El conocimiento es recuerdo y el recuerdo es la identidad ética de la memoria. La memoria, por otra parte, es individual pero también colectiva, social y, si es individual y colectiva es, por ende, histórica. Porque la historia es el relato, la narración que construye el espacio de ciudadanía. Y una ciudadanía sin historia es una ciudadanía anónima, amnésica, sin nervio jurídico ni tampoco ético.
La Ley de la Memoria Histórica debería de haber colmado las demandas de miles de ciudadanos que durante estos setenta años han soportado la humillación y el ensañamiento del silencio y la connivencia de un estado, en un principio emanado de un golpe militar ilegítimo y luego otro surgido de las urnas, con las fuerzas que ayudaron a ese exterminio: militares y jerarquía de la Iglesia católica.
Pero esta Ley se ha hecho a medida de los insurgentes, a medida de los exterminadores de la libertad, a medida de los vencedores y en contra de los vencidos. Esta Ley de la Memoria tiene grietas de indefinición jurídica y grietas de indefensión histórica.
Walter Benjamin, un pensador que perseguido por los nazis alemanes y españoles murió de una forma abrupta, afirmaba que el viento de la historia arrastrará a los vencidos a la ignominia del olvido. Que es nuestra tarea sacar de los escombros y ruinas que va dejando la historia restos que sean momentos de autenticidad, que nos sirvan como guías éticas y políticas. Nuestra tarea ética e histórica es sacar de las cunetas a cientos y cientos de fusilados para rescatarlos de ese olvido y que nos sirvan a los de este presente como luminarias dentro de este momento cínico cruel que nos está tocando vivir.
La historia la escriben los vencedores y la reescriben los vencidos. Reescribamos nuestra historia para alcanzar aquello por lo que murieron: la Tercera República.
(Noticias de Navarra. 27 / 10 / 08)/span>