Año 1936. Antonio Cabrero Santamaría, alcalde republicano de Pitillas (Navarra), se convierte en el motor de la economía local al liberar unas tierras comunales hasta entonces en poder de los caciques. Valentín Llorente Benito, maestro de Fitero (Navarra) e Igea (La Rioja) con 16 unidades a su cargo, pretende forma a hombres cultos para ser libres y recomienda a sus alumnos: “no vengáis con colores políticos a clase; los chicos vienen con babi blanco”. Su signo político y esas acciones fueron su sentencia de muerte, silenciada y casi olvidada si no hubiese sido por el tesón de sus descendientes, quienes ayer vieron materializada parte de la restauración de su Memoria Histórica con la inauguración de un monolito muy cerca del lugar en el que fueron asesinados la noche del 3 de septiembre de 1936:en plena sierra de la Alcarama, muy cerca del ahora despoblado de Fuentebella.
Alrededor de un centenar de personas entre familiares, amigos, antiguos vecinos de Fuentebella y miembros de las asociaciones para la Recuperación de la Memoria Histórica Recuerdo y Dignidad (Soria), Ahaztuak (País Vasco) y La Barranca (La Rioja) arroparon con su presencia un acto en el que no se pudieron reprimir las lágrimas por los represaliados, pero en el que también hubo alegría;la dicha que significaba que el recuerdo de Valentín y Antonio no había sido devorado por la omisión. Hubo flores, música, poemas y hasta un aurrezku -una danza vasca que se hace para honrar a alguien- sin olvidar las simbólicas banderas republicanas.
Han pasado casi 74 años desde que ambos fueron fusilados en lo que entonces era un huerto entre dos arroyos. Por eso y por el miedo de los mayores a hablar y a recordar, todavía no se sabe el lugar exacto en el que fueron enterrados. “Nos queda la pena de no poder saber dónde están para recuperar sus restos, pero hemos conseguido saber que descansan en una fosa con piedras en forma de sepultura y a la que, de vez en cuando, alguien ponía un par de ramitas en forma de cruz y otra persona las volvía a quitar”, explicaba ayer Ander Cabrero, uno de los nietos de Antonio Cabrero y principal impulsor, junto a su mujer Maite, de la investigación.
La maleza ha cegado el terreno y ya son 26 las ocasiones en las que Ander y Maite han inspeccionado la zona en busca de pistas. Pero para llegar a ese punto han pasado muchos años y han tenido que contactar con muchas personas. “Mi abuela Juliana siempre hablaba del abuelo Antonio y mi padre, que hoy no ha podido venir porque está enfermo aunque tiene aquí el pensamiento, reinició la búsqueda en 1978. Pero no fue hasta 2005, gracias a internet, cuando encontramos a personas que quisieron ayudarnos”, recordó Ander.
Así, una de esas personas fue electricista de Fuentebella, que declinó plasmar su nombre en esta historia para evitar protagonismos. “Cuando sucedió yo era un niño, sólo tenía nueve años y en aquella época estábamos en una dictadura y nadie podía decir nada. Mi única aportación ha sido lo que oí contar para que así Ander pueda saber, más o menos, dónde está su abuelo, pero era un secreto a voces”. Además, quiso resaltar que “de este pueblo no salió matarlos, sino que fue un mandato interior”. Por su parte, una de las descendientes de Fuentebella indicó que se trataba de un acto emotivo porque “estamos las dos partes:la de los asesinados y el pueblo, ambas con representantes de tres generaciones”. Para el presidente de la Asociación La Barranca, Pedro García Rodríguez, la jornada de ayer supuso “un orgullo porque es una pequeña justicia; es ese último adiós a los que fueron dejados en cunetas y campos”.
El rechazo social
El dolor de los familiares no se quedó sólo en la pérdida, sino que permitió que tras el suceso floreciera el rechazo y la sorna de los convecinos. Pilar Llorente, sobrina del maestro, rememoraba ayer lo que cantaban a la puerta de su casa: “De la radio de Cornago les traigo noticias nuevas que a Don Valentín Llorente le han matado en Fuentebella”. “Mi padre y mi tío Andrés le recordaban con verdadera devoción porque era un hombre maravilloso e inteligente que lo único que hizo fue ser un buen español”, enfatizó Pilar al tiempo que indicó que “cuentan que le mataron por envidia porque mi abuelo era un afamado alpargatero y guarnicionero que murió de pena al saber que habían matado a su hijo”.
En el caso del alcalde de Pitillas su asesinato derivó en la desestructuración de la familia, tal y como comentó Juan Antonio, hermano de Ander. “Mi padre es el mayor de cuatro hermanos. Los otros tres se fueron a Francia tras lo ocurrido porque mi abuela tenía allí familiares y allí se han quedado”, contó mientras esperaba la llegada de uno de sus primos franceses, Eric. Además, la mujer del alcalde republicano fue despojada de sus tierras y tuvo que marcharse con su hijo mayor a vivir a Tafalla. “Fue muy duro para ella”, matizó Juan Antonio.
Ayer, una brisa cálida impregnaba el ambiente de olores herbales que hacían difícil imaginarse cómo fueron prendidos y asesinados Antonio y Valentín en un paraje tan idílico. “Están en un sitio muy bello. Todos me lo dicen. Por ahora no los hemos encontrado, pero en su lugar hemos hallado a un montón de personas que hoy -por ayer- están aquí con nosotros; las heridas continúan ahí, pero estas cosas ayudan mucho”, dijo con emoción Ander.
Hechos silenciados
Antonio y Valentín se encuentran en julio de 1936 en Acrijos huyendo de sus perseguidores. Durante 40 días permanecen escondidos en un corral asistidos por algunos pastores y vecinos que comparten con ellos “información, mantas, pan, tocino, leche de cabra y, cuando se podía, un vasito de vino”. Tienen que huir y se refugian en un corral cerca de Fuentebella. Los vecinos les vuelven a ayudar, pero un simulacro de fusilamiento hace que los delaten. El alcalde de San Pedro Manrique recibe la orden de “juntar todas las escopetas que haya en el pueblo”. Los familiares de los represaliados recordaron ayer que “muchos vecinos de Fuentebella se negaron a participar en la cacería”. Las últimas palabras de Antonio Cabrero, según los testimonios, fueron: “No siento morir, sino que te dejo cuatro criaturas”. Antonio tenía 32 años y Valentín sólo 22.
Hechos silenciados
Antonio y Valentín se encuentran en julio de 1936 en Acrijos huyendo de sus perseguidores. Durante 40 días permanecen escondidos en un corral asistidos por algunos pastores y vecinos que comparten con ellos “información, mantas, pan, tocino, leche de cabra y, cuando se podía, un vasito de vino”. Tienen que huir y se refugian en un corral cerca de Fuentebella. Los vecinos les vuelven a ayudar, pero un simulacro de fusilamiento hace que los delaten. El alcalde de San Pedro Manrique recibe la orden de “juntar todas las escopetas que haya en el pueblo”. Los familiares de los represaliados recordaron ayer que “muchos vecinos de Fuentebella se negaron a participar en la cacería”. Las últimas palabras de Antonio Cabrero, según los testimonios, fueron: “No siento morir, sino que te dejo cuatro criaturas”. Antonio tenía 32 años y Valentín sólo 22.
(El Heraldo de Soria. 4 / 07 / 2010)