A sus 82 años, Anita Sirgo, hija del fugao Avelino Sirgo Fernández y ejemplo vivo de la lucha comunista durante el franquismo, recuerda 50 años después “las palizas que recibí, el corte del pelo a navaja y la cárcel” que sufrió.
Una tortura que ella cuenta “porque soy valiente”, pero que confiesa que sufrieron de forma anónima “muchas personas, entre ellos mi marido, Alfonso Braña”. Una represión de la que hoy sigue culpando a Fraga. “No podíamos ir a una manifestación pacífica para protestar por lo que era nuestro, enseguida estábamos copaos por la Guardia Civil con metralletas”. Así que, con estos antecedentes, admite que acogió sin ningún duelo la muerte de Fraga. “No me alegré de su muerte, porque no deseo la muerte a nadie, pero no pasé ninguna pena por él porque a nosotros (los comunistas) no nos mató en vida no sé por qué”.
Eso sí, los elogios póstumos a exministro franquista le indignan. “Que ahora quieran ser muy demócratas. Cuando oigo en la tele lo bueno que fue, digo, madre mía del alma, que digan que fue buena esa persona, tanto como hizo, tantos palos como llevamos simplemente por defender nuestros derechos, los de los mineros, y nuestra libertad”.
‘La carta de los 102’ Anita se revuelve en la silla, indignada, cuando se le recuerda que Fraga calificó de “falsos e inexactos” los hechos denunciados por la llamada carta de los 102 , firmada por el mismo número de intelectuales dirigida al entonces ministro denunciando torturas durante las huelgas mineras de Asturias. “Yo sólo cuento la verdad de lo que ocurrió”, zanja esta mujer nacida en el Campurru de Lada, que ahora vive en la barrida de San José de Lada.
Luchadora como es, recuerda que “la democracia se ganó en la calle” y llama a “despertar a los jóvenes porque la juventud tiene que saber qué es lo que ocurrió” en Asturias durante la represión de las huelgas mineras de 1962.
Aún conserva el mismo ardor reivindicativo y, entre sus llamadas a defender las ideas en la calle, recuerda que hoy irá a Oviedo a la concentración de los pensionistas convocada por CCOO. La lucha, siempre la lucha, “hasta la muerte”, dice. Y también la memoria, porque aún recuerda como la prensa “se guaseaba de que me hubiesen rapado y escribían: pelona sin pelo, quién te lo rapó”.
Anita Sirgo, junto con otras mujeres, la mayoría comunistas, jugó un papel de militancia activa contra el franquismo. En los años 50 ya participaba en manifestaciones. Estaba fichada. De modo que todos los años, una semana antes del Primero de Mayo, “me detenían porque creían que yo era la que movía el potaje”.
Cuando llegaron las huelgas mineras del 62, Anita encabezó la actuación de un grupo de mujeres que trataban de frenar la incorporación de mineros al tajo cuando, ya sin ingresos, se disponían a volver al trabajo después de un mes en huelga. Es lo que se llamaba “ir a tornar los esquiroles”, a quienes llegaron a arrojar maíz en los caminos de acceso hacia las minas, “con lo que les llamábamos gallinas”.
Aquellos días de estallido social en las Cuencas aún están frescos en la memoria de una mujer fuerte pese a la edad y los años de penurias. Sólo su sordera, provocada por las palizas, “que me rompieron el tímpano”, delatan en su cuerpo las huellas de la represión. Recuerda cuando en el 62 los mineros, tras un mes en huelga, “estaban desesperados y algunos querían volver a trabajar sin haber conseguido nada”. En los comercios cada vez fiaban menos y había mucha necesidad. Por eso un grupo de mujeres del PCE “nos plantamos para hacer algo más, teníamos que participar y no quedarnos en casa”.
Concentración en Fondón Anita Sirgo cita fielmente el nombre de pila de algunas de las mujeres que en 1962 se concentraron en el pozo Fondón para impendir el acceso de mineros al tajo. “Lo conseguimos, dieron la vuelta”, pero entonces llegó la Guardia Civil, “que dispararon tiros al alto al ver el barullo. Nos llevaron a la escombrera y quisieron detener a dos, pero nos cogimos todas las mujeres y dijimos que o se llevaban a todas o a ninguna”.
Esa actividad le pasó factura a Anita Sirgo. Fue al poco de llegar de Marruecos el capitán Caro de la Guardia Civil, recuerda, “cuando nos llamaron a los que estábamos en el ajo”. Así fue como llegó al cuartelillo de la Guardia Civil de Sama y fue encerrada en sus calabozos junto a Tina Pérez, de la Joecara, con quien compartió encierro “y palos”.
Los calabazos de Sama Como ya ha contado cientos de veces, allí fue maltratada, al igual que su marido, que estaba en la celda de al lado, aunque ella no lo sabía. Para comprobarlo, Anita relata que “cogí el zapato y toco la pared para ver si estaba en la celda y él me contesta”. Se acuerda de que en la madrugada, “oímos movimiento y golpes. Vuelvo a picar en la pared y mi marido ya no da contestación. Entonces Tina y yo nos subimos en un ventanuco, lo abrimos y empezamos a dar gritos, llamándoles criminales y asesinos para que el pueblo lo oyese”.
Tras esa algarabía, “el capitán Caro, el cabo Pérez y otros dos entraron como cuatro lobos a por mí y a por Tina”. Eran las tres de la madrugada cuando “empezaron a darnos patadas y hostiazos”. Tras la lluvia de golpes, Anita dijo que estaba embarazada “para evitar los palos, pero siguieron y me decían: un comunista menos. Así que tuvimos que callar porque si no nos mataban allí”.
A continuación interrogaron a las dos mujeres comunistas. “Primero llevaron a Tina y después vinieron a buscarme a mí. No la vi, la guardaron porque venía echa un cristo”. Cuando entró en el despacho del capitán Caro, Anita vio la foto del líder comunista Horacio Fernández Inguanzo. Le preguntaron si lo conocía y ella lo negó. A cada negativa, “hostia que te viene y hostia que te va”. También negó conocer a otros camaradas. “Cuanto más decía que no, más palos”.
El interrogatorio no cesaba. Después la amenazaron “con cortarme el pelo y la lengua al rape”. Le cortaron el pelo con una navaja mientras seguían preguntando “y me iban arrancando mechones, lo que me obligaba a levantarme del asiento por lo que me dolía”. En un momento del interrogatorio, para ver si el capitán se compadecía de ella, le preguntó: “¿Qué es, que no tienes madre? y me tiró una piña de bronce que tenía de pisapapeles”. De vuelta al calabozo se reencontró con Tina, “que no podía ni hablar”.
A ella y a su compañera les ofrecieron “salir con una pañoleta sobre la cabeza para que no se viera el pelao , pero nos negamos a que el pueblo no supiese lo que nos habían hecho”. Ante esta negativa, Anita fue trasladada al Gobierno Militar de Oviedo y de allí a la cárcel. Así cuenta la tortura que Fraga negó.
(La Voz de Asturias. 25 / 01 / 2012)