domingo, febrero 20, 2011

LA VIDA QUE MATÓ LA GUERRA DEL 36

La alegre vida cotidiana de Bizkaia murió el 18 de julio de 1936. Las oposiciones políticas, la crisis económica del momento... no fueron la causa. Aquel caluroso sábado de verano, llegaron las noticias de decretos de estado de guerra en Melilla, Sevilla o Iruñea. El Territorio Histórico vizcaino pasó a ser meses más tarde "provincia traidora" a España, según notificó Francisco Franco.

Aquel 18 de julio, un niño, con sus hermanos y padres, caminaban de vuelta a casa. Habían estado disfrutando de las fiestas de Santa Marina, barrio más grande de Zaldibar. A su paso se encontraron de frente con un hombre. "Mi padre -rebobinaba ayer aquel mozo- habló con él. El señor le informó de que había comenzado la guerra en África. Mi padre dijo: Esta guerra nos va a hacer sufrir mucho a todos. Lo dijo con solemnidad", recuerda el jeltzale Balendin Lasuen, quien décadas después llegaría a ser alcalde e, incluso, Delegado de Cultura en Bizkaia del Gobierno vasco.

Al tiempo que los Lasuen volvían a su hogar con la noticia metida en el cuerpo, Santutxu celebraba sus fiestas bajo la acechante sombra de la rebelión militar española. Los santurtziarras se distraían con la novillada del Carmen; Amorebieta y Plentzia celebraban sus romerías y Barakaldo se sorprendía con una prueba de motos. "Amorebieta antes de la guerra era todo alegría. ¡Había unas fiestas! Recuerdo que se ponían unas cintas... que usted no conocerá. En aquellos tiempos venían muchos veraneantes y se creaba un ambiente precioso", rememora Miren Derteano en el documental Oroitzapenak: Acordes para la memoria.

Bizkaia rondaba entonces el medio millón de habitantes y en su capital, Bilbao, residían alrededor de 195.000 vecinos. La ciudad era ejemplo de progreso económico e industrial y pronto un objeto de deseo para los golpistas, autodenominados nacionales. Antes de producirse la sublevación contra la República, en 1936, Bizkaia mantenía sus tradiciones, como la feria ganadera de San Blas de Abadiño -que recogió el periódico Euzkadi- o se jugaba a la Lotería de Navidad con un gordo de 15 millones de pesetas. Un almanaque costaba 2,50 pesetas y un menú del día, entre 1,50 y 6,50 pesetas.

El Territorio Histórico prosperaba en materia de educación como no lo conseguía nadie en otros lugares. Se luchaba contra el analfabetismo. "Lo que nunca he conocido en otros lugares, la Diputación e instituciones se preocuparon de llevar la escuela a las barriadas más insignificantes", valoró ayer el pasionista Gregorio Arrien, autor de libros como La generación del exilio: génesis de las escuelas vascas y las colonias escolares (1932-1940). La enseñanza era plural. Siete modelos: las escuelas nacionales, las municipales, las de Diputación o de barriada -funcionaron 126-, las vascas o ikastolas de preguerra creadas por el nacionalismo en 1932 con el binomio euskera-escuela. También había escuelas privadas de las comunidades religiosas con dificultades en la República. "El gobierno de Aguirre les propinó esa libertad. Estaban amparadas por la libertad de culto", subraya Arrien. A ellas hay que añadir las escuelas de Euzkadi, creadas por el Gobierno vasco y con dos objetivos: proteger a la niñez de las bombas y propiciar el trinomio euskera-cultura vasca-enseñanza. Y había centros llamados permanencias infantiles, que con la guerra pretendieron durante ocho meses que no callejearan y protegerlos del ambiente bélico. En municipios como Kortezubi o Mundaka los hubo.

Meses después, la guerra hizo desaparecer periódicos, ikastolas, los escritores acaban exiliándose, como los maestros, sacerdotes, periodistas y ejecutivos bancarios,

En el conjunto de emigración vasca, estaban intelectuales como Joxe Miel Barandiaran, Bonifacio Etxegarai, Federico Belaustegigoitia, Nicolás de Ormaetxea Orixe, Alberto Onaindia, el músico Padre Donostia o Aranoa... Algunos fueron a Iparralde y luego a América. Con los nacionales, los niños y jóvenes mantuvieron sus juegos: a la txintxu, a indios, txorromorro, las tabas, la trompa, canicas, saltar a la cuerda o a taco y palmo. "A taco y palmo jugábamos con los billetes de tren", explica el bilbaino Esteban Uriarte quien recuerda ir con su madre a las colas de racionamiento. "Vivíamos en Uribarri e íbamos con una cartilla amarilla verdosa a una tienda llamada Marcela. Éramos privilegiados porque estábamos empadronados también en Elorrio". La guerra seguía.

(Deia. 20 / 02 / 2011)