jueves, mayo 14, 2009

1936. EL AÑO DE LA INFAMIA

Han tenido que pasar 70 años para que Teodoro Olarte Aizpuru, presidente de la Diputación alavesa, que fue fusilado el 18 de septiembre de 1936, tuviera un reconocimiento entre los suyos. Es sólo un ejemplo que demuestra que la represión que dejó en Álava aquel levantamiento militar y la posterior dictadura han sido injustamente olvidados durante más de medio siglo. Tras una ardua investigación, los historiadores han podido comprobar cómo la población no fue tan complaciente con el régimen como cabía pensar. Sólo aquel golpe dejó en el territorio más de 300 fusilados y miles de huidos y represaliados.

El relato de los hechos se remonta a finales de 1935. Tras unos años de profunda debilidad, en la que la derecha se había hecho con los principales poderes de la República, Álava se planta pocos meses antes del golpe militar con una izquierda dispuesta a darlo todo por recomponer su unidad. Por un lado, los republicanos lograban incrementar en el territorio su número, mientas que las organizaciones de trabajadores acercaron sus posiciones en torno a dos objetivos: la respuesta a la paralela radicalidad de la derecha y la unidad de cara a la próxima convocatoria electoral.

Una imagen representativa de aquella época fue un acto convocado el 14 de abril de 1936, a raíz de la muerte accidental en Vitoria de un obrero que respondía a los gritos contrarios a la República en el día de su aniversario. Aquel fallo por colapso dio lugar a una demostración de unidad de la izquierda, con una manifestación en la que participaron todos: republicanos, comunistas, socialistas, sindicalistas y anarquistas. Pero para aquel entonces, el Frente Popular ya había obtenido réditos electorales. Las elecciones a Cortes llevaron a Ramón Viguri Ruiz de Olano, un republicano azañista nacido en Anda, a alzarse con la victoria. El mayor tirón de la izquierda se constató en Vitoria, donde fue la candidatura más votada, y también en Rioja Alavesa, donde llegó a lograr el 30% de los votos. La izquierda alavesa, sin embargo, apenas lograba muestras de apoyo en la zona rural, salvo algunas excepciones como Alegría, Quintana, Zalduendo, Ribera Baja y Nanclares.

La victoria en todo el país devolvió a la izquierda el control de todos los órganos del Estado, con Azaña al frente. En Álava, los concejales y alcaldes que habían sido destituidos en el año 1934, tras el triunfo de la derecha, retomaron sus cargos, y Teodoro González de Zárate regresó al frente del Consistorio vitoriano el 22 de febrero.

De forma paralela, la elevada tasa de paro aumentó notablemente la conflictividad laboral en Vitoria. Entre los meses de febrero y julio, la inestabilidad fue total, con convocatorias de paros y protestas de trabajadores. En mayo arrancó una huelga que mantuvo la ciudad en la más completa inactividad durante ocho días, demostrando así la fortaleza de un movimiento obrero que había quedado en entredicho durante los años anteriores.

Sin embargo, tal efervescencia no ocultaba la contradicción en la que vivía la izquierda -tal y como recuerda el propio Antonio Rivera en su libro Las izquierda en Álava -, cuando parte de ella se echaba a la calle para reivindicar los derechos de los trabajadores, y la otra ocupaba cargos de responsabilidad en las principales instituciones alavesas.

La situación fue aprovechada por los extremistas de derechas, que en los últimos meses habían radicalizado sus posturas, y tejían un plan para tratar de hacerse con el poder mediante la fuerza. En este sentido, el alavés José Luis Oriol, que también había concurrido a las elecciones de 1936, jugó un papel clave.

El 19 de julio fue declarado el estado de guerra. Las calles y los caminos se poblaron de soldados y requetés, mientras que republicanos, izquierdistas y nacionalistas fueron llenando la Cárcel Provincial, ubicada en la calle Paz, y en improvisadas prisiones como las del convento de El Carmen, la plaza de toros, las escuelas de Ali, un local de la calle Correría, el seminario viejo, o el colegio Sagrado Corazón, donde se internaba a las mujeres, a las que se les cortaba el pelo a lo chico para humillarlas. Además, a medida que se extendió la guerra, también se crearon campos de concentración en Miranda de Ebro, Murgia y Nanclares, entre otras localidades.

Muchos historiadores destacan que buena parte de la culpa de esta situación la tuvo la propia izquierda alavesa, que pensó que estaba ante una nueva sanjurjada que se resolvería en sólo unos días, y que "no supo leer la diferencia que suponía la movilización de una numerosa población dispuesta a todo, al enfrentamiento civil". Cabe destacar que en aquellos años las sublevaciones que se daban en Europa se convertían en guerra civil, ya que el protagonismo correspondía a masas radicalmente ideologizadas y militarmente encuadradas.

Los cierto es que la represión pasó factura en todo el territorio. Sólo en Vitoria, a mediados de 1937, había más de 4.000 detenidos. Además de en la capital alavesa, las zonas donde mayor sufrimiento se registró fueron Izarra, Legutiano y Aramaiona, donde se estableció la línea de frente. También hubo focos de resistencia en Arraia-Maestu, Zalduendo, Elciego, Labastida, Araia, Zambrana o Nanclares.

Las autoridades republicanas fueron cesadas inmediatamente. Es el caso de Tomás Alfaro, teniente de alcalde de Vitoria, que fue relegado de su cargo forzosamente, pero tuvo la fortuna de escapar del fusilamiento gracias a los contactos de su esposa, que era aristócrata. Los alzados actuaron con saña contra los representantes de las principales instituciones. Prueba de ello fue lo ocurrido en la Diputación alavesa -Gestora provincial-, donde de quince de los gestores nombrados después de las elecciones de febrero de 1936, nueve fueron asesinados, entre ellos su presidente, Teodoro Olarte Aizpuru. Por su parte, en el Ayuntamiento de Vitoria la represión se cebó con su máxima autoridad, el alcalde Teodoro González de Zárate, que fue fusilado en el puerto de Azazeta, camino de Estella. Otros ediles fueron castigados con multas, destierros y prisión. En todo Álava, se calcula que hubo entre 200 y 340 asesinados. Buena parte de ellos eran maestros, contra los que los antirrepublicanos ejercieron una violencia atroz por proclamar la educación laicista.

Arrancaba así una larga dictadura que sumiría a la sociedad alavesa en una época ausente de derechos y libertades públicas. Las muestras de oposición al régimen estaban debilitadas, pero no acabadas. Se cuenta que los bares del oscuro Casco Viejo de Vitoria acogían tertulias de ciudadanos de izquierdas que trataban de poner en común sus reflexiones sobre lo que estaba sucediendo prácticamente en la clandestinidad.

Sin embargo, el hastío ante una dictadura que no terminaba fue fraguando un movimiento de resistencia de mayor envergadura entre colectivos de sensibilidades diferentes. Con el antifranquismo como causa común, se configuró una cultura diferente de izquierdas en la que intervinieron con un papel muy activo los nacionalistas vascos, que lideraron buena parte de las acciones de la resistencia. Tras varios llamamientos a la huelga desde el Gobierno Vasco en el exilio que, en el caso del territorio de Álava pasaron prácticamente desapercibidas, finalmente en mayo de 1951 se produjo el más importante conflicto huelguístico y de resistencia al régimen de la época.

En Álava, también en esta ocasión, el seguimiento fue mínimo y se redujo a la localidad de Legutiano, aunque el éxito alcanzado en el resto de Euskadi prendió la mecha en Vitoria, donde se paralizó la actividad de muchas fábricas durante unos días de mayo. Aránguiz, Armentia y Corres, Echauri y la carpintería Aguirre fueron los primeros en parar de trabajar, aunque en las jornadas siguientes más de 8.000 trabajadores, casi las dos terceras partes del total de obreros de la ciudad, participaron en unas movilizaciones que surgieron casi de forma espontánea.

Los expertos coinciden en que dado el carácter de los detenidos, en su mayoría activistas del tiempo de la República o hijos de éstos, fue la última manifestación de resistencia de una generación procedente de los años 30, enseguida sustituida en Álava por la conformada con la inmediata industrialización y la nueva clase obrera generada por ésta. Prueba de ello, los sucesos del 3 de marzo que casi un cuarto de siglo después conmocionarían a la capital alavesa. Pero eso ya es otra historia.

(Noticias de Alava. 14 / 05 / 09)