Félix Pandín, Sebastián Erdozia, Luis Ortiz y Juanito Arantzamendi volvieron ayer, como lo han hecho los últimos cuatro años, a la carretera que une Igari con Bidankotze, en la muga donde confluyen los valles de Zaraitzu y Erronkari, ya que hace 65 años formaron parte de los batallones destinados a su construcción. Allí se ubica el monumento a los que, como ellos, trabajaron como esclavos con el doble objetivo de quedar arrodillados ante el régimen franquista y de servir como mano de obra gratis.
Estos hombres, lejos de ser «vencidos» o ver mermada su salud tras las duras condiciones de vida a las que fueron condenados, mostraban ayer una dignidad, fuerza y vitalidad impropias de alguien que ronda los 90 años de edad. Así lo reflejaba Félix Pandín: «Estamos contentos de que se sepa el hambre y la represión que padecimos. A mí me cogieron, junto con otro compañero, el 17 de julio de 1937. Estuve seis años preso en cárceles de Gasteiz, pasé por cuarteles, cuadras, donde hoy es el Parlamento... hasta que me destinaron al campo de concentración de Miranda de Ebro. Se conoce que no encontraron cargos contra mí. Yo era miembro de las Juventudes Libertarias, de la CNT, y teniente del ejército republicano. Por eso, cuando nos cogieron, pensamos `ya se ha acabado la historia'. A mí no me mataron, pero a mi compañero sí. Me lo contó su hermano, al que encontré años más tarde».
«Un plátano para dos»
Salvó la vida, pero los años siguientes fueron terribles. «Pasé el tifus, la sarna, forúnculos, colitis... pero bueno, la comida era mejor que en los sitios anteriores. En Gasteiz todo era miseria, hambre y palos». De allí fue trasladado a Guadalajara, y después le tocó ir a Baztan, a construir fortificaciones en Otxondo. También fue llevado a Salamanca. De allí cuenta que «me manqué, me lesioné en la pierna, y me dieron la baja. Ví que el batallón era como una empresa, donde cobraban los curas y los mandos, pero nosotros no. Prometían premios; cuando salí licenciado de allí, un cura me avisó de que había cobrado 25 pesetas. Le dije que las repartiera entre los niños que venían mientras nosotros trabajábamos».
El 1 de julio de 1940 se hallaba en Bilbo cuando recibieron el aviso de que serían trasladados a Iruñea. «Nos metieron en los vagones de un tren de mercancías y fuimos entre mierda de vacas. Desde Iruñea, nos llevaron en coches militares a Erronkari. Al llegar, el mando nos informó de que tendríamos que esperar a que organizaran aquello. Nosotros comimos lo que habíamos traído de casa, y a los días nos dieron un `chusco' de pan y un plátano para cada dos personas. El sargento nos mandó a hacer zanjas destinadas a los desechos. Pero como no comías, ¡tampoco cagabas!»
Después fueron instalados cerca de Bidankotze. «Como no había alambrada, escapábamos de noche a Igari a por pan, aunque los oficiales ponían a la venta la comida que no nos daban; querían que gastáramos las cuatro perras que nos mandaban de casa. ¡Espabilados que eran!». También fueron trasladados al cercano pueblo de Igari. Todos los días caminaban hasta las canteras, donde trabajaban con barrenos. Otro día les hicieron ir andando hasta Burgi, pasando por el puerto de las Coronas. «Por el camino se me rompió la correa de la mochila, y me quedé atrás. ¡Las hostias que me dió el oficial hasta que llegué donde los demás!». Fue una dura caminata debido a su debilidad: «Nos tropezábamos con cualquier cosa, y te pegaban. Cuando llegamos, nos hicieron sentarnos para descansar, pero luego no podíamos ni levantarnos, ¡lo que dolían las piernas!».
El retorno de los hijos
Tras el paso por estos valles, Pandín fue destinado a la construcción de las carreteras de Jaizkibel y Oiartzun-Lesaka. «He pasado por muchos sitios, y en la mayoría, como aquí, he sido muy mal tratado», declara. Con todo, reitera su firmeza, ya que a sus 92 años sigue luchando, e incide con energía en que «hay que seguir en ello». Él ha estado en varias ciudades dando charlas y ha escrito sus vivencias.
Otra de las invitadas fue Mercedes Martín, de Andalucía, que acude desde hace dos años al homenaje de Igari, desde que tuvo conocimiento de que su padre, Antonio Martín, murió al caer enfermo en la construcción de esa carretera. «No puedo más que agradecer a todo el mundo que en estas tierras se ha portado maravillosamente. Estoy triste y contenta. Gracias, no puedo decir otra cosa. He estado mucho tiempo sin saber de mi padre, y esto es muy grande», declaró emocionada. Reconoció que «ha sido duro encontrarme con estas personas que trabajaron como mi padre... me hubiera gustado que estuviera él aquí». También remarcó la terrible que ha sido para ella y para su madre no saber nada de su padre durante toda la vida, ya que apenas tenía años cuando le comunicaron su fallecimiento en Iruñea... pero nada más, ningún detalle. «Al final acudí a una asociación relacionada con la memoria histórica, y me pusieron en contacto con Fernando Mendiola, en cuyo libro se cuenta la historia de mi padre. Ahora todos me vienen con informaciones de toda clase, y estoy muy feliz».
«No perdáis la dignidad»
Entre los homenajeados, además de los cuatro supervivientes de la carretera de Igari, se hallaban Isaac Arenal, de Madrid, que construyó las vías del tren en Altsasu, o Bixente Lakasia de Burgi, que fue destinado a las islas Canarias y a Africa. Todos ellos agradecieron el acto conmemorativo de ayer, y algunos reivindicaron su lucha por la libertad y la República, animando a los jóvenes que tenían enfrente: «No perdáis la dignidad, y no os dejeís avasallar por esta sociedad corrompida».
Especialmente agradecido se sentía el ondarruarra Juanito Arantzamendi: «Ver aquí a los hijos de nuestros amigos es un premio hermoso, no necesitamos más recompensa». También se emocionó al ver ikurriñas y escuchar las palabras de la alcaldesa de Bidankotze en euskara. Los organizadores del homenaje agradecieron «vuestra memoria, nuestro camino».
(Gara. 15 / 06 / 08)