domingo, mayo 23, 2010

LUCHADOR POR TODAS LAS DEMOCRACIAS. LA HISTORIA DE ANGEL OLMEDO, UN REPUBLICANO, UN RESISTENTE CONTRA LOS NAZIS Y UN HOMBRE CON SUERTE

LAS ropas de Santa Teresa con las que fue bautizado han sido su amuleto para la vida. Ni un rasguño en ocho largos años de combates, oyendo silbar a su alrededor todas las balas de la Guerra Civil. Vio caer a decenas de amigos en el Frente y él indemne; pasó calamidades en los campos de concentración y salió de rositas, jamás fue cogido prisionero, ni siquiera cuando combatía contra los nazis en la Resistencia francesa. Ángel Olmedo Armendariz ha sido combatiente en las trincheras por la democracia, ha sido protagonista del exilio y a sus 92 años de lucidez histórica, no pierde la moral ni los ideales, como refleja la bandera republicana que preside su salón.

Pocas veces con tantos avatares y tantos infortunios, se puede tener tanta suerte. Nacido en Aranjuez, aunque residente en Barakaldo desde hace catorce años, de donde era su mujer y donde viven "lo que más quiero mi hija y mi nieto Xabier", permaneció en el exilio 57 años. Con 18 años se marchó voluntario a defender la República y ya no volvió a su casa ni a ver a sus padres ni a su hermana Concha. Luchó en la defensa de Madrid, en el frente de Navafría, en la Batalla del Ebro, e hizo la guerra en una brigada móvil de choque como carabinero, "unas de las brigadas de más crédito en aquellos momentos y en ella terminé la guerra, más bien la guerra acabó con nosotros", apuntala. "A última hora, me destinaron a la comandancia de carabineros de Tarragona pero ya no había esperanzas de ganar". "Éramos pocos contra muchos. Nosotros los legítimos, no teníamos nada. Nuestra única ayuda era nuestra moral y nuestro corazón, luchábamos sabiendo que el enemigo era superior". Todavía hoy retiene en su mente recuerdos espantosos, "pero lo peor fue la retirada de Catalunya con niños de tres o cuatro años llorando, agarrados a los cuerpos de sus padres que acababa de matar la Aviación". Ángel Olmedo relata sucedidos y avanza y retrocede en el tiempo, con la seguridad que sólo pueden dar 92 años de vida exprimida, sin desaprovechar una sola gota.

En el peor campo
El día que cumplió 21 años, se encontraba en el peor campo de concentración de Francia. En Argelès-sur-Mer. Cruzó la frontera el 10 de febrero de 1939 y se encontró con otras 100.000 personas que, como él, tenían como colchón la arena de la playa "chorreando agua" y como techo, el cielo. "Los once primeros días, los franceses se portaron inhumanamente, no nos dieron ni un vaso de agua, ni un trozo de pan. Y eso que en el pueblo había cientos de camiones con toda nuestra intendencia. Hambrientos y desesperados, se lanzó la consigna de saltar las alambradas. "Como bestias salvajes, nos apoderamos de lo que era nuestro, los camiones estaban llenos de leche, botes de carne de kilo, pan en conserva... Volvimos cargados y creíamos que las autoridades iban a tomar represalias pero el campo estaba rodeado de periodistas y fotógrafos, tuvieron miedo a la opinión pública y no nos castigaron". Los carabineros permanecieron allí hasta el 6 de mayo, cuando les comunicaron que les trasladaban a Gurs. "Tenían todo bien organizado, con barracas sobre un entarimado que subía del suelo unos 60 centímetros". Ángel recuerda todavía el sabor de aquellos dos cazos de agua sucia por la mañana, "lo llamaban café", dos a las once con alguna patatita y otros dos a las cinco de la tarde... "pero todos éramos muy correctos, nadie protestaba y todo se repartía". Cuando franceses e ingleses declararon la guerra a Alemania, el 1 de septiembre de 1939 y él seguía confinado, un incidente acabó en un enfrentamiento entre los carabineros y los gendarmes. Ángel se temió lo peor. "Cercaron la barraca y nos amenazaron con llevarnos a la España de Franco. Estábamos dispuestos a luchar con armas que teníamos escondidas pero en lugar de eso, nos trasladaron al campo de Septfonds".

Allí, con barracones ocupados por cien hombres, en unas condiciones de vida espantosas, Ángel hizo una pequeña conquista y aprendió a jugar al ajedrez. Pero como si fuera hoy, la gran industria invadió los campos, exigiendo mano de obra especializada. Así fue como Ángel fingió un oficio que no conocía y se convirtió de la noche a la mañana en moldeador porque tenía unos primos en Zaragoza que regentaban una fundición. "Yo quería la libertad en condiciones. No como un esclavo, dispuesto a cualquier cosa, a salir como un destripa terrones por un plato de comida y una cama en un pajar", dice, refrendando su condición de libertario. Y un día, su nombre sonó por los megáfonos del campo de Gurs y se vio en la fila de los moldeadores. "He tenido suerte -vuelve otra vez la fortuna a la conversación- porque cuando llegó mi turno, los ingenieros que seleccionaban al personal me interrogaron sobre dónde había trabajado. Al citar la Fundición Bautista, en Zaragoza, resultó que conocían la ciudad y la empresa. Nos liamos a hablar de eso y no me preguntaron nada del oficio". De este modo, Ángel Olmedo y 27 ex combatientes de la República recobraron la libertad el 3 de enero de 1940 y se subieron a un tren de viajeros con destino a Angouleme que les pareció el Orient Exprés, acostumbrados a trenes de bestias, sucios y malolientes.

Al rescate de Lolita

La felicidad le duró poco. La invasión alemana le truncó otra vez la vida el 19 de agosto tras recibir una citación para presentarse en la estación de ferrocarril de Angouleme. "Decidí no ir y así me libré de la expedición al campo de Mauthausen". Tenía que haber viajado a aquel horror. Lo evitó. Los nazis fueron a buscarle a la pensión pero, escondido de urgencia detrás de un armario, nuevamente se le apareció la suerte en la figura de dos caseros compasivos.

Ángel se libró del convoy del infierno, ése que tardó cuatro días en alcanzar Mauthausen sin agua, sin comida y sin letrinas, aquel que dejó a los hombres y a los niños en el abismo y que devolvió a las mujeres y a los bebés porque no querían gastar balas sin sentido. Pero Ángel no se libró de la conquista de su mujer, Lola Martínez, que viajaba, sin él saberlo, en aquellos vagones. Fue una bilbaina, Paquita, que se había escapado del convoy, la que contó que habían bajado a una de las chicas en Angouleme y que se la habían llevado en ambulancia. "Nos enteramos de quién era y pedimos la intervención de madame y mademoiselle Cobas para salvar a Lolita porque su vida no valía nada". Aquella jovencita morena, a la que libró de una muerte segura, terminó siendo su esposa durante 68 años.

La biografía de Ángel Olmedo va paralela a la Historia porque el día que nació su hija, Loli, los alemanes se retiraban de la zona de Burdeos. El embarazo de Lola tampoco fue ajeno a los episodios de su azarosa vida. "Como ya estaba en la Resistencia, en la cuarta brigada de maquis, le dije: mira chata, cualquier día pueden detenerme y fusilarme, si te parece, fabricamos un niño o una niña. Y la hicimos exprés".

Sabotaje
Decididamente, Ángel no desaprovechaba un solo minuto. Entró en la Resistencia prácticamente desde que los alemanes invadieron Angouleme. "A las 10.20 del día 26 de junio. No se me olvida". "Concentraron en una plaza a miembros del Ejército francés y un soldado alemán quiso quitar la espada a un general, un gesto muy feo y entonces a nosotros nos pudo la sangre y se oyeron ocho voces de ocho soldados de la República española". Empezaba así el germen de la rebelión tras una reunión en el bar de monsieur Cobas. "Éramos diez, nosotros ocho y dos de las Brigadas Internacionales queriendo salvar a los soldados franceses, vistiéndolos con ropa civil y escondiendo las armas. Conseguimos salvar 16, pocos pero, al menos, logramos eso".

Fue su primera acción. Luego, en los lugares de trabajo se dedicaban a sabotear y estropear todo lo que podían, más tarde se organizó la Resistencia gracias a De Gaulle y a él le tocó el ejército de las sombras de los maquis, un rosario de tiras y aflojas con los alemanes, hasta que se desmovilizó en marzo del 45, en Oloron-Sainte-Marie. Ángel Olmedo vive para contarlo y después de tres horas de charla, se detiene, pone cara de bueno, vuelve a citar los ropajes de Santa Teresa y parece un Santo. ¡Quien lo diría!. Él, un rojo de los de toda la vida.

(Deia. 23 / 05 / 2010)