Ferdinand Hackl, cuya vida se apagó casi el mismo día en que Fernández de la Vega afirmaba lo antedicho en uno de esos ámbitos de aniquilación. Me comentó el excelente escritor Erich Hackl, narrador de la desventurada niñez de su amigo Ferdinand –de quien recibió algunos libros de su magnífica biblioteca–, que el anciano brigadista fue un hombre tierno, generoso y modesto, solidario siempre con sus viejos camaradas, “a los que visitaba y atendía en asilos y hospitales”. Quizá por eso nadie mejor que Ferdinand Hackl para testimoniar el olvido en que fueron muriendo muchos de ellos sin que el Estado democrático español los recordase.
Sólo viven actualmente tres brigadistas austriacos y ninguno de los tres –Gerhard Hoffmann, Hans Landauer y Josef Eisebauer–, junto al fallecido Hackl, tiene nuestra nacionalidad. La Ley de Memoria Histórica sólo la concede a quienes juran fidelidad al rey, obviando que esos hombres, como antifascistas sobre los que nunca debió pesar el olvido, combatieron contra el dictador que impuso al monarca.
(Público. 27 / 05 / 2010)