La mañana del 29 de septiembre de 1973 amaneció brumosa. Temprano, el equipo de oficiales a cargo del campo de concentración de Pisagua ingresó a la cárcel.
El capitán Sergio Benavides Villarreal portaba una lista en la mano. La nómina había sido dictada al campo la noche anterior a través del teléfono de campaña por el general Carlos Forestier, comandante de la VI División del Ejército en Iquique, y jefe superior de Pisagua.
La orden era matarlos, pero sacándolos engañados desde la prisión. Se les prometió un buen rato al aire libre mirando el mar, para instalar unos pilotes sobre los cuales se haría una construcción para beneficio de los mismos prisioneros.
El capitán Benavides junto a los entonces tenientes y subtenientes Roberto Ampuero Alarcón, Gabriel Guerrero Reeve, Sergio Figueroa López, y Arturo Contador Rosales, juntaron a los seis detenidos elegidos desde Iquique y les dieron a conocer el "regalo" que les esperaba.
El conscripto Michel Nash Sáez, quien se había negado a reprimir a la población ocurrido el golpe de Estado, los Infantes de Marina Juan Jiménez Vidal y Juan Calderón Villalón, que habían hecho lo propio, y los militantes de izquierda Norberto Cañas Cañas, Marcelo Guzmán Fuentes y Luis Lizardi Lizardi, salieron de la cárcel bajo la promesa de que pasarían a retirar unas herramientas por el camino hacia el cementerio de Pisagua para realizar el trabajo.
En el proceso por los crímenes de Pisagua hay ex prisioneros sobrevivientes que afirman que los seis elegidos iban contentos a trabajar.
Mirarían el mar, y hasta podrían tal vez tirarse un par de piqueros bajo la vigilancia de sus custodios. Pero no hubo herramientas, ni pilotes, ni piqueros, ni tampoco contemplar el mar.
No más cruzaron el antiguo cementerio, los obligaron a correr cerro arriba y los acribillaron por la espalda con una ametralladora punto 30 instalada arriba de un jeep.
La orden de Forestier estaba cumplida. Los conscriptos y los Infantes de Marina o de cualquier unidad de la Armada que quisieran seguir los pasos rebeldes de Nash, Jiménez y Calderón, estaban ahora advertidos del destino que sufrirían.
El equipo de Benavides ensacó los cuerpos desangrados y los lanzó adentro de la gran fosa que ya tenían preparada a un costado del cementerio.
Allí dentro seguirían después cayendo uno a uno otros trece prisioneros asesinados en los días posteriores. El 2 de junio de 1990, la tumba clandestina fue descubierta y aparecieron los 19 cadáveres momificados por las condiciones del terreno. Pero los de Nash, Jiménez y Cañas habían desaparecido, hasta hoy.
Por ello, el ministro Joaquín Billard procesó ayer a los mencionados cinco oficiales (R) de Ejército, además del suboficial (R) de Carabineros, Manuel Vega Collao, jefe entonces del retén de Pisagua, como coautores del secuestro de los tres desaparecidos Nash, Jiménez y Cañas.
Antes, Billard había encausado también a los mismos seis como coautores de homicidio calificado por las muertes de Calderón, Guzmán y Lizardi, cuyos cuerpos sí se hallaron dentro de la sepultura encubierta.
El mismo equipo se encuentra igualmente procesado por los asesinatos el 11 de octubre de 1973 en un falso Consejo de Guerra de Julio Cabezas Gacitúa, José Córdova Croxatto, Mario Morris Barrios, Juan Valencia Hinojosa y Humberto Lizardi Flores.
(Kaos en la Red. 12/ 01 / 09)