La noticia de que el Tribunal Supremo ha admitido a trámite una querella del sindicato de funcionarios Manos Limpias contra el juez Garzón me ha hecho recordar el porqué. Se trata de un presunto delito de prevaricación, al suponerse que ha intentado instruir la causa por los crímenes de la Guerra Civil española y el franquismo, a sabiendas de su falta de competencia. Esta cuestión de las competencias jurídicas es muy importante para el derecho y para la seguridad jurídica de los ciudadanos. Ninguna autoridad del Estado puede hacer lo que no le corresponde. Garzón tampoco.
Y aquí empiezan los peros. Me referiré a dos que están en juego. Manos Limpias se ha especializado en querellas profundamente conservadoras del statu quo . Tiene buen olfato legal, pero no sobre la justicia; la justicia que mira desde los más débiles y olvidados, que pasa o pasó en un drama social, en esto no lo veo fino. Grita o calla según una ideología propia sobre España y el Estado. Allá su conciencia. El segundo pero, el más importante, es que está en juego la memoria histórica. Recuperar la memoria histórica de unos acontecimientos como la Guerra Civil y el franquismo es un derecho. Hay que hacerlo dentro del derecho -Garzón también-, pero es un derecho.
Todos tenemos nuestra memoria histórica. Yo siempre he relativizado su valor. O mejor dicho, he considerado que hay una tendencia a valorar excesivamente nuestra memoria histórica frente a la de los otros. La mayoría de nosotros tiende a idealizar a sus antepasados e imaginar sin sombra alguna su trayectoria pública. No entro en lo personal. Pero una idea elemental es aclarar la historia para hacer justicia y, por tanto, estar preparados para conocer que la historia no es como nos la habían contado. Es necesario, además, contar otros dos supuestos; uno, que en todo conflicto hay verdugos y víctimas, y hay que hacer justicia a las víctimas; y el otro, que ni los nuestros ni nosotros somos tan inocentes como decimos en según qué momento del pasado. Los casos no se compensan, pero son parte de la misma memoria colectiva. La memoria histórica hace sufrir mucho a quienes más tienen que ocultar sobre el pasado; es lógico, siempre hay víctimas y verdugos, aunque no lo sean siempre los mismos y en todos los sentidos, como digo. Para sanar la memoria histórica se requiere verdad y justicia con las víctimas. Después, para vivir en paz, se requiere sanar la memoria de los herederos de las víctimas; es decir, quienes creen que para homenaje de las víctimas, de las que sean, jamás pueden pensar un día en la reconciliación, cuando sea; tienen un problema personal, una enfermedad del alma como otra cualquiera. Merecen respeto, pero no silencio.
La memoria histórica hay que recuperarla siempre, aunque duela mucho. No hay memorias históricas en singular, sino en plural, componiendo la de todos. Hay que pensarlas juntas y hacerles justicia a cada una. Si exageramos lo que nos deben a nosotros y decimos que es imposible hacernos justicia de modo alguno, tenemos una enfermedad del alma. Es difícil vivir así.
(Noticias de Alava. 4 / 06 / 09)