APENAS un mes antes, Gernika había sido sacudida sin piedad desde el cielo. Las bombas arrojadas por la Legión Cóndor alemana y la Savoia italiana habían destruido la villa foral y evidenciado el mayor potencial armamentístico -propio o prestado- con el que contaban las tropas sublevadas, que avanzaban con paso firme desde Gipuzkoa. La conquista de Bilbao y el Cinturón de Hierro parecía cuestión de semanas y la única salida era, para muchos, el exilio. Por eso, miles de personas huyeron, fundamentalmente, hacia Cantabria, Cataluña y Francia. Y, por eso, miles de padres evacuaron a sus hijos en los barcos habilitados por el Gobierno Vasco. Eran los llamados niños de la Guerra , que se fueron, en muchos casos, para no volver. A Francia, a Bélgica, a Rusia o a Inglaterra. El destino era lo de menos. Lo de más era alejarse. Evitar la represión. Huir.
Desde mediados de 1937, miles de niños comenzaron a partir hacia otros países. No iban con sus familias, pero tampoco solos. Viajaban acompañados. De otros niños. De profesores. De tutores o responsables. E iban en grupos. En expediciones. Cada una, con sus particularidades. Con sus detalles, sus anécdotas, sus expectativas y sus lamentaciones.
Detrás de cada expedición se escondía una historia propia, una realidad distinta y un rumbo diferente. Eran desplazamientos independientes y, como tales, depararon situaciones independientes. Por ello, aún hoy en día, sus recuerdos se escriben también en claves distintas. Y sus protagonistas luchan por mantener viva la memoria de aquellos días, también, de manera diferente.
Labor de investigación
Cómo, dónde y por qué
Desde Inglaterra, la asociación Basque Children of '37 , que estos días está de visita por Gipuzkoa, lleva años trabajando para recoger y archivar todo el material vinculado a la presencia de niños vascos en aquel país. Es una labor de investigación que busca conocer y hacer saber lo que pasó, dónde pasó y cómo pasó. Porque, aunque es desconocido para muchos, el exilio inglés de la Guerra existió, fue importante y marcó para siempre las vidas de miles de vascos. Algunos volvieron pronto. Otros más tarde. Y otros nunca. Pero todos ellos tienen su espacio en el recuerdo y en la atención del citado colectivo británico.
El 21 de mayo de 1937, cerca de 4.000 menores embarcaron en el Habana , en Santurtzi, rumbo al Reino Unido. Con apenas un par de mudas y un cartón hexagonal pegado a la ropa en el que se podía leer su número de identificación y las palabras Expedición a Inglaterra , cada niño viajaba con un pasado distinto pero con un presente más o menos común. Eran refugiados e iban a ser acogidos en un campamento en la pequeña localidad de Eastleigh. A partir de ahí, cada uno sería enviado a alguna casa o colonia del país, pero eso lo diría el tiempo. De momento sólo contaba aquel primer destino: Eastleigh.
El viaje duró dos días. Dos largas jornadas de mareos y hacinamiento (el buque tenía cabida para 800 pasajeros y transportaba a 4.057) en las que acechaba la amenaza de ser avistados por un barco enemigo y en las que dormir se convirtió en una auténtica odisea. Cualquier rincón valía para intentar descansar e, incluso, los botes salvavidas fueron utilizados como improvisadas camas. En total, viajaban a bordo 3.840 niños, 80 profesores, 120 asistentes, 15 sacerdotes y dos médicos.
Después de 48 horas, el Habana atracó en Southampton. Como ocurrió con otras evacuaciones, los menores fueron recibidos en un claro ambiente festivo. Miles de personas se agolpaban en el muelle esperándolos y ellos, pese a la penosa experiencia del trayecto, se dejaron llevar por el entusiasmo. De hecho, llegaron a pensar que la tela que adornaba el puerto obedecía a su presencia cuando, en realidad, como más tarde supieron, obedecía a la coronación de Jorge VI, que había tenido lugar diez días antes.
Reticencias británicas
Pacto de no intervención
Pacto de no intervención
La recepción fue, en cualquier caso, multitudinaria. La opinión pública estaba aún sensibilizada por los bombardeos a Durango, el 31 de marzo, y Gernika, el 26 de abril (fueron los primeros ataques aéreos indiscriminados a población civil) y no dudó en responder al llamamiento del Gobierno Vasco para dar ese asilo temporal a los niños. Las reticencias las había puesto el Gobierno británico -adhiriéndose a su política de no intervención-, pero la mediación de la duquesa de Atholl, presidenta de la Comisión Nacional Mixta de Socorro para el Español, había permitido que finalmente se concediera el permiso. Eso sí, la financiación no fue pública (el Gobierno argumentó que ello iría en contra de ese pacto de no intervención) y tuvo que ser el recién formado Comité de los Niños Vascos en el que se hiciera cargo de la atención y la educación de los pequeños.
En un primer momento, los chavales fueron enviados al campamento de Eastleigh, habilitado en sólo dos semanas en un terreno de doce hectáreas y ofrecido por un granjero de la cercana zona de Swaythling. La previsión era la de una estancia corta, pero con el tiempo el asentamiento fue tomando forma. En su etapa de mayor actividad, llegó a contar con 500 tiendas de campaña, más de cien marquesinas, un hospital, un cine, un teatro y comercios. Permaneció en servicio apoyado por cientos de voluntarios y financiado con donaciones de caridad.
Cuando cerró, en septiembre, sólo quedaban en él 60 menores. Los vecinos de la región habían ido brindando su ayuda a los recién llegados y éstos se habían ido alojando en lugares más apropiados, en casas de toda Gran Bretaña y en colonias organizadas por distintos colectivos (los primeros en ofrecer asilo fueron el Ejército de Salvación y la Iglesia Católica) y sindicatos, fundamentalmente en Inglaterra y Gales. Más por obligación que por gusto, los chiquillos ya venían preparados para adaptarse a esa situación de incomodidad y nomadismo, ya que muchos habían vivido en apartamentos de varias familias en distritos obreros de áreas industrializadas.
El regreso
Proceso de repatriación
Proceso de repatriación
A mediados de septiembre, todos habían sido trasladados a esos nuevos hogares. Pero muchos volvieron, a partir de entonces, a Euskadi. El proceso de repatriación por parte franquista había comenzado en el norte de la Península y muchos niños empezaron a regresar a sus casas. Cuando comenzó la II Guerra Mundial, en 1939, la mayor parte había vuelto, a veces tras un terrible viaje. Lo que les esperaba, además, tampoco no era fácil. Algunos no hablaban castellano, otros se habían olvidado de sus padres y todos sufrieron para acostumbrarse a las trabas impuestas durante la dictadura.
No todos, sin embargo, regresaron. Cerca de 400 niños se quedaron en Gran Bretaña, bien porque así lo decidieron (si eran mayores de 16 años se les daba la opción de escoger) o bien porque sus padres habían sido asesinados o encarcelados. En 1945, más de 250 permanecían aún en el Reino Unido y, de ellos, muchos se quedaron para siempre. Ellos fueron los últimos de Eastleigh . Los niños vascos de la Guerra que, sin renunciar a su origen, se hicieron ingleses.
Cuando los 4.000 menores que habían embarcado en el Habana el 21 de mayo de 1937 subieron a bordo, ninguno imaginaba que estaría lejos de su casa más allá del verano o, quizás, más allá de un año. El exilio, sin embargo, no tiene finales escritos. Para unos fue corto. Para otros, largo. Y para el resto, eterno. Todos ellos, sin embargo, forman parte de la misma realidad. Siguen siendo hoy, setenta años después, los niños vascos del 37 . Los niños sobre los que su asociación, la que lleva su nombre, sigue indagando para recomponer aquel episodio histórico. Su trabajo ha dado hasta ahora muchos frutos. Quizás, su estancia estos días en Gipuzkoa permita obtener algunos más. De suceder, la visita habrá merecido más la pena. Pero, de no ocurrir, ésta habrá sido igualmente provechosa. Habrá servido, cuando menos, para dar a conocer un poco más de la historia de la Guerra, y, sobre todo, de la historia de Euskadi.
(Noticias de Gipuzkoa. 22 / 03 / 09)