Escoger tradiciones es un trascendente acto político. Quien suscribe lo aprendió del Teniente General Wolf G. Von Baudissin, ex Inspector General del Ejército alemán de la democracia posnazi, y con esta cita se inicia mi libro “Memoria irredenta del franquismo”, que tuve el honor de presentar en Barañáin el día 4 del presente abril. Se puede escoger la tradición de los guardias civiles general Aranguren Roldán, coronel Escobar Huertas, comandante Rodríguez-Medel Briones, capitán Uribarri Barutell, brigada Mas García (éste, en la isla canaria de la Gomera), todos ellos menos Uribarri asesinados por la barbarie militar-fascista-eclesiástica-terrateniente debido a haber sido leales en 1.936 a sus juramentos y a su dignidad; o se puede elegir la tradición de los guardias civiles que asesinaron por la espalda en Pamplona a su Jefe de Comandancia Rodríguez-Medel. Von Baudissin remataba: “Nuestras referencias a un pasado honroso han de ser a la resistencia contra el nazismo”. (Un servidor, comandante de Caballería, hace tiempo que escogió la tradición de generales de Caballería como Pozas Perea o Núñez de Prado y Susbielas, no la de otros “jinetes” cual Cabanellas Ferrer o Queipo de Llano, el traidor a todos los regímenes, sádico que incitaba a sus soldados a violar a las mujeres “rojas”).
La heroica apuesta de Rodríguez-Medel frente a Mola constituye una de las más sobresalientes muestras, entre otras mil, de la falsedad de una especie muy cultivada por la dictadura y por los militares franquistas: que “estaba muy claro”, era evidente que había que sublevarse contra el Gobierno de la República. Claro, por eso no se sublevaron los Generales Jefes de Región Militar (entonces llamadas “División Orgánica”) de Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona, Burgos, Valladolid, La Coruña (sólo se sublevó el de Zaragoza, Cabanellas), ni tampoco se rebeló contra la República el Jefe del ejército de Marruecos ni los generales al mando en Melilla y Ceuta. Por otro lado, muchos militares católicos de pura cepa, como el citado Escobar o el mismo Vicente Rojo, máximo militar leal, sirvieron con lealtad al Gobierno legítimo durante toda la guerra impuesta por Mola, Queipo y Franco, lo que prueba otra de las clásicas mentiras de los rebeldes: que servir a la República era atentar contra la sacrosanta religión.
El Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Navarra aquel 18 de julio conocía, en cambio, que Mola estaba en contacto directo con los servicios secretos de Mussolini y Hitler, sin cuya ayuda el golpe contra el Gobierno legítimo hubiese fracasado. Y este comandante extremeño casado con una pamplonesa, este hombre valiente, consciente y de verdadero honor era capaz de dar jaque a los planes de Mola y de unos requetés dispuestos a matar a mansalva en nombre de Dios, en una nueva “reconquista” que volviera a España a la Edad Media y a un nuevo tipo de Inquisición. Por eso había que matarle y echarle a una fosa común. Por eso el infame “Diario de Navarra” dirigido por el infame Raimundo García llamaba “grandes titanes de la civilización europea” a Hitler y Mussolini. Y le temían, como dicen que al “Cid”, incluso después de muerto. Por eso otro infame, el coronel Beorlegui, certificó que Medel había muerto por “hemorragia interna”, no a causa de disparos. Y el mencionado periódico publicó que “a consecuencia de un desgraciado accidente”. Luego, lo más que consintieron es que sus restos fuesen anónimamente a un panteón en que le prestaron un hueco, sin inscripción alguna. Los mismos que han mantenido, tres décadas de esta insuficiente democracia aún parcialmente secuestrada por el tardofranquismo, a más de cien mil españoles asesinados y enterrados sin nombre por zanjas, pozos y barrancos.
(*) Ante la imposibilidad de acudir al homenaje a José Rodriguez-Medel, este texto ha sido enviado por J.L. Pitarch para ser leido en el mismo.