Decía hace escasas fechas Paco Etxeberria, profesor de Medicina Forense de la UPV y director del Departamento de Antropología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, que la exhumación de fosas de la Guerra Civil se hace, simplemente, para construir democracia, ya que a ésta "no se llega de un día para otro". "Nosotros, como colectivo, debemos ser imparciales. No somos parte de la discusión y tenemos que ser objetivos. Pero, en ningún caso podemos ser neutrales. Se tienen que poner recursos para que esas cosas no sigan ocurriendo", aseguraba, en una conferencia ante los alumnos de Derecho de la citada universidad. Detrás de aquellas palabras no se escondía una reflexión cualquiera, sino años de implicación, conocimiento y entrega.
Por eso, sus palabras surgen inevitablemente cuando se asiste a una de esas exhumaciones. Más allá de ideologías, sentimientos o pasiones, cientos de personas trabajan a diario para recuperar los restos de víctimas sepultadas bajo el olvido. Sobre todo de un bando, pero también del otro. Y en el eco que dejan sus esfuerzos, resuenan las palabras de Etxeberria. Es una tarea silenciosa, no siempre bien entendida, pero que responde sólo a una cuestión democrática. "Es mentira que se estén reabriendo heridas. Más bien, sucede todo lo contrario. Se cierran", agregaba el antropólogo.
Bajo las faldas del Moncayo, con apenas 1.300 habitantes y una historia similar a la de tantos pueblos, Magallón (Zaragoza) es testigo estos días de ese trabajo en silencio. Su cementerio, pequeño, junto a la carretera, como tantos otros, alberga la última de las exhumaciones que se están llevando a cabo por parte de Aranzadi. En su interior, Jimi Jiménez (director), Susanna Llidó, Carme Coch, Almudena García y Berta Martínez se emplean mañana y tarde para levantar los cadáveres que van apareciendo bajo la tierra.
Acompañados
Silencio pese a las palabras
Ellos cinco conforman el equipo de trabajo, pero no están solos. No siempre, aunque casi, alguien les acompaña. A menudo, Olga Alcega, presidenta de la Asociación de Familiares de Asesinados en Magallón y autora de la solicitud que ha propiciado la exhumación. Y en muchas otras ocasiones, los familiares de aquellos que recibieron el tiro de gracia. Todas esas personas que buscan, por fin, un final para la historia que les ha perseguido desde pequeños. Desde el terreno que circunda las zanjas en las que fueron enterrados los muertos, observan con detenimiento el trabajo de los técnicos.
No hablan mucho. Miran. Piensan. Recuerdan. Y agradecen. Agradecen a Olga, que también es nieta de un fusilado, su implicación. Agradecen a los antropólogos, que les escuchan, su dedicación. Agradecen a los otros familiares, que van llegando desde diversos municipios, su compañía. Y agradecen, también, el silencio.
Porque, por encima de todo, la escena se ve dominada por el más absoluto silencio. Y no sólo porque no haya palabras, sino porque, aunque las haya, sigue habiendo silencio. Sigue habiendo muertos en las zanjas, sigue habiendo bolsas de plástico con huesos recuperados y sigue habiendo tapias con fusilamientos a sus espaldas. Sigue habiendo Guerra y sigue habiendo represión.
Una historia de tantas
Disparos junto a una tapia
La historia que se esconde tras la exhumación no es muy diferente a la del resto de actuaciones. Hace 73 años, entre el 27 de julio de 1936 y los primeros días de enero de 1937, decenas de personas -la asociación que preside Olga Alcega ha documentado 85 casos- tildadas como rojos o de izquierdas fueron sacadas de sus casas y llevadas en furgoneta hasta el cementerio de Magallón, donde, en la parte trasera de una de las tapias, fueron fusiladas y, más tarde, enterradas. Eran vecinos de esa localidad y de otras muchas cercanas, tanto de Aragón como de Navarra -un total de 26 víctimas son de esta comunidad-, que fueron sepultados en el interior del camposanto aprovechando las zanjas que ya se encontraban abiertas para acoger los cuerpos de los fallecidos por muerte natural (a medida que se iban rellenando se iban abriendo nuevas fosas).
Los trabajos de exhumación, que comenzaron hace tres semanas y se prolongarán durante al menos otra más, se están llevando a cabo en una franja en la que ya se han localizado y levantado varios restos, pero es posible que no todos los fusilados estén allí. Según los testimonios recogidos, podría haber otra fosa a escasos metros de ésta, junto a la entrada del cementerio antiguo (la ampliación hace años del recinto hizo que esa zona quedara después en el interior del camposanto), aunque eso es algo que aún se desconoce con certeza. De hallarse ese segundo enterramiento, además, no es nada seguro que se pudiera abrir, toda vez que las dificultades técnicas son elevadas debido a la colocación encima de ese terreno de nichos o tumbas recientes. Los trabajos actuales se centran, en cualquier caso, en la primera parcela.
Allí, Jimi Jiménez dirige los desenterramientos, que se realizan zanja a zanja y que ofrecen, por sus características, indicios sobre lo sucedido hace siete décadas. "Hay una separación bastante importante que permite diferenciar perfectamente los cuerpos de uno u otro día, y eso nos puede dar pistas a la hora de establecer si se trata de unas personas u otras. Nos puede ayudar en su identificación", explica el arqueólogo, que afirma que el mes fijado para acometer la exhumación es sólo una previsión. "Tenemos planteado ese periodo, pero puede variar. Puede ser que se alargue porque las zanjas se compliquen y haya grupos grandes con cuerpos superpuestos, o puede que se acorte porque encontremos menos restos de los esperados", comenta.
El levantamiento
Hueso a hueso
Hueso a hueso
Junto a él, las otras cuatro profesionales, dos valencianas y dos madrileñas (todas ellas han colaborado antes con Aranzadi), completan las labores de exhumación. "Una vez que se determina el formato, la extensión de la fosa, cuántas personas hay enterradas y demás, se utiliza la metodología arqueológica. Se va retirando la tierra hasta dejar los esqueletos prácticamente en la misma posición en la que fueron alojados y se va viendo cualquier evidencia o incidencia que tenga relación con los cuerpos. Por ejemplo, se comprueba si hay proyectiles u objetos personales. Y, una vez que se ha registrado, documentado, medido y fotografiado, se levanta el cuerpo hueso a hueso", explica Jiménez.
Los restos de cada fallecido, haya sido enterrado solo o acompañado, se introducen en una caja individualizada, en la que se guardan los huesos y los posibles objetos encontrados en bolsas etiquetadas. A partir de ahí, en una siguiente fase posterior a la exhumación, las cajas serán llevadas a un laboratorio para analizar las características de la víctima: sus patologías, tanto relacionadas con la muerte como anteriores a ella, y otras cuestiones encaminadas al objetivo final, a través del ADN, de la identificación.
En ese momento, el proceso habrá concluido pero, para llegar a él, antes habrá sido necesario escuchar el silencio de Magallón. Ese silencio no tan incómodo como necesario que obedece, simplemente, a una cuestión de democracia. Porque, cuando acabe la exhumación, las palabras de Etxeberria volverán a resonar más altas que nunca. Volverán a resonar más allá de la imparcialidad. De la objetividad. Volverán a resonar en nombre, sólo, de la neutralidad.
(Noticias de Gipuzkoa. 8 / 03 / 09)