miércoles, mayo 19, 2010

DESDE LOS BARROTES DE LA MEMORIA

CORREN tiempos de ilegalizaciones cuando aún nadie ha declarado el franquismo ilegal. El terror del régimen dictatorial español continúa vivo en historias reales que las novelas más vendidas son incapaces de superar. Por desgracia, la zornotzarra Marina García lo sabe bien. A sus 80 años, asegura que "sólo con ver a Mariano Rajoy en televisión me echo a temblar". Cualquier herencia del franquismo le remueve los 70 años de tristezas que sus entrañas no son capaces de diluir.

Transcurría el año 1939. Los padres de Marina García trataban de recuperar la alegría después de que el 9 de abril de 1937 un conductor ebrio atropellara a una de sus hijas causándole la muerte. Residían en Villar de Chinchilla, Albacete. Ella, madrileña, era maestra de escuela. Él, toledano, trabajaba en Correos. Pero la cotidianidad se tiñó de tragedia en el momento en el que una familia de panaderos del pueblo denunció a los García-Rodríguez. "Por envidias y por ser socialistas", asegura Marina desde los barrotes de su memoria. Condujeron al matrimonio al penal de Chinchilla. Con la madre, encarcelaban también a su hijo recién nacido, Crescencio.

En ese momento, una joven acogida por esta familia llamada María se hizo cargo de tres hijos, entre ellos, Marina. "La joven María hizo todo lo que una persona puede hacer por sacar adelante a unos niños que, además, no éramos sus hijos. Le estaremos siempre agradecidos", enfatiza Marina.

Al pasar los días de Guerra Civil, las noticias se iban tornando cada vez más negras. Antes de que el fascismo encarcelara a la madre, ésta le hizo una terrible confidencia a Marina. "Yo tenía escasos años y no llegué a comprender que me dijera que estaba contenta porque le habían condenado a 30 años y 1 día de cárcel. Marina, ¡me han conmutado la pena de muerte!", exclamó. Lunas después, con ambos encarcelados, la cuidadora recibió una cruel notificación avisando de que los franquistas iban a fusilar al padre -"sin haber sido juzgado"- para que presenciaran la ejecución. Decidieron no acudir. El fusilamiento se cumplió el 18 de mayo de 1939. El mismo día, dos años antes, Amorebieta había sufrido la entrada de los golpistas fascistas, municipio al que los nacionales destinarían, de forma paradójica, a la madre presa. "Guardamos una carta escrita por nuestro padre dos horas antes de ser fusilado. Se despide de todos nosotros y siempre con Dios por testigo", narra Marina con palabras emocionadas: "No puedo decir todo lo que he sufrido".

Su madre sobrevivió también al campo de concentración de Saturraran y a la cárcel habilitada en El Carmelo de Amorebieta, a donde la joven María no dudó en desplazarse con los hijos de la maestra. "La chica guardó las joyas familiares y las vendió en Amorebieta, para darnos de comer", agradece. Tardaron en llegar al pueblo tres días en trenes de mercancía. Una vez aquí, la joven tuvo que hacerse cargo también del hijo menor que se lo arrebataron a su madre "por cumplir el destete".

Marina tuvo "suerte", valora. Cayó en gracia en dos familias: una de Amorebieta y otra de Ondarroa que quisieron hacerse cargo de ella. La primera sufragó su internado de tres años en Santurtzi y la segunda le trasladaba en verano cerca de su madre cuando estaba presa en Saturraran. "Recuerdo que en Ondarroa me llevaban al alto de la carretera y desde allí veía cómo mi madre nadaba en el mar", rememora esbozando la primera sonrisa. En Santurtzi, las Hijas de la Cruz le prohibían decir que su madre estaba en la cárcel con las carmelitas, que entonces, eran unas monjas "muy rectas".

No así el también carmelita Padre Leandro. "Al ser casi todas las presas analfabetas, mi madre era la directora del cuadro artístico que había y el Padre Leandro confiaba mucho en ella. Solíamos ir a visitarle. Había una verja ante nosotros y otra ante ella, con una monja en medio. En una ocasión, pudimos entrar y ver su petate con un colchoncito enroscado y donde dormían hacinadas muchas juntas". La mayor alegría de las dos Marinas -la madre también se llamaba así- fue cuando, estando en el internado de Santurtzi, liberaron a la maestra. La niña, a la que el médico había diagnosticado la "enfermedad de la tristeza", como se denominaba entonces a la depresión, sanó. Marina vuelve a sonreír: "¡Fue la cosa más grande del mundo para mí! Ese mismo día me fui. Yo sólo quería estar con ella".

Transcurridos 71 años, Marina denuncia que en la guerra les privaron de tres viviendas de la familia. Y concluye positiva porque su madre volvió a recuperar su plaza de maestra, esta vez en Ea. Hoy Amorebieta-Etxano es su pueblo que "no cambiaría por nada, aunque me gusta mucho Madrid. Sólo tengo la espinita de no haber conocido Pontevedra, donde nací", subraya como queriendo volver a nacer. A revivir su vida.

(Deia. 19 / 05 /2010)