domingo, mayo 24, 2009

MEMORIA CONTRA EL HORROR

Dicen los que la vivieron que no ha habido guerra peor que la Guerra Civil porque en ella hermanos mataron a hermanos y tíos a sobrinos sólo por el mero de hecho de caer en bandos diferentes y disparar a campo abierto a un enemigo que ni siquiera era el suyo. Porque entonces no valía pensar ni creer, sólo acatar lo que las líneas imaginarias de la contienda marcaban o sufrir las consecuencias.

Dicen los que la vivieron que muchos se resistieron a luchar por un sinsentido y prefirieron ser fieles a sus ideales y a lo que consideraban que era lo correcto, un concepto que en tiempos de guerra se diluye de tal manera que se reduce en muchas ocasiones a una cuestión de supervivencia. Y es que lo triste del miedo es que es la más poderosa de las armas porque ataca sigilosa, sin dejar marcas visibles, pero actúa con una eficacia implacable. Terror a una falsa acusación de un vecino que llevara, en el mejor de los casos, a parar a las cárceles, a las represalias contra la familia, a los paseos nocturnos y a los campos de concentración donde las condiciones de vida eran más de muerte.

Dicen también los que la vivieron que han contado sus memorias porque sobrevivir para hacerlo público es el orgullo que les queda, sabiendo que su relato, quizás, suponga un camino de no retorno a aquella barbarie. Por ello es bueno saber que en esta provincia y sus alrededores, en la que muchos piensan que apenas se sufrió la represión por ser un terreno de retaguardia, hubo campos de concentración que supusieron el infierno para miles de ciudadanos. DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, con motivo de su IV Foro de Debate que impulsa con la Cadena Ser-Vitoria y Artium, recuerda la realidad de estos centros en la provincia y la tragedia que vivieron algunos de sus habitantes en la Guerra Civil y años posteriores.

Entonces, la gran cantidad de sublevados que se consideraban contrarios al bando nacionalista, llevó a que a mediados de 1937 fueran más de 4.000 personas las que estaban concentradas en las cárceles de Vitoria. A éstos hubo que sumarles otros 3.000 prisioneros que llegaron del frente en 1939. Así las cosas, la prisión de la calle La Paz se demostró insuficiente para retenerles a todos y pronto se tuvieron que habilitar nuevos espacios en el convento del Carmen, el antiguo cuartel de la Policía en la Correría, la plaza de toros, las escuelas de Ali y el colegio Sagrado Corazón que, al final, también se quedaron cortas.

Fue entonces cuando los altos cargos se dieron cuenta de que la total intolerancia multiplicaba los enemigos potenciales y se empezaron a crear campos de concentración en Álava como el de Nanclares y el de Murgia o el también cercano de Miranda de Ebro, donde las condiciones de vida eran intolerables y las prácticas más que degradantes, como demuestran algunos de los documentos sobre estos lugares que posee la asociación Ahaztuak 1936-1977.

Paseos y enfermedades
Precisamente en el de Miranda de Ebro llegó a haber hasta 80.000 reclusos en sus tres etapas. La celeridad con que debió construirse, a base de la infraestructura confiscada al Circo Americano y una fábrica cercana, llevó a que los primeros tiempos fueran crudos, marcados por la precariedad de las instalaciones que más tarde se mejoraron algo con la construcción de rudimentarios barracones, pero que no sirvieron para que las condiciones de vida mejoraran demasiado ya que muchos presos se tuvieron que fabricar el calzado con botes de conserva y tablas como suela y hasta realizaron una huelga de hambre ante la existencia de una sola fuente para beber.

La situación no fue mucho mejor en el campo de concentración de Murgia, para el que se empleó como base el convento de los Padres Paúles. Alrededor de 1.500 reclusos pasaron por estas instalaciones donde los curas se convirtieron en carceleros que amenazaban e insultaban a los presos. Hasta tal punto que hicieron oídos sordos a las numerosas sacas que realizaron los escuadrones de la muerte y que terminaban con decenas de personas fusiladas en el cementerio de Derio. Los supervivientes recuerdan con especial pavor la crueldad de hombres como Galo Zabalza, el capitán Orue y el requeté Navarro. Estos dos últimos fueron responsables de muchas ejecuciones extrajudiciales.

El campo de Nanclares pasó a convertirse de un balneario de los Hermanos de las Escuelas Cristianas a un cerro de trabajos forzados. Controles de listas, recuentos constantes y carencias alimenticias fueron los principales elementos disuasorios contra las fugas. Aunque esto no fue suficiente para que durante su existencia de 1940 a 1947 pasaran por allí miles de detenidos en base a la Ley de Vagos y Maleantes -en su mayoría brigadistas internacionales y presos del resto del Estado-. Por desgracia, no todos ellos sobrevivieron hasta tal punto que la localidad se vio obligada a ampliar el cementerio ya que cerca de 120 murieron por disentería, desnutrición y tuberculosis.

(Noticias de Alava. 24 / 05 / 09)