La franja litoral entre Málaga y Almería, 200 kilómetros de recorrido que ofrecen hoy un detallado testimonio de la era del ladrillo y el golf en Andalucía, oculta bajo su turística estampa mediterránea las pruebas de una jauría de hombres contra hombres. Solo entre los días 7 y 11 de febrero de 1937, varios miles de personas –al menos tantos como los 3.000 chilenos que murieron durante los 17 años de la dictadura de Pinochet, por ejemplo– fueron masacradas en su huida desde Málaga, tomada por los rebeldes, hasta Almería, en un éxodo conocido como la desbandá y que casi 72 años después sigue envuelto en incógnitas y brumas.
“Hay quien dice que fueron 5.000 muertos. Otros, que 10.000. Es muy difícil”, cuenta el presidente de la Asociación contra el Olvido de Málaga, FranciscoEspinosa. “No sabemos ni siquiera con detalle qué documentación hay”, añade. Los radicales cambios urbanísticos de la zona en los últimos 70 años añaden una dificultad casi insalvable para el hallazgo de cadáveres. Andrés Fernández, arqueólogo del proyecto del cementerio de San Rafael, en Málaga, que ha recuperado 2.400 cadáveres, asume que buscar rastros de la desbandá “sería muy complicado”.
Encarnación Barranquero, autora junto a Lucía Prieto de la investigación Población y guerra civil en Málaga, afirma que “decir 3.000 podría ser pasarse, pero también quedarse cortos”, al tiempo que señala que un buen número de muertos de la fosa de Órgiva (Granada) salieron de Málaga aquel infausto 7 de febrero.
Al margen de la cifra de fallecidos, lo que ningún historiador que haya abordado la desbandá discute es que al menos 100.000 personas huyeron de Málaga. En la ciudad, que había acogido a miles de refugiados de Sevilla, Cádiz, Córdoba y Granada, reinaba el terror ante la inminente llegada de las tropas de Queipo de Llano. Ayudado por moros e italianos, un rumor de violaciones y matanzas masivas precedía su aliento. “Los informes internos de la República dicen que llegaron a Almería 60.000. Es más que prudente pensar que salió de Málaga al menos el doble”, explica Jesús Majada. Este profesor reunió y expuso en Málaga en 2004 las fotografías de la desbandá realizadas por el doctor canadiense Norman Bethune y sus ayudantes, contribuyendo a la toma de conciencia de la población sobre las dimensiones de la tragedia. “Unas 10.000 personas fueron a la exposición. Nunca se habían visto imágenes de aquello”, recuerda.
Doble vergüenza
La historiadora Barranquero cree que el espeso silencio que durante años ha rodeado estos hechos se fundamenta en que era “vergonzoso” tanto para los nacionales, por motivos obvios, como para la República, “que no pudo proteger” a esos miles de personas indefensas, entre ellos gran cantidad de mujeres y niños expuestos en la serpenteante carretera de la costa al bombardeo de buques y aviones alemanes; ametrallados desde las laderas, con los italianos pisándoles los talones.
Los testimonios recogidos por los supervivientes dan fe de escenas terribles, como las recogidas por el historiador británico Anthony Beevor. La propia Barranquero y el historiador Antonio Nadal publicaron en la revista Jábega, ya en 1987, párrafos sobrecogedores. Miguel Escalona, que tenía 10 años en 1937, contaba 50 años después: “Nunca he olvidado a aquella mujer que, herida por un obús, en medio de un charco de sangre, amamantaba y abrazaba a su hijo de dos meses”. Ese era, hace siete décadas, el paisaje hoy cubierto por el asfalto del progreso andaluz.
“Hay quien dice que fueron 5.000 muertos. Otros, que 10.000. Es muy difícil”, cuenta el presidente de la Asociación contra el Olvido de Málaga, FranciscoEspinosa. “No sabemos ni siquiera con detalle qué documentación hay”, añade. Los radicales cambios urbanísticos de la zona en los últimos 70 años añaden una dificultad casi insalvable para el hallazgo de cadáveres. Andrés Fernández, arqueólogo del proyecto del cementerio de San Rafael, en Málaga, que ha recuperado 2.400 cadáveres, asume que buscar rastros de la desbandá “sería muy complicado”.
Encarnación Barranquero, autora junto a Lucía Prieto de la investigación Población y guerra civil en Málaga, afirma que “decir 3.000 podría ser pasarse, pero también quedarse cortos”, al tiempo que señala que un buen número de muertos de la fosa de Órgiva (Granada) salieron de Málaga aquel infausto 7 de febrero.
Al margen de la cifra de fallecidos, lo que ningún historiador que haya abordado la desbandá discute es que al menos 100.000 personas huyeron de Málaga. En la ciudad, que había acogido a miles de refugiados de Sevilla, Cádiz, Córdoba y Granada, reinaba el terror ante la inminente llegada de las tropas de Queipo de Llano. Ayudado por moros e italianos, un rumor de violaciones y matanzas masivas precedía su aliento. “Los informes internos de la República dicen que llegaron a Almería 60.000. Es más que prudente pensar que salió de Málaga al menos el doble”, explica Jesús Majada. Este profesor reunió y expuso en Málaga en 2004 las fotografías de la desbandá realizadas por el doctor canadiense Norman Bethune y sus ayudantes, contribuyendo a la toma de conciencia de la población sobre las dimensiones de la tragedia. “Unas 10.000 personas fueron a la exposición. Nunca se habían visto imágenes de aquello”, recuerda.
Doble vergüenza
La historiadora Barranquero cree que el espeso silencio que durante años ha rodeado estos hechos se fundamenta en que era “vergonzoso” tanto para los nacionales, por motivos obvios, como para la República, “que no pudo proteger” a esos miles de personas indefensas, entre ellos gran cantidad de mujeres y niños expuestos en la serpenteante carretera de la costa al bombardeo de buques y aviones alemanes; ametrallados desde las laderas, con los italianos pisándoles los talones.
Los testimonios recogidos por los supervivientes dan fe de escenas terribles, como las recogidas por el historiador británico Anthony Beevor. La propia Barranquero y el historiador Antonio Nadal publicaron en la revista Jábega, ya en 1987, párrafos sobrecogedores. Miguel Escalona, que tenía 10 años en 1937, contaba 50 años después: “Nunca he olvidado a aquella mujer que, herida por un obús, en medio de un charco de sangre, amamantaba y abrazaba a su hijo de dos meses”. Ese era, hace siete décadas, el paisaje hoy cubierto por el asfalto del progreso andaluz.
(Público. 27 / 10 / 08)