Primitivo Fernández de Labastida, labrador de Santa Gadea del Cid (Burgos), era un hombre bueno e ilustrado. Fue asesinado durante la madrugada del 3 de setiembre de 1936 junto al matrimonio campesino formado por Mónica Barrón y Florentino García, en una cuneta del puerto de la Tejera, entre Paúl y Salinas de Añana. Lo enterraron el viernes en el cementerio de su pueblo después de su funeral y ayer fue homenajeado en el mismo lugar por su familia, la asociación Ahaztuak y allegados de víctimas del franquismo. Habían estado 74 años desaparecidos, ejecutados por un pelotón de golpistas contra la República y enterrados en una fosa común, sin piedad ni dignidad, junto a la carretera, bajo un manto de tierra y olvido.
La llegada de la democracia en 1976 no trajo ningún consuelo a Iluminación y Pilar, las hijas de Primitivo, ni a sus nietos. Ambas habían padecido el terrible dolor de no saber dónde estaba su padre y la angustia de no poder preguntar. «En la escuela me hicieron pensar que tenía que ser un criminal. Había una compañera cuyo padre había muerto en el frente como soldado de Franco. Era como un héroe. Pero mi padre debía ser muy malo y no se hablaba de él. Lo pasé muy mal», relataba Pilar, nacida en Junguitu, quince días después de la muerte de Primitivo.
«Nunca empuñó un arma»
Iluminación tenía 10 años cuando se lo llevaron «a la una de la madrugada». Recuerda su bondad y su amor a los libros. «Era un hombre de izquierdas, pero nunca había empuñado un arma». La mujer sabe que los ejecutores están muertos.
En un emotivo discurso, Pilar agradeció al Gobierno vasco, a vecinos de Salinas y a la asociación Ahaztuak la ayuda recibida para encontrar a su padre, cuando estaban a punto de abandonar. «Mi padre está ya en el cementerio, donde debía estar. Pero al que se encuentre en la misma situación le digo que indague, que nunca deje de buscar, que no pierda la esperanza».
(El Correo Español. 5 / 09 / 2010)