lunes, febrero 23, 2009

1939, EL OTRO "AÑO CERO"

Gipuzkoa cayó pronto. Beasain fue ocupada el 27 de julio, Tolosa el 11 de agosto, Andoain el 17 de agosto, Irun el 5 de septiembre y Donostia el 13 de ese mismo mes. Franco y Mola lo tenían claro. Gipuzkoa era un enclave estratégico y la ocupación debía ser rápida. Y lo fue. En apenas dos meses, la práctica totalidad del territorio estaba en manos sublevadas. Quedaba el frente de Elgeta, que resistió hasta finales de abril, pero poco más. La Guerra, como tal, fue corta en Gipuzkoa. Empezó y acabó antes que en otros lugares. Y por eso, también, el exilio madrugó más. Eso sí, sólo en su inicio. No en su final. Porque el exilio vasco de la Guerra comenzó en 1936, pero continuó durante el franquismo. No cesó. "Hubo un goteo constante en los años posteriores", aseguran los profesores de la Universidad de Deusto Xosé Estévez y José Ángel Ascunce, autores de varias publicaciones sobre la materia.

Aunque no existen datos oficiales, se calcula que 150.000 vascos dejaron su tierra con motivo de la Guerra Civil. Vivieron, de alguna manera, su particular año cero . Porque, para ellos, ya nada sería igual.

Fue una salida, afirman los dos expertos, escalonada, que se repartió en diferentes periodos y que comenzó, incluso, antes de que se desatara la contienda. No en vano, según explican, para el 18 de julio de 1936 los primeros guipuzcoanos habían abandonado ya su hogar. "Hubo algunas familias que, ante los crecientes comentarios sobre un posible levantamiento, y contando con suficientes recursos como para poder hacerlo, decidieron marcharse antes", señalan. A partir de ahí, una vez iniciada la contienda, el exilio quedó marcado por la evolución de los acontecimientos.

La toma de Irun y Donostia
Huida hacia Bizkaia

El primero de ellos fue la toma de Irun y Donostia, objetivos prioritarios de los franquistas por su condición de puerta a Europa. Tras mes y medio de batalla, la localidad bidasoarra cedió a los ataques y protagonizó, el 5 de septiembre de 1936, el primer exilio reseñable en el territorio. Parte de la población comenzó a huir por los puentes internacionales, parte se trasladó a Hondarribia para subirse en alguna barcaza rumbo a Francia y parte se encaminó, por carretera, hacia Donostia.

Para estos últimos, no obstante, la escapada no había hecho sino empezar. Porque ocho días después, la que era tomada por los franquistas era la propia capital. Y la consecuencia, como no podía ser de otra manera, fue un nuevo movimiento hacia el oeste. Hacia Bizkaia, aún en manos republicanas. Según las cifras dadas por algunos historiadores, 100.000 guipuzcoanos huyeron a través de la muga con el territorio vecino (algunos, también, a través de barcos pequeños desde el puerto de Donostia).

Pero aquella segunda residencia tampoco fue, ni mucho menos, definitiva. Una vez derrotadas las milicias republicanas y nacionalistas en la batalla de Intxorta, en Elgeta, los golpistas entraron en este municipio y en Eibar, y avanzaron con paso firme en su objetivo de conquistar Bizkaia y, sobre todo, Bilbao. Era la ofensiva final sobre Euskadi. Un asedio que, pese a la férrea defensa, fue, efectivamente, definitivo. Entre otras cosas porque, como comenzó a quedar claro por aquel entonces, apoyo no les faltó.
Los bombardeos durante esas mismas fechas de Durango -30 de marzo- y Gernika -26 de abril- evidenciaron el refuerzo recibido por parte de italianos y alemanes y supusieron para los republicanos un mazazo difícil de encajar. El 19 de junio de 1937, abatido ya el llamado Cinturón de Hierro, Bilbao pasó también a formar parte del territorio perdido. Y el exilio cobró más fuerza.

Muchas personas pasaron a Cantabria, aún sin conquistar, para embarcar desde allí rumbo, fundamentalmente, a Francia (si había suerte y se evitaba caer en manos de algún barco franquista). Además, cientos de gudaris se incorporaron, también a través del país galo, a los batallones de Cataluña (algunas fuentes cifran en 100.000 el número de vascos desplazados a esa comunidad, con la que el gobierno del lehendakari Aguirre mantenía una buena relación). "Incluso, se llegaron a formar columnas exclusivas de vasco-navarros", apunta Ascunce.

Para la mayor parte de los vascos, esa estancia en tierras catalanas se prolongó hasta 1939, cuando, al concluir la Guerra, se produjo el mayor exilio desde esa región. Entonces, muchos de los vascos de Cataluña, como otros que aún vivían en Euskadi y como otros que ya habían partido antes, emigraron. Y se consolidó el exilio. En un primer momento a Francia, pero pronto a toda una red de países europeos. Bélgica, Inglaterra, Suiza o Rusia comenzaron a dar cobijo a los huidos de la represión, en un éxodo disperso en el que colaboraron de manera importante la Cruz Roja y los delegados del Gobierno Vasco.

Cambio de destino
Viaje al otro lado del 'charco'

El posterior inicio de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, modificó sensiblemente el mapa de exiliados. Europa cedió protagonismo a América. Países como México, Venezuela, Argentina, Chile o Uruguay acogieron a miles de vascos tras un viaje muy largo -uno de ellos de hasta ocho meses- que, en ocasiones, se llegó a realizar sobre barcos pesqueros. A partir de ahí, la Euskadi que vivía fuera de Euskadi se fue asentando en sus distintos lugares de acogida. "El asentamiento al otro lado del Atlántico no resultó tan sencillo como puede parecer visto desde ahora. Se vivieron momentos muy difíciles, tanto desde un aspecto personal o emocional como desde un ámbito económico. Muchos se acogieron a lo que podían para poder sobrevivir y, con el tiempo, se fueron haciendo con algún trabajo. Poco a poco consolidaron una posición", comenta Estévez.

No fue, en cualquier caso, una experiencia homogénea. "Dependía de las condiciones de cada uno. Algunos contaban con parientes allí y lo tuvieron algo más fácil, pero para otros fue muy duro. Con los años, eso sí, todos consiguieron solucionar sus vidas", añade Ascunce.

Las Euskal Etxeak
Ayuda en el exterior

A ese asentamiento colaboró, de manera relevante, la presencia de las Euskal Etxeak, los centros vascos en el exterior, que sirvieron de plataforma para buscar alojo y ocupación a los exiliados. Para numerosas personas, aquellos lugares supusieron un lugar de encuentro tanto entre ellas como con su pasado. Con su historia. Con su pueblo. "Un tanto por ciento elevado rompió ataduras con esa etapa anterior y se centró en su nueva andadura. Sentían nostalgia, pero de alguna manera renunciaron a esa ciudadanía vasca. Otros muchos, sin embargo, mantuvieron intacto el vínculo con su pasado. Dedicaban su tiempo libre, por ejemplo, a estar en las Euskal Etxeak. A ser vascos. El Gobierno de Aguirre se preocupó de que hubiera una delegación allí donde estaban las principales colonias vascas y, de esa manera, éstas podían conservar esa conexión con sus raíces. Podían leer publicaciones y estar al tanto de lo que ocurría aquí y con los vascos que había repartidos por el mundo", indican ambos profesores.

Fue, en definitiva, la elección o la suerte de cada uno. La elección en esos primeros años y la elección en los siguientes. Porque, también después, cada uno siguió su camino. Algunos volvieron tras pasar los peores años de la represión (hasta 1945), otros después de la muerte de Franco, otros regresaron pero se volvieron a marchar porque sus raíces ya no eran éstas, otros no retornaron por decisión propia y otros no lo hicieron porque, por sus ideales o actividades, seguían estando perseguidos por la dictadura. Ahora, 70 años después, muchos vascos continúan repartidos por el mundo. Suyas son las historias con las que se ha escrito el exilio vasco de la Guerra. Un exilio que, a día de hoy, sigue vigente.

(Noticias de Gipuzkoa. 23 / 02 / 09)