martes, febrero 24, 2009

EL OCTAVO TERRITORIO VASCO

"Fue una época muy feliz para toda la familia, fuimos muy dichosos en Tolosa", asegura, aún desde la nostalgia, María Pilar Pascual González. Desde su casa de Bruselas, donde habita desde hace ya varias décadas, esta guipuzcoana, una de las miles de personas a las que la Guerra obligó a emigrar, recuerda con absoluta claridad aquellos últimos días en su tierra natal. "Muchas de mis mejores vivencias pertenecen a esa infancia en el pueblo", reconoce. Después, lamenta, estalló el conflicto y huyó con los suyos.

Primero a Bilbao. Luego a Francia. Más tarde a Bélgica. Y ya no volvió. Obligada por los acontecimientos, aprendió a tener una nueva vida. A no mirar atrás. A que, de allí en adelante, nada sería igual. Aprendió, en definitiva, a saber que era una exiliada.

Y el exilio, siempre, tiene un principio pero quizás no un final. Y para María Pilar, como para tantos otros, no lo tuvo. Porque, setenta años después, miles de guipuzcoanos continúan repartidos por el mundo. Porque, setenta años después, miles de guipuzcoanos siguen siendo víctimas vivas de la Guerra. Porque, setenta años después, miles de guipuzcoanos no han dejado de ser la voz que clama contra la injusticia del destierro y la persecución de aquel periodo. Porque, aunque muchos sí regresaron, miles de guipuzcoanos no lo hicieron. Porque son, por necesidad, hijos de otra tierra. Pero son, también, hijos de la suya. Hijos de Gipuzkoa.

Posiblemente, en su huida hacia Bizkaia, María Pilar cruzó su camino con el de Carlos Larrayoz Tome, vecino de la misma localidad y otra de las personas que dejaron la villa con motivo de la entrada de las tropas franquistas. La suya, sin embargo, es una historia distinta porque, a diferencia de ella, que contaba por aquel entonces con 16 años, él no guarda ningún recuerdo de Tolosa. Tenía sólo un año y medio y sus referencias son únicamente las que ha escuchado de boca de sus familiares. "No sé ni cómo salí del pueblo", comenta.

Huida por mar
En barco hasta Francia

Al igual que María Pilar, Carlos cogió en Bizkaia un barco rumbo a Francia, aunque en su caso ya no hubo más cambios de país. "Nos fuimos el 1 de junio de 1937. Partimos de Santurtzi en la tercera expedición del barco Habana, y llegamos a La Rochelle. Yo viajaba con cinco familiares: mi madre, mi hermana, mi abuela y dos tías. Una vez en Francia, nos trasladamos a Clermont-Ferrand y, más tarde, al hospicio de Montaigut-en-Combraille. Dos meses y medio después, nos establecimos definitivamente en Sant Eloy les Mines, a tres kilómetros de aquel lugar", relata.

El periplo de María Pilar fue algo más complejo. Tras abandonar Tolosa y pasar por Donostia, Durango, Bilbao y Santander, cogió, junto a su madre, su hermana, sus tías y sus primas (a su padre lo mataron en Durango), un barco con destino a Burdeos. "Había mucha gente en el puerto. Al bajar, una señora se acercó y nos dijo que en Bélgica se encontraban muchos otros niños y que, probablemente, allí estaríamos bien. Y nos fuimos para allá, donde nos recibió el Partido Socialista. Tenía un caserón cerca de la capital y nos alojamos en él junto a varias familias, más de cien, todas vascas", explica esta guipuzcoana, que en unos meses cumplirá 89 años.

Los planes
Al cine... y a clase de francés

Transcurrido un tiempo desde su llegada, María Pilar tuvo conocimiento de que hacía falta una cocinera en la embajada española en Bruselas, y se marchó. "Todos los exiliados que estábamos allí solíamos juntarnos. Quedábamos en la embajada e íbamos al cine y, más tarde, a clases de francés. Para nosotros, Bélgica fue una salvación", afirma sin dudar, en agradecimiento a una tierra que le acogió para siempre. Con el tiempo, María Pilar se casó con un belga y tuvo dos hijas en ese país, que ya es el suyo.

Como lo es, para Carlos, Francia. Después de encontrar cobijo en hogares de familias españolas exiliadas, afrontó una nueva etapa en su propio domicilio. Su madre, viuda tras la muerte de su marido en la Guerra, se casó con un trabajador minero, también expatriado y con el que tuvo otros dos hijos. Aquellos primeros años, no obstante, no resultaron nada sencillos. "Entre 1939 y 1945, tuvimos una infancia muy difícil a causa de la Segunda Guerra Mundial. Vivíamos cuatro hermanos, los padres y la abuela, que pasaba un mes de cada trimestre con dos tías para poder compartir gastos, ya que había restricciones alimentarias", señala.

Con el trauma que supusieron las dos guerras, comenta, ni él ni sus hermanos pudieron estudiar u obtener algún certificado de estudios. Carlos comenzó a trabajar como moldeador a los 17 años aunque, durante mucho tiempo, pudo compaginar sus funciones con la que fue su gran pasión, la gimnasia. "Practiqué esta actividad en sus niveles más altos entre los 16 y los 26 años y viajé mucho por todo el país para participar en concursos. Son los mejores recuerdos que tengo", asegura ahora, a sus 73 años.

Poco a poco, tanto él como María Pilar tejieron una nueva vida en el exilio. Ya no había vuelta atrás. "La primera vez que regresé a España fue en 1959. Tenía una tía en Segovia y fui a visitarla. En ese momento no quería volver al País Vasco, me daba algo más de miedo, así que esperé un poco más para ir a Tolosa", cuenta María Pilar, que a su regreso a esta localidad, y alojada en la casa de la madrina de su hermana, reconoció algunas de las cosas de su niñez. "Me acordaba, por ejemplo, de la plaza de toros. Y de algunas otras cosas", detalla. Del resto de Euskadi, afirma, no puede decir lo mismo. "De tan pobre que estaba, ni lo conocía", indica.
Aunque después de aquella primera vez ha repetido visita, lo que no ha pensado nunca María Pilar es en volver para quedarse. "No. Ya sé que, desde hace mucho tiempo, allí se vive bastante mejor que antes, pero yo ya hice mi vida aquí y no me voy a mover", responde.
Su contestación es similar a la que ofrece Carlos. Ha vuelto a su tierra natal, pero no para quedarse. "He estado unas cuantas veces en Gipuzkoa. En los últimos cuatro años, hasta en seis ocasiones. Antes ignoraba si me quedaba familia allí, pero ahora, desde el año pasado, mantengo contactos con algunos tíos y muchos primos que he podido conocer en todo este tiempo", señala.

Visita anual
Alquiler en agosto

Aunque su vida está en Francia, confía en poder seguir alquilando cada año, durante dos semanas en agosto, una vivienda en este territorio. Esa estancia anual es, para él, su manera de no perder el vínculo con Gipuzkoa, a la que, pese a que apenas conoció de pequeño, sigue considerando su casa. Porque lo es. Porque, aunque el exilio cambió para siempre las vidas de Carlos y María Pilar, no borró su lugar de origen.

Hace setenta años, miles de guipuzcoanos dejaron su tierra atrás. Unos volvieron con los años, otros regresaron tras la muerte de Franco, otros vinieron pero se volvieron a marchar a sus respectivos países de acogida y otros no retornaron nunca. Para estos últimos, para Carlos Larrayoz y María Pilar Pascual, el exilio que iniciaron fue el más largo de todos. El que no concluye. El que no tiene final. Porque, aunque ahora lo vean de otra manera, y aunque realmente sea de otra manera, para ellos el exilio no es sólo pasado. Es también presente.
Todos ellos son, además, parte del exilio vasco de la Guerra. De la Euskadi extranjera. Todos ellos conforman, de alguna manera, esa especie de octavo territorio vasco que habita más allá de los límites geográficos de Euskal Herria. Un octavo territorio disperso pero, al mismo tiempo, unido.

(Noticias de Gipuzkoa. 24 / 02 / 09)