En los actos de apoyo al juez Garzón el aire se pobló de banderas republicanas. Me pregunto si era apropiado. El ansia por ver el final del franquismo puede explicar cosas como la presencia de esas banderas, pero no estoy seguro de que esa emoción pueda justificarlas. La vida española sigue siendo franquista y ese franquismo lo parasita todo, incluso en los ámbitos catalán y vasco. Por lo tanto, administremos con prudencia el agua bautismal que significa la presencia de los símbolos republicanos. El juez Garzón decidió ciertamente la apertura de unas fosas donde yacen los huesos de miles de ciudadanos asesinados por Franco, pero si se trataba de hacer justicia con los muertos republicanos, la decisión de rescatarlos habría tenido que ser mucho más amplia y decidida. La Ley de Memoria Histórica, con la que dijo actuar el magistrado, es una ley escénica, nada profunda ni empapada de homenaje al régimen masacrado por el odio. Permite quizá rescatar cadáveres -ante ellos mi emocionado dolor-, pero no recobrar republicanos, esto es, gentes que murieron por una ambición por regenerar la sociedad española, podrida hasta los huesos por una historia de servidumbres. La República pintaba poco en esa decisión exhumatoria de un magistrado que sirve con empecinamiento en la Audiencia Nacional, la institución que trasuda Tribunal de Orden Público. Yo creeré en el Sr. Garzón el día en que sus movimientos me declaren otra ruta personal y forense, si es posible ya que cambie su camino. Las banderas republicanas no pueden izarse con ligereza. No amañemos salvoconductos ni contaminemos también de falsedad la III República.
(Gara. 18 / 04 / 2010)