miércoles, diciembre 09, 2009

HABLAN LOS FUSILADOS


José Alonso Muñoz.
En una carta a sus compañeros de prisión:

"VAMOS, yo les enseñaré, al igual que quienes me han precedido, cómo mueren los vascos". Antes de partir hacia el lugar de fusilamiento, el 8 de enero de 1938, Ángel Madariaga González abrazó a sus compañeros de celda y dirigió estas palabras a sus guardianes. El mensaje era claro. Firmeza ante el trágico final ya sabido y convicción hacia el motivo que le había provocado ese final, hacia sus ideales. "Sólo lamento el haberme entregado confiando en su palabra de que se nos respetarían las vidas", había respondido semanas antes -en alusión al Pacto de Santoña no respetado-, en sus alegaciones frente al Consejo de Guerra que le sentenció en Bilbao. Arrepentimiento ninguno. Más bien, lo contrario. "Un abrazo para todos, ahora que muero por nuestra causa. ¡Gora Euzkadi Azkatuta!", escribió en su última carta, Antesala de la muerte.

Desde entonces han pasado ya 71 años pero, sin embargo, el significado de sus palabras no ha cambiado. Si cabe, cobra incluso más fuerza porque ayuda a comprender, desde la distancia, lo que pasaba por la cabeza de quienes afrontaban en plena Guerra Civil su paseo hasta el paredón de turno. De quienes, en este caso por haber luchado con el bando republicano-nacionalista o por haber sido vinculado a él, ya conocían que su destino era acabar en pocos días con unas cuantas balas franquistas encima y un tiro de gracia, por si acaso.

Además, su voz no llega sola, sino acompañada de otras 22. Porque, en total, son 23 las historias recuperadas por la publicación Cómo mueren los vascos, un testimonio único y revelador que, en boca de sus protagonistas, relata la manera en la que aquellos vascos -o combatientes en Euskadi- contaron y sufrieron sus horas finales. No en vano, son sus últimas cartas las que hablan por ellos. Aquellas que enviaron a sus familiares o amigos a modo de despedida y que, a pesar del tiempo, siguen transmitiendo su mensaje. Ahora, en forma de este libro, editado por la Dirección de Derechos Humanos del anterior Gobierno Vasco a propuesta de Aranzadi.

Rescatadas de su ostracismo en un armario del Archivo General Militar de Ávila, las misivas forman parte del documento Recopilación de testimonios póstumos de ejecutados por los invasores franquistas, redactado por el propio Gobierno de Euskadi en marzo de 1938 e incluido integramente en la nueva publicación.

La distribución
En cinco capítulos

La serenidad y la dignidad es unánime y constante en todas las cartas. Y éstas no responden a un único perfil, sino a varios diferentes. Los cinco capítulos del libro recuperan las cartas acompañadas, a modo de epílogo con la última poesía que Esteban Urkiaga (Lauaxeta) compuso días antes de morir.

La carta de Ángel Madariaga se incluye en el quinto capítulo, el de los nacionalistas, pero antes de llegar a él hay otros cuatro también reveladores. El primero, el de los miembros de organizaciones de izquierdas. José Alonso Muñoz, Natalio López Nistal, Lázaro Cebrián Blanco y José Luis Arenillas Ojinaga son, en él, la expresión inicial del compromiso con los ideales que les han condenado.

No sólo vascos
Adhesión a la causa

Él, afiliado al Partido Socialista y comisario político de las milicias de esa misma formación, es vasco, como Cebrián y Arenillas, pero a su lado hay otros que no lo son y que igualmente se expresan en términos parecidos. "Viva Euskadi Askatuta", afirma, en ese sentido, López Nistal, cántabro arrestado en Santander pero al que su convivencia con presos vascos en Santoña le supuso cierta adhesión a su causa. Los otros dos hombres que completan el capítulo, Cebrián de la UGT, y Arenillas del Partido Troskista y médico del Ejército Vasco, dejan escritos también sentidos testimonios. La publicación muestra ya en el segundo capítulo las cartas de Justo Ajuria Álava, secretario del Ayuntamiento de Sondika (Vizcaya) y que, a pesar de limitarse a realizar los trabajos burocráticos que le exigía su cargo, fue fusilado por un delito de auxilio a la rebelión. Además de un escrito enviado al tribunal que lo condenó como ampliación y explicación de su conducta completamente apolítica, y previendo su inminente ejecución, remitió sendas cartas a un tío y a su mujer. En la primera, perdona a quienes le han sentenciado y en la segunda, se despide de su pareja y describe cómo vivían. "Voy a terminar a las diez y media de la noche estas líneas que no sé si serán las últimas pues, por la forma de llevar a los que fusilan en Derio, no dan tiempo ni para cambiarse, pues les sacan a patadas sin consideración a momentos tan trascendentales y quiero tener todo listo para que este último aliento, esta última impresión, llegue fresca y sincera".

Espontaneidad mortal
"¡Viva la Libertad!"

En cuanto a los no creyentes convertidos al catolicismo, el sestaotarra Pedro González, antiguo afiliado y miliciano de la CNT, reconoce morir "como cristiano" y "arrepentido" de su vida pasada. Además, destaca el episodio protagonizado por el donostiarra Daniel Losada el 24 de noviembre de 1937.Un centenar de prisioneros formó en el patio de la cárcel del Dueso para el acto obligatorio de saludo a la bandera al grito de "¡Viva España! ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! ¡Arriba España!". Después de hacerlo, y de manera espontánea, Losada se adelantó a su fila y levantó el puño mientras gritaba "¡Viva la República!, ¡Viva la Libertad!, ¡Viva el Nacionalismo Vasco!". Aquella misma tarde fue condenado a muerte. En el último capítulo, las cartas de Madariaga se entremezclan con las de otros nueve nacionalistas, todas ellas con un llamamiento general de ensalzamiento de la causa vasca y con distintos mensajes y recados a amigos y familiares. "Ni una venganza quiero para mi muerte. Valor y patriotismo. Patriotismo. Patriotismo. Ésa es la única venganza que solicito", pide el alavés José María Azcarraga.

(Noticias de Navarra. 9 / 12 / 09)