El arqueólogo Julio del Olmo, el médico forense Albano de Juan y el historiador Pablo García Colmenares mostraron anteayer cierta decepción cuando en la fosa común que abrieron en Villamediana (Palencia) sólo aparecieron los cadáveres de tres mujeres.
Esperaban hallar los cuerpos sin vida de diez más y restaurar, así, en un solo vistazo, el honor de 13 de "las 25 rosas de Dueñas", las mujeres que los pistoleros falangistas asesinaron en los primeros meses que sucedieron al golpe de Estado del 18 de julio de 1936. El feminicidio del pueblo, de 3.000 habitantes, fue tal que en 1936 había 200 niños huérfanos en Dueñas. La represión se llevó por delante a 120 personas en un solo verano.
¿Dónde estaban los cadáveres restantes? Esperanza Pérez Zamora esperó 40 años en el exilio francés a que muriera el culpable de la muerte de su marido. En 1980, con Franco bien sepultado, volvió a Palencia, convocó a algunos vecinos y se encaminó con pico y pala a la fosa del pueblo de Villamediana cercano a Dueñas y a Venta de Baños donde fue enterradosu marido. Sacó un puñado de huesosy les dio sepultura digna en el cementerio. Pero Esperanza se equivocó de tumba. En lugar de recuperar los restos de su marido y sus compañeros fusilados todos vecinos de Venta de Baños exhumó los esqueletos de algunas de las 13 mujeres que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica esperaba encontrar el viernes pasado en el mismo lugar.
La posición de los tres cuerpos inertes es la imagen de la muerte violenta. Una mujer boca arriba, otra encogida entre sus piernas con la mandíbula abierta, que parece gritar de dolor, y un tercer cadáver alineado en una fila perfecta. A su alrededor, la tierra rojiza enriquecida por los restos orgánicos está salpicada por una peineta, el tacón de un zapato de mujer, botones y restos de un corsé.
«Puedo morir tranquilo»
Pedro Palenzuela de la Fuente, de 73 años, no sabe si alguno de los tres esqueletos que se acaban de desenterrares el de su madre Cecilia. No le importa. Ni siquiera mira con atención el espectáculo arqueológico. "Esto es muy grande", resume. Habla aliviado, como si haber cumplido con el objetivo vital de recuperar los restos de la madre que no disfrutó le extirpara el cáncer que padece. "Para mí, con llevar los huesos al pueblo, me vale. Ya puedo morir tranquilo", asegura.
No sabe con exactitud por qué mataron a su madre cuando él apenas tenía 15 meses y su hermana 3 años. Lo atribuye a "los malquereres y envidias" de las vecinas. "Aprovecharon que mi padre estaba fuera, segando en el monte, y se la llevaron", dice. Los dueños de la vida del pueblo en el verano de 1936 ni siquiera creyeron necesario celebrar un juicio para las mujeres. En apenas 24 horas las ejecutaban. Pedro nunca preguntó a su padre por qué asesinaron a su madre. "Bastante sufrió, nunca hablaba del asunto, nunca quise preguntar para no hacerle daño", recuerda.
Sin embargo, pone nombre y apelli-dos a las vecinas delatoras e incluso al hombre que apretó el gatillo. Ha convivido con esas familias durante décadas en Dueñas y no quiere que los hijos de los hijos paguen ahora por el mal que hicieron sus abuelos. "Incluso trabajaste para uno de ellos", le recuerda una vecina. "¿Yo?, bueno era el hijo, pero al padre le escupí en la cara cuando me pidió trabajo. Le dije: A ti no te hago nada, eres un criminal", narra Pedro con lágrimas. "Así fue, la mataron y me jodieron toda la vida", dice resignado.
A diferencia de Pedro, el historiador de la Universidad de Palencia, Pablo García Colmenares, sí tiene una teoría de por qué asesinaron a las mujeres. "Representaban los valores de una mujer libre, que pensaba por sí misma y no se plegaba al poder del hombre. Muchas habían salido a celebrar el primero de mayo, e incluso iban armadas cuando fueron detenidas", explica.
Los pocos datos biográficos que se conservan de las mujeres enterradas en Villamediana dicen que se trata de 13 mujeres de entre 25 y 51 años. Muchas de ellas fueron detenidas después de que sus maridos algunos afiliados a un partido de izquierdas, otros sindicalistas ya estuvieran en prisión. Mientras ellos fueron juzgados y sentenciados (algunos a muerte), ellas fueron asesinadas directamente, sin sentencia. El único rastro documental que dejó su asesinato fue una fría cruz junto a su nombre en la actualización del registro civil de 1937. Un recuento municipal que dejó en apenas un año muchos viudos encarcelados que, al final, consiguieron esquivar la muerte.
Uno de los testimonios orales de mayor valor de estos hechos lo dio una persona viva. Su nombre sonaba el pasado viernes en el único bar de Villamediana. "Celestino, el hombre de 97 años que viene en verano, lo sabe todo", afirma un vecino sentado junto a la barra. Celestino enterró a las mujeres. Era un mandado de los falangistas, que le encargaron el trabajo sucio. No participó en los asesinatos. De hecho, según cuentan en Villamediana, el hombre pasó en prisión ocho años por sus ideas de izquierdas.
Como homenaje, el olvido
Acabada la guerra, el Ayuntamiento de Dueñas decidió dar carpetazo a la historia y hacer memoria. Lo hizo al estilo franquista. Una orden municipal de diciembre de 1942 presentó un concurso para levantar un monumento a las víctimas. ¿A todas? No, sólo a "los caídos en nuestra cruzada de la liberación". El gobierno municipal se puso en marcha para averiguar cuántos vecinos de Dueñas murieron a manos de los republicanos en toda España. Fueron 34, cinco de ellos considerados mártires, por tratarse de sacerdotes. El Consistorio les dedicó una placa.
Ni un recuerdo para los más de 200 vecinos del pueblo que desaparecieron y fueron enterrados en distintas fosas esparcidas por los alrededores.
(Público. 23 / 03 / 09)