Azkoien (Peralta) fue uno de los pueblos que más sufrió el terror franquista en Nafarroa. Nada menos que 90 vecinos fueron fusilados por ser de izquierdas y/o republicanos. Sus vidas e ideales han quedado ahora reflejados en esta obra editada por Pamiela.
¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?
La idea surgió cuando ya recogimos los restos de los fusilados de Peralta. Yo había oído hablar de ellos en mi juventud, pero luego llegué a conocer más exactamente cómo eran. Ví que eran unas formidables personas pero que se había hablado muy mal de ellas, y quise dar a conocer cómo eran realmente.
Usted nació en 1942, una vez acabada la guerra. ¿Cómo tuvo noticia de estos 90 fusilados?
Mi padre se quedó paralítico cuando yo tenía tres años. Amigos y vecinos del pueblo venían a verle a casa. Normalmente eran personas que habían sufrido la represión. Todas las conversaciones siempre giraban en torno a lo mismo, y así es como yo llegué a conocer lo que había ocurrido en mi pueblo. Además, mi madre era modista, y algunas personas para las que cosía también habían sufrido las represalias. Hablaban, se desahogaban, y yo luego preguntaba a mi madre por qué había ocurrido todo aquello.
¿Y cómo le afectó a usted?
A los 8 años marché a Pamplona y me tocó estar en un colegio de la Falange. Recuerdo perfectamente lo mal que nos hablaban de las personas de izquierda, de los republicanos. Yo me decía: «Mi padre y mi madre son rojos, pero no son feos, no son malos. Mis padres son buenos y no tienen cuernos». Entonces comencé a hacer comparaciones y vi que lo que nos decían no se correspondía con lo que yo estaba viendo en mi casa. Mis padres eran de izquierdas, como otras familias del pueblo que habían sido masacradas. Hubo casos de hasta seis y siete miembros fusilados de una misma familia, y a los que quedaron les hicieron todo tipo de humillaciones. Todo aquello me fue calando muy hondo. Luego fui conociéndoles mucho mejor, y al sacar sus restos comprobé que las cosas que yo había oído eran ciertas.
¿Puede poner algún ejemplo?
A un señor de 72 años, que le habían matado un hijo y un yerno cuatro días antes en Monreal, se lo llevaron a Falces para fusilarle, y antes de disparar le ordenaron que dijera «Viva España». Pero él contestó «Viva Azaña» y «Viva la República». Le volvieron a ordenar lo mismo y él respondió de la misma manera. Entonces le rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Da la casualidad de que a un nieto de este señor le habían requisado su camión y le hicieron conducirlo cargado con los que iban a fusilar. Tuvieron el sadismo de hacer que llevara a su propio abuelo a fusilar, pero él no lo sabía. Luego, al oír los gritos de su abuelo en llamas, saltó del camión y lo tapó con su chaqueta. Esto me lo había contado muchas veces mi padre, y cuando fuimos a recoger sus restos comprobamos que tenía un trozo de chaqueta en su cabeza y otro trozo sobre los brazos. Tenía los huesos calcinados. Barbaridades como ésta hicieron muchas. A otra mujer la enterraron entre dos hombres, uno hacia arriba y otro hacia abajo, sobre ella, y el enterrador todavía se guaseaba de ella diciendo que la dejaba «en un acto sexual hasta la eternidad». Cuando sacamos sus restos, vimos que los cuerpos estaban tal como un pastor se lo había contado a Jimeno Jurío.
¿Dentro de su familia también hubo fusilados?
Sí. Fusilaron a un hermano de mi madre y también quisieron matar a mi padre, pero no lo encontraron. Mi abuela tenía una tienda de ultramarinos y le destrozaron todo, le cortaron el pelo y la metieron a la cárcel. También destrozaron los violines de mi padre, que era violinista. Hemos sido una familia marcada. Por parte de mi madre mataron a unos cuantos primos, y por parte de mi padre a varios familiares. El cabo Escalera, que era el que mandaba en Peralta, dijo que si no le llevaban los tirabuzones de mi madre, iría él y le cortaría la cabeza. A mi familia le quitaron todo, y lo mismo a muchas familias del pueblo.
¿Por qué cree que fusilaron a esos 90 vecinos en concreto?
Eso está muy claro. La mayoría de esos hombres habían luchado por recuperar los comunales de Peralta, que estaban en manos de tres terratenientes. En eos tiempos los pobres campesinos se morían de hambre. Había una pobreza inmensa y unos jornales irrisorios. Ellos lucharon por recuperar las tierras que eran del pueblo. Las personas que durante la República habían firmado en el Ayuntamiento para recuperar las tierras comunales fueron luego las fusiladas. Fueron expresamente a por ellas.
En su libro relata aquellos horrores pero no pone los nombres de los culpables. ¿Por qué?
Porque hay hijos de fusilados casados con hijos de asesinos. Conozco a familias que han sufrido mucho por esto, y yo no quiero que vuelvan a sufrir. Mi manera de pensar es que ni los hijos ni los nietos tienen culpa de lo que hicieron sus mayores. Estoy totalmente convencida de que algunos volverían a hacer lo mismo que hicieron sus mayores, pero creo que no tienen culpa de lo que entonces ocurrió.
¿Se sabe qué actitud tomó la Iglesia en Peralta ante aquellos hechos?
De los cinco curas que había en el pueblo, un párroco y dos sacerdotes estuvieron implicados en la represión, y además muy concienzudamente. Por ejemplo, estos sacerdotes fueron los que acompañaron a los vecinos que llevaron a fusilar a Falces y vieron arder al señor que he comentado. En otra ocasión, vecinos de Campanas le pidieron al párroco, que pasaba por allí, que rezase un responso antes de enterrar a nueve fusilados. Al ver que eran de Peralta, exclamó: «¿Éstos? No los quieren ni los cerdos». Y se marchó.
(Gara. 28 / 09 / 08)