viernes, junio 19, 2009

PARQUE DE LA MEMORIA. Artículo de opinión de Mikel Sorauren

Resulta llamativa la actitud de quienes pretenden cubrir con el olvido los episodios que tuvieron lugar en Navarra y otros lugares del Estado español a raíz de 1936. Se resisten a tomar conciencia de lo que dice el viejo adagio respecto al menosprecio de los hechos históricos. El mismo nos advierte de que… el Pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. En nuestro caso la gravedad del asunto se encuentra en el riesgo que asumen los partidarios del olvido de encontrarse en el futuro con una situación similar a la de julio del 36 y la tragedia que siguió.

A lo largo de décadas -30, 40, 50 años- oímos hablar de victorias, héroes y mártires. Cuando se pudo decir que había también otros héroes y mártires, se agitaron. Recuerdo al inolvidable Josemari Jimeno Jurio en una conferencia al respecto que reclamaba el derecho a levantar la bandera de nuestros muertos, como lo habían venido haciendo otros con los suyos. Era obligado, no por desprecio a los muertos del bando vencedor, sino por justicia a quienes lo fueron del vencido sin ninguna culpa.

En la época de la niñez y adolescencia entré en numerosas ocasiones al entonces cenotafio de la plaza del Conde de Rodezno, memorial lúgubre de los caídos que se atribuía el vencedor. Impresionaban las paredes cubiertas de nombres, la cripta con las losas de granito destinadas a Mola y Sanjurjo y de otros caídos seleccionados. En la cúpula, unos frescos. Un cicerone con sonsonete cansino describía la historia de Navarra, resumida en unos cuantos acontecimientos. La leyenda de San Saturnino y San Fermín, Sancho el Fuerte en las Navas, Zumalacárregui y, para culminar, los navarros movilizados a favor del Movimiento Nacional. Al frente, San Francisco Javier y su acción misionera. Todo orientado a la reafirmación de Navarra española y católica.

Pretendieron legitimar la masacre sobre el pedestal de sus muertos e imponiendo una única perspectiva de nuestra historia, pero los familiares y allegados de tantos inocentes a los que se denigró no se resignaron. Otros que no aceptaron la imposición les siguieron y la verdad se abrió paso. Sí, afirmaré con rotundidad por una vez, la verdad de los fusilados en cunetas y paredes de cementerio, como honrados y pacíficos; asesinados por defender la dignidad humana y reclamar justicia.

En mayo de 2008 se inauguró en su recuerdo el memorial de Sartaguda, a cielo abierto y en medio del campo para que le dé la luz del sol, le golpee la lluvia y lo barra el cierzo, las tres condiciones de la libertad que a ellos les fueron negadas. ¡Por fin los familiares pudieron ver el nombre de los suyos grabado en la piedra, como una reivindicación social de su hombría de bien y femineidad de pro!

Hace unos días pude acercarme de nuevo acompañando a unos amigos. Una mujer mayor originaria de una localidad de la Ribera quería ver el nombre de su padre fusilado. Nos lo mostraba conmovida, rememorando los días en que su padre fue detenido y asesinado ¡simplemente! porque votaban a las izquierdas. La desaparición trágica del padre no fue sino el inicio de la persecución. Los vencedores se consideraron en el derecho de saquear una casa hasta cierto punto acomodada y luego cayó sobre los familiares el oprobio y el desprecio. Es una historia que se repitió miles de veces. En ocasiones me cruza la cabeza una idea terrible, pensar que los asesinados tuvieron la suerte de no contemplar el dolor de sus familiares, ni la persecución de que éstos fueron objeto. Los asesinados son acreedores del recuerdo; los que viven, de la reparación material y moral. No es posible olvidar. Quienes reclaman el olvido temen -quizás- reconocerse en alguna medida en los ejecutores de la masacre. Lo que en modo alguno parece admisible es que consideremos un caso cerrado esta tragedia. Navarra está obligada a tenerla presente como recordatorio de lo brutal que puede llegar a ser nuestra sociedad, cuando se recurre a la discriminación de aquellos grupos a los que se califica de minoritarios, ¿por qué no reconocen quienes se consideran mayoritarios que su hegemonía tiene un hilo directo con 1936, como uno de los últimos episodios de imposición que ha sufrido históricamente Navarra? No lo reconocen, pero lo saben; de ahí su actitud de vigilancia permanente y hostigamiento con los que tratan al minorizado.

(Noticias de Navarra. 19 / 06 / 09)