miércoles, abril 01, 2009

CEMENTERIOS INVISIBLES BAJO LA LUNA. Artículo de opinión de Braulio Hernández Martínez. Licenciado en Filosofía

Hace 70 años, el 1 de abril de 1939, Franco declaró finalizada la Guerra Civil. Casi medio millón de personas (otros 60.000 fueron detenidos antes de pasar la frontera) iniciaron un trágico éxodo allende los Pirineos. Alojados en campamentos, en unas condiciones penosas, muchos murieron de enfermedades: el noventa por ciento de los niños que nacían allí no lograban sobrevivir. Otros, como el poeta Antonio Machado, murieron de pena. Seres olvidados en una Europa que se preparaba para otra guerra. Para "perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada", Franco, buscando su gloria, levantó con la sangre de los presos republicanos un proyecto faraónico, El Valle de los Caídos. Hace 50 años, el 1 de abril de 1959, lo inauguró. Más de 30.000 republicanos permanecen en fosas comunes en cunetas, cementerios, o en parajes como el de Víznar, donde se ocultan los restos de García Lorca. "Nunca sabremos la cifra exacta de víctimas de la Guerra Civil", dice un experto. No cesan de aparecer nuevos libros sobre la Guerra Civil y la represión de los vencedores en la posguerra. Las heridas abiertas de la Guerra Civil, de Jason Webster, es un libro "que trata de los ecos aún audibles de la Guerra Civil española", dice, en el prólogo, Paul Preston. "Tal vez solamente un extranjero, y un extranjero residente en España, podía crear un retrato verdaderamente preciso del dominio que el recuerdo de la Guerra Civil todavía ejerce en la vida de tantos españoles". El libro lleva este subtítulo: Un viaje por la España desmemoriada.
Durante décadas, el 1 de abril fue festejado con el Glorioso Desfile de la Victoria. Un decreto de la Jefatura del Estado (16/10/1938) establecía, "previo acuerdo con las autoridades eclesiásticas", que "en los muros de cada parroquia figurara una inscripción que contenga los nombres de sus caídos, ya en la presente Cruzada, ya víctimas de la revolución marxista". Muchos han sido declarados mártires por la Iglesia. Pero entre ellos no figura ninguno de los 16 sacerdotes vascos asesinados por el franquismo. De los muertos republicanos, ni una palabra. Los vencedores, incluida la Iglesia -"víctima y después verdugo" (Santos Juliá)-, impusieron una visión única del pasado. En los diez años siguientes al final de la guerra "no menos de 50.000 personas fueron ejecutadas" (Julián Casanova). Muchos fueron encarcelados; a otros los inhabilitaron de por vida, despojaron de sus cátedras; otros fueron expropiados. "Durante los 36 años de la dictadura de Franco, los perdedores de la Guerra Civil no podían hablar en público de sus sufrimientos ni de las pérdidas padecidas por sus familias" (G. Jackson).
"No sé quién concibió el último parte de guerra del 1 de abril de 1939. De manera clara, admonitoria y lacónica avisaban, como en las guerras de Roma, que no habría piedad con el vencido ... Sólo una mente perversa es capaz de planificar una especie de solución final selectiva al estilo del nazismo ... Recordar la memoria de muchas gentes honradas, la mayoría muy humildes, mártires y héroes anónimos, que muy posiblemente nunca tendrán el reconocimiento por parte de una institución que proclama ser la guardiana de la doctrina de Cristo, es un noble acto de humanidad para poner un punto final a un agravio histórico, haciendo real y efectivo su clamor de Paz, Piedad y Perdón" (Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo).
Franco repetía que los republicanos que no estuvieran inmersos en delitos de sangre salvarían sus vidas. El capuchino Gumersindo de Estella, en sus estremecedores diarios, Fusilados en Zaragoza. 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos, da cuenta de la falta de compasión del caudillo. Su última asistencia fue el 11 de marzo de 1942 (bastante enfermo, su superior le había prohibido madrugar), fusilaron a nueve. Él asistía voluntariamente, por compasión, a los reos de la cárcel de Torrero ("por aquella época gemían en la cárcel de Zaragoza 5.200 hombres y 880 mujeres") y fue testigo de cientos de ejecuciones junto a la tapia del cementerio. Hasta dieciséis reos llegaron a fusilar en un día. Muchos eran condenados en juicios sumarios, sin garantías, por ser republicanos. Una hora antes de fusilarlos los pasaban por la capilla en la que "sobre el crucifijo campeaba un cuadro que era el retrato de Franco". En su primera asistencia, uno de los reos, un joven catalán, rechazó sus servicios: "¿Cómo voy a practicar la religión si me matan en nombre de la religión?". El otro, D. Tregidio, católico y socialista, al ver el altar, protesta: "Esa religión que han comenzado ustedes ahora matando a un millón de españoles no es la del Evangelio, ésa es una religión fascista" (…) "¿Y por qué me matan a mí? ¡Ah! Porque trabajé cuanto pude por la clase obrera. ¡Y qué error han cometido con mi proceso! El tribunal de Zaragoza me condenó a 30 años. ¡Y el gobierno de Burgos me impuso la pena de muerte!". Gumersindo anota frases como éstas: "Y si se me pasa un día sin haber consolado a un afligido, lo cuento como día perdido"; "necesito ser de acero para no llorar". Cualquier "palabra de fiereza" contra los reos era interpretada allí "como señal de profunda adhesión al Movimiento y a la religión".
El proceder de los nacionales era inequívoco: "Es necesario propagar un ambiente de terror contra quienes no piensen como nosotros"; "cualquiera que sea abierta o secretamente del Frente Popular deberá ser fusilado", decía el general Mola, el organizador. El general Queipo de Llano, en sus bravatas radiofónicas, repetía que "del diccionario quedarían borradas las palabras perdón y amnistía". Antonio Bahamonde, que fue su jefe de prensa, tuvo que huir de la zona rebelde ante tantas carnicerías. Hombre creyente, confiesa que su fe llegó a tambalearse al ver "el beneplácito y la bendición de la Iglesia", muda ante tantas atrocidades. Escribió un libro, Un año con Queipo: "Sólo en la ciudad de Sevilla, e independientemente de toda acción guerrera, han asesinado a más de nueve mil obreros y campesinos… Las hordas moras se entregaron libremente al saqueo y a la violación". "No hay comparación posible entre la violencia, fría, metódica de los nacionales y lo que haya podido hacer el pueblo, en algunos casos, desbordando al Poder Público. Para conocer en toda su intensidad los procedimientos fascistas, hay que haber vivido en la zona".
En Huelva, donde apenas hubo resistencia, la represión se cobró más de 6.000 vidas" (P. Preston). Gracias a la presencia de periodistas extranjeros se tuvo conocimiento de las atrocidades de los nacionales a su paso por Badajoz: "Masacre después de la captura de Badajoz", se titulaba un artículo en el Manchester Guardian. "Naturalmente que los hemos matado. ¿Iba a llevar a cuatro mil prisioneros rojos con mi columna, teniendo que avanzar contrarreloj?", declaró el coronel Yagüe ante los rumores de tal matanza. "Los milicianos capturados en el coro de la catedral han sido ejecutados ante el altar", "los rebeldes han celebrado la Asunción con una terrible matanza", "la sangre corría a ríos por las calles" (Tuñón de Lara). La masacre de la plaza de toros (había niños y mujeres) es uno de los pasaje más crueles. En Madrid, donde habían empezado los bombardeos, la noticia llevó a los milicianos a ejecutar a decenas de presos políticos. Un miembro de la ARMH de Badajoz recuerda que a su padre lo fusilaron por socialista y a su abuelo "por vivir en pecado" (un vecino delató a los nacionales que estaba divorciado y tenía hijos con otra); al llegar éstos, dice, "a los que tenían alguna relación con el teatro los sentenciaban a muerte" (J. Webster).
La destrucción de Gernika quedó en el imaginario colectivo universal como símbolo de la atrocidad de la guerra. El 12 de octubre de 1936, el Día de la Raza, en un acto en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el fundador de la Legión, el general Millán Astray, se levantó de entre el público y respondió: "¡Viva la muerte!"... "¡Cataluña y el País Vasco son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!...". El rector, Miguel de Unamuno, tomó la palabra; empezó recordando que él era vasco, de Bilbao, y que el obispo presente "quiéralo o no, es catalán, de Barcelona". Su intervención, contra la violencia de los nacionales, fue respondida por el general: "¡Muera la inteligencia!"; y por los falangistas desenfundando sus pistolas. "Venceréis pero no convenceréis...", les dijo el rector. Republicano convencido, aunque desencantado (al principio simpatizó con Franco, después públicamente se arrepintió), Unamuno salvó la vida -a su lado estaba Carmen Polo, esposa de Franco- pero fue destituido y sufrió arresto domiciliario. Dos meses después, el 31 de diciembre, murió.
"En lugares donde el golpe militar triunfó inmediatamente las muertes violentas se contaron por miles" (P. Preston). En Canarias, Ceuta y Melilla "los sublevados mataron a 2.768 personas; en Galicia, a 3.000; en Zamora, a 3.000; en Valladolid, a 3.430, y en Navarra, a 2.789". En la zona republicana, la violencia anticlerical produjo 6.832 víctimas. En Paracuellos del Jarama y en Torrejón los milicianos fusilaron a 1.200 presos. Entre ellos, muchos sacerdotes y religiosos. Según los historiadores, el número total de muertos se aproximan a los 600.000, de los cuales 100.000 corresponden a la violencia en la zona rebelde, y 55.000 a la violencia en la zona republicana.
El cardenal primado Pla y Deniel volvió a recordar, el 19 de octubre de 1960, en la Universidad Pontificia de Salamanca: "Fue una cruzada por Dios y por España". Él cedió su palacio episcopal de Salamanca a Franco durante la guerra. La investigadora alemana Kristina Kayatz ha comparado la Carta Colectiva de los obispos, justificando la guerra, con el discurso que tres años antes pronunciara Hitler, el 1 de febrero de 1933. La Iglesia sacralizó al Generalísimo, lo blindó; llevó a "Franco bajo palio" (Jesús L. Sáez, sacerdote, M. H. ¿Cruzada o locura?, en la Red). "Llamarla Santa Cruzada fue un error en el que han incurrido los eclesiásticos, incluido el alto clero, por adular a los poderes civiles (…) No han sido pocos los sacerdotes que se han empeñado en acreditar con un sello divino una empresa pasional de odio y violencia", denuncia Gumersindo de Estella.
(Deia. 1 / 04 / 09)