Hijo de dos supervivientes del Holocausto,
Yaacov Naor aprendió pronto las consecuencias que el silencio, cuando se
espesa sobre ciertos acontecimientos sociales traumáticos, como la
guerra, tiene en la psicología humana. Desde hace décadas trabaja en
romper ese silencio
¿Es
el silencio uno de los culpables de que algunas heridas emocionales no
lleguen a cerrarse, y se transmitan de generación en generación?
El silencio es un mecanismo psicológico de defensa. Las
personas recurren a él como una negación del dolor. En cierta manera se
trata de un proceso necesario, pero si se prolonga demasiado deriva en
una situación patológica. El silencio es una protección pero también
puede convertirse en un muro.
¿En qué consiste eso que los terapeutas denominan "transmisión intergeneracional del trauma"?
Es un fenómeno habitual en el caso de guerras y conflictos.
Los descendientes llevan sobre sus hombros el peso de lo ocurrido, en
ocasiones sin saberlo y muchas veces sin haberlo vivido siquiera, y esa
herencia, que siempre termina por aflorar de algún modo, condiciona sus
vidas. Los traumas se transmiten de generación en generación. Yo no
conocí el Holocausto, nací después de la Segunda Guerra Mundial, pero si
me preguntas sobre el olor de los campos, sobre lo que significaba
estar allí, lo puedo sentir perfectamente, porque mis padres sí lo
vivieron. A día de hoy sigo teniendo sueños sobre los campos de
concentración. Es algo que me resulta familiar, que proviene del
subconsciente. Mis padres no hablaban de lo sucedido, y eso tuvo una
parte positiva, ya que hizo que mi imaginación se desarrollara
muchísimo. Fue de hecho la razón de que más tarde me convirtiera en
actor de teatro.
¿Cómo se consigue que esos recuerdos no se conviertan en una fuente constante de sufrimiento?
La mejor manera es encontrar el modo de romper el silencio.
Las personas víctimas de estos traumas presentan dificultades para
establecer relaciones. Se sienten intimidadas, y no son capaces de
confiar ni de estrechar lazos con otros seres humanos. El silencio,
cuando se alarga en exceso, es peligroso, afecta a la relación con el
mundo.
En ocasiones, esas personas ni siquiera son conscientes del origen de su malestar.
Uno de los principales problemas de los niños de la segunda
generación es el de no ser capaces de expresar ira. Para salir adelante y
proteger a los supervivientes, se instaura de forma inconsciente un
silencio que de algún modo exculpa al agresor, incluso las víctimas
llegan a identificarse con él. En el caso del Holocausto, sólo ahora,
setenta años después, las nuevas generaciones son capaces de indagar en
lo ocurrido, de preguntarse qué pasó realmente. Salvo contadas
excepciones, como la del escritor Primo Levi, la vergüenza y la
necesidad de olvidar lo habían impedido hasta ahora. No es casual que
haya surgido una constelación de artistas, de cantantes, de
escritores... Es un fenómeno que obedece a la necesidad de expresarse.
De algún modo, esas son también las herramientas que usa el psicodrama. ¿En qué consiste esta disciplina?
Es una rama de la psicoterapia, ideada por Jacob Levy Moreno
en los años 20. Utiliza técnicas teatrales, como situarse en el lugar de
otra persona o dirigirse a un familiar que no se halla físicamente
presente. En definitiva, consiste en un diálogo interior puesto sobre el
escenario. Puede hacerse individualmente o en grupo, y es un
instrumento muy poderoso, porque establece una distancia respecto a las
propias emociones que permite a los seres humanos saber de dónde vienen
éstas, y afrontarlas mejor. Lo principal es crear una atmósfera de
confianza y descorrer la cortina del silencio, lograr que el paciente dé
rienda suelta al dolor, a la pena, a las lágrimas.
El hecho de que no se haya podido enterrar a los
familiares, como ha ocurrido en Navarra tras la Guerra Civil, ¿complica
la superación del duelo?
Sin duda, que no haya tumbas, no saber qué pasó, dónde está un
familiar, es uno de los sentimientos más dolorosos que tienen que
afrontar las víctimas. El shock que sufren es mayor. Pero
incluso más importante que recuperar los cuerpos -algo en ocasiones
imposible- es lograr hablar de ello.
Usted no trabaja sólo con descendientes de las víctimas, sino también de los verdugos.
Sí. Todos son víctimas. Ambos albergan sentimientos de culpa y
necesitan enfrentarse a lo ocurrido. Nos preguntamos por qué la gente
mata, cómo se puede llegar a eso. ¿Se trata sólo de maldad? No es tan
sencillo. En realidad cualquiera de nosotros puede convertirse en un
asesino. Estamos presos de las circunstancias, de nuestra educación...
Muchas personas son esclavos de la autoridad, se ven obligadas a
colaborar con el poder. Otras veces nos dejamos arrastrar por la
influencia del grupo, nos convertimos en un rebaño que sigue ciegamente a
alguien que nos promete una mejor situación. La Iglesia, los políticos,
ciertas coyunturas desesperadas, pueden llevarnos fácilmente hasta esos
extremos.
El actual periodo de crisis nos hace más vulnerables...
Las crisis, como la que aupó a Hitler al poder, son terreno
abonado para que sucedan estas cosas. La gente quiere encontrar
soluciones inmediatas, y si aparece alguien capaz de hacernos creer que
puede conseguirlas, todo viene rodado. Hitler, por ejemplo, creó mucho
empleo y llevó a Alemania a una pujanza desmedida, pero todo era una
ilusión, como lo demostró la década de crisis que sobrevino después. El
crecimiento en economía debe ser paulatino y racional, si no la caída
resulta terrorífica.
Cuenta que los talleres que ha organizado entre palestinos e israelíes deparan situaciones de empatía sorprendentes.
Durante años, gracias a la mediación de Médicos sin Fronteras,
me he desplazado a zonas donde los israelíes no pueden entrar,
disfrazado y escoltado por terroristas, para trabajar el psicodrama con
palestinos. Para mí es muy emocionante ver cómo confían en mí, cómo se
abren, porque a pesar de ser judío no me ven como un enemigo. También he
organizado encuentros entre palestinos y hebreos. Resulta increíble
comprobar que, pese a las reticencias iniciales, terminan charlando y
relacionándose. Al final, el "enemigo" es un ser humano como tú, que
siente, que llora, que ha sufrido también. Ponernos en el lugar del otro
nos permite comprenderlo y comprendernos mejor a nosotros mismos. En el
psicodrama no hay espacio para la discusión política, la culpa ni la
venganza, todos somos iguales. La idea es ser un testigo de la historia
del otro. Ya no me desplazo a ciertas zonas porque era peligroso y mi
familia me pidió que dejara de hacerlo, pero sigo organizando
encuentros, aunque no esté bien visto. Mis amigos me preguntan: "¿Por
qué les ayudas? Deberías ayudarnos a nosotros". Yo les respondo que soy
hijo de supervivientes del Holocausto, y que no quiero que esa tragedia
se perpetúe. Mi contribución no es de orden político. Creo en el
diálogo, y considero que crearlo y fomentarlo es mi misión en la vida.
Las claves
carné de identidad
· Lugar y año de nacimiento. Nació en 1948 en un campo de desplazados en el sur de Alemania.
· Carrera profesional. Es
fundador y director de ISIS Israel, un centro de psicodrama y Expresive
Art Therapy en Tel Aviv. También ejerce labores de coordinador de la
Sección de Psicodrama de la International Association of Group
Psichoterapy and Group Processes. Ha impartido cursos en Europa, Estados
Unidos, Canadá, Australia e Israel durante los últimos 30 años. Desde
1986 ha impulsado grupos de diálogo psicodramático para supervivientes
de la segunda y tercera generación del Holocausto junto con jóvenes
alemanes, y entre palestinos e israelíes.
"El silencio es una protección pero también puede convertirse en un muro"
"El psicodrama permite establecer distancia frente a las emociones y afrontarlas mejor"
(Noticias de Navarra.2/11/2012)