lunes, marzo 10, 2014

SATURRARÁN: HOMENAJE A LA MITAD DEL CIELO...

Decia el lider revolucionario chino Mao-Tse-Tung que las mujeres eran "la mitad del cielo", en alusión al imprescindible y determinante papel de las mujeres en cualquier proceso de cambio social y más si este es de carácter progresista y revolucionario.

En la playa de Saturrarán, situada entre Ondarru y Mutriku, tras la victoria fasciofranquista en todo el norte de la Península, un balneario alli existente fue convertido en prisión de mujeres y las monjas que lo regentaban en represoras guardianas.

Por este lugar entre los años 1938 y 1944 pasaron mas de cuatro mil presas, mujeres que en un modo u otro habian coadyuvado al advenimiento de la II República el 14 de Abril de 1931, que habian defendido la legalidad de ese régimen frente al golpe fasciofranquista del 18 de Julio de 1936, que habian participado en sindicatos, partidos políticos de izquierda o republicanos, en asociaciones de todo tipo... o que simplemente eran compañeras, esposas, hermanas o hijas de hombres de izquierda: en resumen miles de mujeres que representaban precisamente eso, la "mitad del cielo" que los sectores progresistas y populares de todo el Estado español pretendian hacer realidad con la potencialidad de cambios de la II República.


Con apenas un petate para dormir, en los mejores años del penal, y un retrete por cada 250 reclusas llegaron a convivir en el mismo espacio temporal alrededor de 1.600 mujeres, calculándose que cada presa disponía de alrededor de 45 centímetros de suelo para dormir.

La prisión central de Saturraran estaba formada por un complejo de varios edificios pertenecientes a la Iglesia que diferenciaba a las presas en madres, ancianas y jóvenes. Las reclusas estaban custodiadas por unas 25 monjas de la Merced, un sacerdote, un funcionario de prisiones y alrededor de 50 militares y el lugar más característico de la cárcel era la “celda de castigo”. Esta celda se encontraba a la altura del río que pasaba por detrás del edificio anteriormente denominado Barrenengua. En consecuencia, siempre tenía un palmo de agua en el suelo que alcanzaba casi el metro cuando subía la marea.

Durante los seis años en los que se mantuvo operativo el penal fallecieron entre sus muros 120 mujeres y 57 niños y niñas. El hambre y la falta de higiene formaba parte de la vida cotidiana de las reclusas. Los testimonios recopilados investigadores describen cómo las monjas robaban la comida de presas y niños para venderlo en el mismo economato de la cárcel o en el estraperlo y confiscaban los alimentos que enviaban las familias de las presas.

En la cárcel se amontonaban sin distinción las presas políticas (relacionadas con partidos o sindicatos afines a la República) y las presas comunes (en su mayoría prostitutas o abortistas). Entre los testimonios rcogidos se recoge el de Balbina Lasheras Amezaga, quien fue conocida en la prisión de Saturraran como 'la peque', ya que era una de las más jóvenes del penal. Balbina fue detenida el 21 de junio de 1937 cuando las fuerzas falangistas entraron en Bilbao, su ciudad de nacimiento. En aquel momento tenía 16 años y se encontraba jugando a 'la cuerda' con sus amigas. La acusaron de haber delatado a unos vecinos falangistas que vivían en un chalet cercano. Permaneció encarcelada 5 años, 4 meses y 10 días.
 
Balbina fue detenida con 16 años mientras jugaba en la calle a 'la cuerda' Tras dos breves estancias en diferentes cárceles de Euskadi, Balbina fue trasladada a Saturraran. “Pasamos mucho, mucho frío. Debajo teníamos el río y había mucha humedad. Muchas mujeres se murieron de tifus. Don Luis Arriola, que era el médico de Ondarroa en aquella época, también era el médico de Saturraran. Nos daba una vacuna contra el tifus. La vacuna decía que había que tomar la inyección en tres tandas. Aquel ¿sabes qué hizo? ¡Meternos toda la vacuna de una vez! Menos mal que las jóvenes podíamos mantenernos en pie para poder atender a todas aquellas mujeres que estaban por el suelo. No se podían levantar de la fiebre que tenían”, recuerda Balbina.

En un pabellón distinto al de Balbina, en el de las madres, se encontraba Ana Morales. Tenía 17 años cuando la denunciaron por ser espía comunista. Ella lo negó todo. No obstante, y a pesar de estar embarazada, ingresó en prisión. En la cárcel de Ventas (Madrid) dio a luz a su primer hijo. Meses después fue trasladada a la cárcel de Saturraran junto a otras 25 madres con sus 25 niños.

“Entraban 30 litros de leche todos los días. Pero la leche era para las monjas, no era para los niños ni para las madres. A nosotras, a veces, nos daban un café, sin azúcar ni nada, porque el azúcar lo vendían de estraperlo (…) Mi hijo tuvo catarros fuertes y una vez las que estaban en la oficina con el director le dijeron al médico que por qué no le recetaba algo. Y dice: '¿Cómo le voy a recetar si no tiene dinero para comprarlo?'”, relata Morales, que recuerda el día en el que los niños mayores de tres años desaparecieron.


"A las madres nos mandaron a lavar al río. Cuando volvimos los niños mayores no estaban", cuenta. “No sé si fueron las monjas o fue el Estado, pero mandaron un autocar con monjas teresianas, que vinieron de paisanas. A las madres nos mandaron a lavar al río. Al volver al pabellón no había ningún niño mayor. Todos los niños mayores se los habían llevado en el autocar. Y, claro, a las madres les daban ataques. '¿Dónde están mis hijos? ¿Quién se los ha llevado?', repetían”.


Uno de estos niños que vivió sus primeros años en la prisión es Rosa Pajuelo. Con dos años de vida fue trasladada junto a su madre a la prisión de Saturraran. Allí estuvo hasta los cinco, cuando su madre la entregó a una presa del pueblo que salía en libertad para evitar que fuera 'requisada' por las monjas. “Mi madre me contó que dormíamos juntas en una habitación. La de al lado tenía sarna, la otra tenía piojos, la otra enfermedades… mi madre siempre me metía debajo de ella”, rememora Pajuelo, que señala que no recuerda haber pasado hambre porque su madre le dio el pecho hasta los tres años.

En 1944, con la II Guerra Mundial terminada y ante el temor de que la victoria de los aliados pusiera fin a la dictadura fascista en España, el régimen decidió echar el cierre al penal, o como lo definió la presa republicana Tomasa Cuevas: el almacén de mujeres. El doctor de la prisión, Don Luis Arriola, resumió a Ana Morales en apenas una frase por qué salían libres de la cárcel: “Pueden dar gracias ustedes a la situación internacional, si no, no hubiera salido ninguna de aquí. La que hubiera salido habría ido a Alemania, pero de aquí no hubiera salido ninguna viva”.