domingo, noviembre 09, 2008

NUNCA MAS SATURRARAN

Anita Morales permaneció recluida en la prisión de Saturraran desde 1940 hasta 1943, junto a su hijo. Un bebé. Como ella, otras 4.000 mujeres cumplieron condena en la cárcel situada junto a la playa, muchas de ellas con sus hijos o hijas. Por eso, ayer no quiso faltar al homenaje que ayer se tributó a las fallecidas en cautiverio y a los ondarrutarras y mutrikuarras que ayudaron a las reclusas en aquellos difíciles momentos.

La inauguración de una placa conmemorativa en el cementerio de Mutriku dio inicio a los actos de desagravio. En el campo santo donde eran enterrados los cuerpos de las mujeres y niños fallecidos en cautiverio "a donde eran trasladados en carros" ya no queda rastro físico alguno de ellos, por eso los organizadores quisieron que quedara constancia de su existencia. "Que nunca más se conozca un Saturraran. Ni aquí ni en ninguna otra parte del mundo", gritó Anita Morales, tras descubrir el rótulo. La anciana madrileña, de 91 años de edad, aún recuerda de manera nítida las vicisitudes que sufrió en el centro de reclusión. "Al llegar otras reclusas me reconocieron y recogieron varias piezas de lana para poder acomodar a mi bebé, ya que el resto dormíamos en el suelo". La prisión estaba muy deteriorada e incluso estaba desamueblada, a lo que había que añadir que acogía a un número muy elevado de internas. "Estaba diseñado para 500 presos, pero llegamos a estar hasta 4.000. Dormíamos en lavabos y servicios y teníamos dos baldosas y media por persona", ilustra Morales. A la escasez de sitio había que unir el tratamiento que les dispensaban sus cuidadores, humillante y en condiciones de salud muy penosas. "Las monjas Mercedarias nos daban muy poca comida, ya que parte la guardaban para alimentar a los animales, como cerdos, conejos..., que cuidaban para obtener beneficios".

En los actos de ayer participó también César Blanco, a quien Anita conoció en la prisión madrileña de Ventas cuando era un bebé y con quien volvió a coincidir en Saturraran. Blanco era hijo de la reclusa Teresa Alonso, con quien entabló amistad Anita Blanco. De hecho, "una de las pocas lecturas positivas de aquél negro periodo fue la amistad y el compañerismo que surgió entre las internas", señaló. Su recuerdo de la cárcel es muy vago. "Había una puerta metálica que me parecía muy grande, aunque no lo era tanto". De hecho, César no permaneció mucho tiempo en prisión, ya que al cumplir los tres años los niños eran separados de sus madres. "Luego veníamos a visitarla, con mi padre y mi abuelo. Fue entonces cuando coincidimos con la familia Antxustegi-Badiola, de Ondarroa, que nos ayudaron y comenzaron a llevar comida a mi madre a la prisión cada día", agradece. "Desde entonces hemos mantenido siempre contacto y para nosotros son como de nuestra familia", añade. Como este son muchos los ejemplos de humanidad y solidaridad que dieron los vecinos de Ondarroa y Mutriku, y que ayer se quiso reconocer, además de recordar a las víctimas y aquél negro capítulo de la historia que nunca más se debería de repetir. Una placa recuerda en el cementerio a las 177 personas fallecidas en la cárcel, cuyos nombres figuran en Saturraran Muchas familias de Ondarroa y Mutriku ayudaban a las reclusas llevándoles a la cárcel comida y esperanza.

(Deia. 09 / 11 / 08)