viernes, octubre 10, 2008

LOS MUERTOS DE TLATELOLCO SE REVUELVEN EN SUS TUMBAS. Artículo de opinión de Carlos de Urabá, periodista colombiano.

Se cumplieron los cuarenta años de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, siguen pasando los años y las conmemoraciones pero el juicio histórico y político, aunque parezca mentira, está aún por hacerse. Los culpables amparados en un sistema que premia con la impunidad han logrado escapar al cerco de la justicia. Lo cierto es que el presidente de entonces Díaz Ordaz desde un primer momento asumió la responsabilidad en dicha tragedia que según sus propias palabras “fue provocada por los estudiantes comunistas que dispararon contra la tropa”. La democracia y el estado de derecho estaban en peligro y había que cortar de raíz ese fermento subversivo.

Díaz Ordaz no es más que un perverso matarife de guante blanco y levita sólo comparable al conquistador Hernán Cortés que también en la misma plaza de Tlatelolco un día 13 de agosto de 1521 inició el genocidio del pueblo Azteca. Para mayor ironía semanas después de la matanza el verdugo de Díaz Ordaz inauguró los Juegos Olímpicos del 68 con una suelta de palomas de la paz tras encomendarse a la protección de la virgen de Guadalupe. Lo más curioso es que ningún país se retiró de la olimpiada o hizo una declaración de protesta por la masacre. La comunidad internacional, muy por el contrario, felicitó al presidente por la valentía y el arrojo que demostró en este “infausto” episodio.

El año 1968 será recordado en la historia de la humanidad como un año de revueltas y agitación social: el mayo del 68, la primavera de Praga o el movimiento hippie, las panteras negras en EE UU y las manifestaciones en contra de la guerra del Vietnam. También fue marcado por el asesinato de Martín Luther King y el de Robert Kennedy, y como no, Tlatelolco, que es lo que más nos atañe a los latinoamericanos.

El movimiento estudiantil mexicano se declaraba antiimperialista y libertario resuelto a protestar contra del orden establecido, a protestar contra el autoritarismo y la represión policial propiciada por el gobierno, la inviolabilidad la autonomía universitaria y un sin fin de reformas sociales necesarias para consolidar un sistema plural y democrático. En esos años gobernaba el PRI que ejercía un poder omnímodo, monolítico sin apenas oposición, en donde no existían errores y el jefe máximo era glorificado por la camarilla oficialista. Cada una de sus palabras se consideraban sagradas y todos los medios de comunicación y la elite intelectual tenían que hacerle venias a su majestad todopoderosa.

No existía la posibilidad de hablar mal del presidente, caricaturizarlo y menos demostrar como él y sus secuaces desfalcaron millones de pesos del erario público. Lo más natural era que los grandes dignatarios y su cortesanos salieran multimillonarios del palacio de gobierno. Bala, cañonazos y bayoneta calada fueron las órdenes impartidas por el sicario y sucesor de Díaz Ordaz, Luís Echevarria, en ese entonces Secretario de Gobernación, con el fin de reprimir las protestas estudiantiles. Estos dirigentes corruptos, asesinos a sueldo de los norteamericanos, en los libros de historia siguen siendo renombrados como próceres beneméritos del orden y al progreso.

¡Qué frágil y efímera es la memoria! Hoy el presidente mexicano Felipe Calderón no es más que el sucesor de esos genocidas pues continúa utilizando la represión para acallar los movimientos sociales, sin olvidar a los cachorritos de La Madrid, Salinas de Gortari, Cedillo y el zorro de Fox.

Díaz Ordaz ante la multitudinaria marcha del silencio el 13 de septiembre de 1968, en la que participaron alrededor de 200.000 jóvenes que tomaron el zócalo capitalino, dijo: hasta donde estemos obligados a llegar llegaremos. Fue tal la demostración de fuerza que los estudiantes amenazaron con ocupar el Palacio Nacional si el presidente no accedía a negociar un pliego de peticiones. En respuesta fueron desalojados a la brava con tanques militares y arrestados varios de sus dirigentes.

Pero lo peor estaba por venir. Fue ese día aciago del dos de octubre del 68 cuando los estudiantes de la UNAM y del Instituto Politécnico junto al Consejo Nacional de Huelga se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas o Tlatelolco para conminar al gobierno a aceptar sus reivindicaciones. Pero Díaz Ordaz iracundo dio la orden de disolver el motín pues se acercaban las olimpiadas y para él los insurgentes pretendían boicotearlas. La reputación de México estaba en peligro. Uno de los lemas más coreados por los estudiantes no dejaba dudas de sus intenciones: no queremos olimpiada, queremos revolución. Ésta fue su sentencia de muerte.

Inmediatamente el régimen priísta los acusó de traidores a la patria y de estar financiados, entrenados y armados por los soviéticos y los cubanos. “Los Estudiantes no tenían otra intención que la de desestabilizar la institucionalidad” -titulares de la prensa- Esos son los instigadores de un golpe bolchevique. Testigos de la matanza dicen que a las 18 horas 15 minutos vieron acercarse a un helicóptero militar que dio varias vueltas sobre la plaza lanzando una bengala. Esta era la señal para iniciar el combate.

Los estudiantes cercados en Tlatelolco fueron presa fácil del “heroico” cuerpo de Granaderos y el Batallón "Olimpia" del ejército mexicano que al grito de “a todos estos cabrones se los llevo la chingada” dispararon a mansalva -dizque en defensa propia- al verse atacados por francotiradores (que no eran otros que agentes infiltrados del propio Batallón "Olimpia"). Luego se demostró que la mayoría de las víctimas tenían heridas de bala en la espalda, los glúteos o en las piernas. En medio del caos fueron cobardemente fusilados a traición.

A los oficiales que participaron en la operación de la Plaza de las Tres Culturas se les premió con ascensos, autos LTD ultimo modelo y viajes a Disneylandia. Díaz Ordaz de carácter autoritario y déspota, colaborador de la CIA como tantos otros gobernantes latinoamericanos, hoy yace enterrado en el pabellón de próceres ilustres. Incluso fue nombrado a finales de los años setentas embajador en España por ser uno de los estadistas mejicanos de mayor prestigio.

Siempre se vanaglorió de que él había salvado a México de la catástrofe y así lo contaba la historia oficial hasta hace muy pocos años pruebas más contundentes salieron a relucir sentando en el banquillo de los acusados a los inductores de la masacre. Díaz Ordaz junto a sus esbirros Luís Echevarría, Secretario de Gobernación y Marcelino García Barragán, Secretario de Defensa son los directos responsables del asesinato, desaparición y tortura de cientos de estudiantes a los que hoy 40 años después homenajeamos como mártires de la libertad.

No podemos cejar en el empeño de perseguir a los asesinos hasta que sean condenados porque estos crímenes de lesa humanidad jamás prescriben y el ordenamiento jurídico de los tribunales internacionales está presto a castigarlos. El estado mexicano es el directo culpable de este genocidio y debe pagar una justa reparación moral y económica a todas las víctimas. Ese día sangriento en medio de la balacera nació un nuevo México, un México que a pesar de todo se ha reafirmado en la lucha revolucionaria que inspiraron sus héroes populares Pancho Villa y Emiliano Zapata.

(Rebelión. 02 / 10 / 08)