miércoles, noviembre 14, 2007

LA MEMORIA QUE NO CESA (aunque la "Ley de Des-Memoria Histórica" asi lo pretenda)


La recientemente aprobada "Ley de Des-Memoria Histórica" ha dejado un espeso sabor amargo, a dejadez, a desengaño, a justicia desdeñada, a lagrimas estancadas... en las familias de las personas que sufrieron las penas impuestas por el régimen franquista, más aún cuando estas eran de muerte.

Trasnscribimos aqui una carta publicada en el diario asturiano "La Nueva España" el pasado 9 de Noviembre, un diario que en consonancia con esa Ley recien aprobada aún sigue llevando el nombre impuesto por los del cara al sol y la camisa nueva, los mismos que asesinaron contra las tapias del cementerio de Ceares, en Xixón, a Guilleromo, el hombre del que habla esta carta.

"Esta carta quisiéramos dedicársela a nuestra abuela Socorro y a su siempre recordado hermano Guillermo, encarcelado en la cárcel del Coto de Gijón y fusilado en agosto de 1939, al amanecer, frente a la tapia del cementerio de Ceares. Los testimonios de los que oían los angustiosos disparos en la noche y las marcas de las balas que el tiempo no ha borrado de la tapia todavía nos sirven de permanente recuerdo de los centenares de víctimas que la represión franquista se llevó por delante.

Nuestra abuela siempre nos habló de la vida truncada de su hermano Guillermo, asesinado con tan sólo 27 años, y de la feroz persecución sufrida en su pequeño pueblo del concejo de Mieres a los que habían permanecido fieles al Gobierno de la República, tras la entrada de las tropas fascistas en Asturias. Nos contaba cómo Guillermo, tras unos meses escondido en un agujero subterráneo que le habían hecho al lado de su casa, había decidido presentarse en el cuartel, confiando en su inocencia y en el traidor anuncio que habían hecho los nacionales asegurando que no actuarían con venganza contra los derrotados del banco republicano. Nos hablaba de la indefensión sentida en esa pantomima de juicio que eran los consejos de guerra franquistas, construidos sobre testimonios, pruebas y testigos falsos, de su condena a muerte, de sus visitas a la cárcel del Coto, de su larga y angustiosa espera en cada una de ellas, sin saber hasta el último momento si su hermano continuaba vivo, del trato vejatorio dado por los funcionarios de la cárcel a los familiares de los condenados, del terror sentido a cada momento. También nos contaba el penoso periplo que había iniciado su padre buscando el indulto para su hijo, que le llevaría hasta el cuartel general de Burgos, de donde regresaría ilusionado porque le aseguraron que Guillermo tenía muy buenos informes y no sería fusilado. Nos hablaba de las falsas esperanzas que todos se habían hecho y de cómo, tan sólo un mes después, su hermano era fusilado y mi abuela recibía como única respuesta en su periódica visita a la cárcel un paquete con una nota, que decía: «Prendas que deja Guillermo Álvarez a su familia».Luego vinieron los largos años de silencio obligado, la glorificación de los asesinos, los hirientes encuentros con la persona que le había delatado, la vida arrebatada que se recordaba tan a menudo. Mi abuela sólo terminó hablándonos a los familiares y a los amigos de confianza, porque el miedo aprendido durante tantos años aún helaba su aliento y sus palabras, que mezclaban sentimientos de dolor y rabia que el tiempo no desvaneció y que no eran más que un reflejo de la impotencia sentida por tantos silencios impuestos y sufridos, sin hacerse justicia. Una justicia tanto tiempo esperada y que sus nietas, hoy, tenemos que seguir reclamando frente a una tímida e insuficiente ley de Memoria Histórica, que, por miedo a una derecha aún vinculada al franquismo, no declara la nulidad de unos consejos de guerra que sirvieron de vil instrumento para la represión y el crimen de tantas personas.

Eva, Lydia y Flor González

Oviedo

("La Nueva España" / 09-11-2007)