miércoles, junio 18, 2008

FILOSOFIA REPUBLICANA. Artículo de opinión de Fabricio de Potestad y otros


EN la historia, son muchos los momentos en los que se ha debatido en torno al sistema republicano como superación de un modelo, el monárquico, que ha estado relacionado con valores propios de las tiranías.

Por eso consideramos que continúa teniendo pleno sentido plantear este debate que, en principio, consideramos debe superar un debate simple sobre nominalismos. La quema de retratos por un lado, y el secuestro de revistas por otro, no ayudan a normalizar un hecho positivo para esta sociedad como es el debate sobre una institución. Debate que debería ser transparente, sin cortapisas legales ni de ningún tipo.

Y consideramos que es interesante ese debate porque mejora la democracia al generar una tensión dialéctica entre dos sistemas de raíz muy diferente, y porque creemos que es necesario repensar constantemente la política con una actitud crítica. Ya que la elección entre un sistema y otro es más importante de lo que aparentemente parece.

Apostando por superar los nominalismos, tenemos que profundizar en las aportaciones de ambos sistemas. Porque en el marco europeo, en el contexto de las democracias europeas, mejorables pero ya consolidadas, pretendemos dotar de contenido político a un debate que supera la actitud contraria a una familia o una forma de vida pagada por el sistema público.

Es evidente que hay repúblicas dictatoriales y monarquías democráticas, pero ése no es el asunto en el que debemos entretenernos. La monarquía es injusta por su propia naturaleza, ya que discrimina a las personas en función de su linaje, es una institución que representa valores conservadores, al escenificar unos ritos sociales y familiares clásicos, alejados de lo que buena parte de la sociedad hace. Además, esta institución se ha constituido en uno de los símbolos de la petrificación constitucional.

La monarquía es evidentemente una institución anacrónica, machista y parasitaria. Es una institución que basa en lo fastuoso su imagen, y eso en democracia resulta excesivo como forma de demostración de poder, teniendo en cuenta por ejemplo que esos rituales se basan en lo vertical y lo castrense. Es decir, los valores democráticos no vertebran los sistemas monárquicos a pesar de que se produzca una convivencia, a veces dificultosa, entre este sistema y el modelo parlamentario, por lo tanto se produce una vista gorda sobre esa anomalía.

Apostar por la república resulta, precisamente, más coherente con la democracia. La monarquía es una anomalía democrática en cuanto define que un cargo público es hereditario, cuestión ésta que es un lujo que no nos podemos seguir permitiendo en nuestra sociedad.

La aportación republicana tiene una profunda raíz democrática. Bebe de esa radicalidad. En este sentido, la gran aportación republicana al pensamiento humano, y por lo tanto a la forma de organizar nuestras sociedades, tiene que ver con la concepción pública de las instituciones. La idea del laicismo, que va más allá de lo religioso, como forma de garantizar no sólo el interés público sino las formas de consenso, es la base del paradigma republicano. Es decir, el republicanismo plantea el interés público, la plaza pública, en base a la cultura cívica, a la empatía entre la ciudadanía. Pretendiendo definir lo que nos une y lo que nos separa, para así construir una convivencia de religiones o de identidades mucho más satisfactoria, que no se deriva de autoridades reales o sagradas, sino que emana de la autoridad del consenso, de la autoridad de lo que comúnmente se puede definir como bien público .

Eso es lo que precisamente intentó la II República. Pese a sus evidentes errores, que tienen que ver con algunos de sus comportamientos militares y de orden público, la República del 31 trató de trasladar una idea pública en el ejercicio de la administración institucional. Por eso mismo le concedió una importancia de estado a la cultura, por eso trató de mejorar la educación y el reparto de la tierra.

El ideal moderno de libertad, autonomía o soberanía popular resultan incompatibles con una aceptación acrítica de la tradición, de lo hereditario o de la monarquía. En pleno siglo XXI no debemos dejar de cuestionar una institución que, paradójicamente, necesita una cantidad ingente de recursos públicos para mejorar su imagen pública. El protocolo sacraliza, diferencia y es un instrumento que marca y define poder, por eso los chistes sobre lo campechano del actual monarca resultan secundarios.

Los republicanos y republicanas de hoy debemos mirar al futuro. Sin desdeñar las aportaciones anteriores, tenemos que escapar de una visión melancólica de lo que pudimos conseguir durante la transición. Y tenemos que dejar de lado algunas licencias retóricas que nos alejan de la actual sociedad, porque decir que seguimos viviendo en una especie de dictadura porque Franco nominó al rey, no es más radical que no decirlo, como si la exageración fuera más progresista.

Sabemos que los grandes cambios sociales no se han producido de un día para otro. Por eso es necesario mantener vivo este debate, porque se cambia no clamando el hoy, hoy, hoy, sino serenamente mirando a lo lejos. Somos conscientes de que existe un gran escepticismo sobre este tema, pero por eso mismo nos hemos animado desde este foro a plantear este viejo debate.

(Noticias de Navarra. 18 / 06 / 08)