BADAJOZ es una de las ciudades del suroeste cuyos libros de defunción constituyen una fuente incompleta pero básica para el estudio de la represión franquista. Es posible que Badajoz sea la ciudad española, en relación con su población, en la que un mayor número de personas fueran asesinadas a consecuencia del golpe militar del 18 de julio y de la masacre realizada tras su ocupación en agosto de 1936. Vivimos en un país lleno de cementerios cuyos muros fueron un día paredones de muerte; un país donde en 1937 hubo que ordenar que se realizasen las obras oportunas para quitar el terrible aspecto que presentaban.
Sin embargo, a pesar de las investigaciones que hemos realizado y que nos han permitido acercarnos a la verdad, la extrema derecha sigue negando la evidencia, socavando la débil memoria democrática que tanto está costando crear y alimentando, como siempre, su memoria, que no es otra que la memoria del fascismo. Bastará con recordar el intento de poner el nombre de Manuel Carracedo a una calle o la sucia campaña para eliminar del callejero los nombres de Margarita Nelken y Sinforiano Madroñero.
Badajoz guarda bien la memoria del fascismo. Y además no hace mucho le fue amputado el lugar por antonomasia de la otra memoria: la plaza de toros. El cementerio de San Juan y sus muros pertenecen a la historia silenciada y oculta de Badajoz. Allí fueron asesinadas decenas de personas que pasaron luego a fosas comunes abiertas en su interior. El muro que el Ayuntamiento pretende ahora construir desnaturalizaría ese lugar privándole de su carácter testimonial y de su poder de evocación. Lo que en realidad debería hacer el Ayuntamiento es reforzarlo y crear las condiciones para que se mantenga, colocando una placa que recuerde lo que allí ocurrió.
Lo propio de una sociedad donde la sensibilidad democrática tiene aún mucho camino que recorrer es que haya que luchar por las cosas evidentes, máxime cuando la opinión pública, fruto de países con medios de comunicación independientes y con mayores índices de lectura de prensa, apenas existe aquí. Así, igual o peor que el despropósito de arrasar lugares cargados de significado, cosa propia de un poder político cegado por la soberbia, ha sido el silencio cómplice en el que se han producido hechos que, en cualquier otra sociedad, habrían dado lugar a debates públicos y a movimientos ciudadanos.
En estas cuestiones, como en tantas otras, debemos mirar a los países europeos que cuentan con más experiencia. El cementerio viejo es ya el único lugar que nos recuerda la memoria viva de un hecho histórico que desborda ampliamente el ámbito local. Badajoz debe conservar los muros del viejo cementerio en memoria de los que allí fueron asesinados y por respeto a sí misma. ¿Quiénes pretenden que la nómina de lugares de olvido siga creciendo en Badajoz?
Sin embargo, a pesar de las investigaciones que hemos realizado y que nos han permitido acercarnos a la verdad, la extrema derecha sigue negando la evidencia, socavando la débil memoria democrática que tanto está costando crear y alimentando, como siempre, su memoria, que no es otra que la memoria del fascismo. Bastará con recordar el intento de poner el nombre de Manuel Carracedo a una calle o la sucia campaña para eliminar del callejero los nombres de Margarita Nelken y Sinforiano Madroñero.
Badajoz guarda bien la memoria del fascismo. Y además no hace mucho le fue amputado el lugar por antonomasia de la otra memoria: la plaza de toros. El cementerio de San Juan y sus muros pertenecen a la historia silenciada y oculta de Badajoz. Allí fueron asesinadas decenas de personas que pasaron luego a fosas comunes abiertas en su interior. El muro que el Ayuntamiento pretende ahora construir desnaturalizaría ese lugar privándole de su carácter testimonial y de su poder de evocación. Lo que en realidad debería hacer el Ayuntamiento es reforzarlo y crear las condiciones para que se mantenga, colocando una placa que recuerde lo que allí ocurrió.
Lo propio de una sociedad donde la sensibilidad democrática tiene aún mucho camino que recorrer es que haya que luchar por las cosas evidentes, máxime cuando la opinión pública, fruto de países con medios de comunicación independientes y con mayores índices de lectura de prensa, apenas existe aquí. Así, igual o peor que el despropósito de arrasar lugares cargados de significado, cosa propia de un poder político cegado por la soberbia, ha sido el silencio cómplice en el que se han producido hechos que, en cualquier otra sociedad, habrían dado lugar a debates públicos y a movimientos ciudadanos.
En estas cuestiones, como en tantas otras, debemos mirar a los países europeos que cuentan con más experiencia. El cementerio viejo es ya el único lugar que nos recuerda la memoria viva de un hecho histórico que desborda ampliamente el ámbito local. Badajoz debe conservar los muros del viejo cementerio en memoria de los que allí fueron asesinados y por respeto a sí misma. ¿Quiénes pretenden que la nómina de lugares de olvido siga creciendo en Badajoz?
(Hoy. 03 / 02 / 09)