En el cementerio de Ezkaba han vuelto a asomar las botellas. En ellas van los nombres de los presos que fallecieron entre los muros de la prisión franquista que se llevó la vida de más de uno de cada diez de sus prisioneros. El Cementerio de las Botellas se encuentra a unos cientos de metros del fuerte y estuvo oculto durante décadas en la maleza. En él yacen los restos de 131 (o quizá 130) personas, con nombres y apellidos, que fallecieron en la última etapa como sanatorio-prisión.
La sociedad Aranzadi lleva las riendas de los desenterramientos de este cementerio de 34 por 13 metros, que se encuentra acotado por un murete bajo de piedra. En un primer momento se desenterró la primera fila de cuerpos. La de aquéllos que, por algún motivo (como negarse a recibir la extrema unción de los siervos de la Iglesia) se quedaron fuera del camposanto.
Ayer se desenterraron a otras 37. Todas con sus botellas, en las que aparece una ficha oficial de la «Fortaleza de San Cristóbal de Pamplona», junto a su nombre y apellidos. Pero la gran mayoría de los documentos están corruptos. El tiempo, la humedad y la arena han consumido el corcho y desintegrado el papel. El forense Francisco Etxeberria, que dirige las excavaciones, tomó una de las botellas en la mano y la vació mientras atendía a los medios. Dentro sólo había agua. «En la anterior excavación, al haberse perdido la mayoría de los papeles, tuvimos que tomar las muestras de ADN. Las extraemos de los dientes. Este proceso para confirmar las identidades resulta lento y costoso», explica el forense.
Sin embargo, desde la tarde del jueves, el ambiente en la excavación es otro, de alegría contenida. Al parecer, descifraron el puzzle, han resuelto el enigma de las botellas. Aunque guardan cautela hasta confirmarlo con nuevas exhumaciones, hasta ahora encaja.
Fue Roldán Jimeno, el hijo de José María Jimeno Jurío, quien encontró entre los papeles de su padre un croquis del cementerio perdido. Al parecer, lo dibujó un cura en el año 1945, cuando finalmente se cerró la fortaleza prisión y, en consecuencia, también el cementerio. El plano de este sacerdote incluye hileras y nombres, pero era inexacto y, hasta el jueves, nada encajaba. «Las botellas incorruptas de los nuevos desenterramientos nos han permitido descubrir el patrón. Han sido enterrados en orden cronológico, pero de derecha a izquierda y no al revés, como nosotros pensábamos», explica Koldo Pla, de la Asociación Txinparta, que fue la descubridora del cementerio. También les despistó el hecho de que el cementerio está dividido por la mitad. Primero se ocupó tan sólo la mitad izquierda, por la que los enterramientos suben en zig-zag por esta zona hasta completarla y pasar a la segunda.
De comprobarse la teoría, todo irá mucho más rápido. Porque el de Ezkaba es un cementerio organizado y, al quedar olvidado, no ha sido removido por nuevas obras. Los cuerpos aparecen en hileras simétricas, en estrechos ataúdes, con la botella entre las piernas. «Ahora sabemos quién es quién y harán falta las pruebas de ADN. Trabajar con fosas comunes es mucho más peliagudo. Hace poco tiempo hemos estado en una fosa entre Logroño y Burgos. Tenía 12 metros por 1,7. Lo habían enterrado como sardinas, los cuerpos se cruzaban unos con otros y eso nos dificulta mucho el trabajo», afirma Etxeberria. «Aquí los enterramientos los llevaron a cabo militares, no milicias carlistas o falangistas, por eso todo está tan cuidado y ordenado».
Los presos que yacen en el Cementerio de las Botellas murieron en la última etapa, cuando fue reconvertido a «sanatorio penitenciario». Murieron por «causas naturales», debilitados por el hambre, el terrible frío y la peor higiene. Los testimonios de los supervivientes confirman ese infierno. A muchos se los llevaron las neumonía y enfermedades contagiosas producto del hacinamiento, como la tuberculosis, que fue particularmente virulenta en la última etapa de la cárcel. «Dando por ciertos los partes médicos que existen, a todos se los llevó una enfermedad. Pero, si cuando el médico de la cárcel escribe «colapso» en realidad se trata de un suicidio, eso no lo sabemos», matiza Etxeberria.
Desde el lunes trabajan una veintena de personas, entre especialistas de Aranzadi y voluntarios de Txinparta. Este fin de semana mucha más gente se sumará a esta labor delicada. El trabajo se inicia con una excavadora. Se les enterró muy profundo, en previsión -quizá- de depositar después a otras personas en el mismo lugar, pero en una capa superior. «Después, lo gordo, lo quitamos con azadas y palas. Conforme nos acercamos al cuerpo, recurrimos a espátulas y objetos de metal más pequeño. Al llegar al hueso, usamos herramientas de madera y cepillos para no dañar», comenta Jimi Jiménez, de Aranzadi.
De la hilera de 34 cuerpos desenterrados desde el pasado lunes, sólo se exhumarán 12. Para extraerlos necesitan una solicitud de la familia. Los demás, una vez identificados, serán marcados y cubiertos por una tela protectora, para posteriormente volver a sepultarlos. Eso sí, con un nuevo mapa, en el que se ubiquen perfectamente los restos. «Puede que haya familias que hoy no quieran desenterrarlos, pero dentro de cinco o diez años sí, o que todavía no se han enterado. Ahora, podrán venir cuando quieran y recoger a los suyos», explica Etxeberria.
No se ha logrado contactar con dos de cada tres familias
Los familiares de dos de cada tres de las personas que se encuentran enterradas en el cementerio de Ezkaba aún no saben que sus restos se encuentran ahí. La lista de 131 personas, provenientes de todas las regiones del Estado, se ha hecho pública y se puede consultar en las web de Aranzadi o Txinparta. En ella, aparece el nombre, los apellidos y el pueblo del que provenían. Koldo Pla ha realizado varios intentos para ponerse en contacto con familiares. «Se ha intentado localizarles a través de foros o llamando a los pueblos de donde son. Las familias, en muchos de los casos una mujer sola con hijos pequeños, tuvieron que mudarse a otra localidad y huyeron de los pueblos, lo que dificulta el trabajo», explica Pla. Además de estos 131 cuerpos, la prisión de Ezkaba dejó centenares de desaparecidos: los 207 de la fuga más otros 203 en cementerios de la Cendea de Antsoain y presos gubernativos, de los que no hay registro.
(Gara. 5 / 6 / 2010)