Eran unos niños cuando sufrieron la crueldad de la Guerra Civil en sus propias familias y cuando un día aparecieron los camiones cargados de gudaris en las calles de su pueblo. Sin embargo, no olvidan imágenes de aquella época que, en cierta manera, les ha marcado su vida. Los carcareses Gregorio Urbiola Navarro, Gonzalo Ruiz González y Enrique Pérez López todavía recuerdan con cariño la amistad que unió a aquellos prisioneros de Franco con las familias que les abrieron sus casas y su corazón, para hacer más llevadera su estancia en Cárcar. "Ninguno de los de derechas les abrieron la puerta, sólo lo hicimos los que fuimos perjudicados por el Movimiento", apuntan.
Otros gudaris no corrieron tanta suerte y durmieron en la Cabrería, en las casas vacías o en el cine. Aunque las fechas les bailan y no recuerdan a ciencia cierta en qué año ocurrió aquello, los tres ancianos de Cárcar están seguros de que llegaron unos 1.300 prisioneros a un municipio de entonces 1.800 habitantes. Para Cárcar es hoy un capítulo algo olvidado y del que apenas hay constancia escrita.
La relación personal
"Los que estuvieron en mi casa nos quisieron como a hermanos"
Pese a que la estancia de estos prisioneros en Cárcar fue de apenas veinte días, los lazos de amistad con los vecinos perduraron de por vida. "Los que menos teníamos fuimos los que ayudamos a los gudaris", cuenta Gregorio Urbiola, que entonces tenía ocho años. "Mi padre acogió a cinco en su casa; eran dos hermanos de Bilbao, Israel y Pedro Pascual, y otros tres de Otxandiano. Ésos últimos sé que murieron en la guerra". Pese a su corta edad, Gregorio se emociona todavía cuando se acuerda de ellos: "¡Cómo lloraban cuando se fueron a los veinte días! Desde entonces mantuvimos con ellos una relación de hermanos y cada vez que íbamos a verlos a Bilbao nos trataban como a reyes", explica.
La mayoría de aquellas familias que acogieron a los gudaris tenían entonces muy reciente la muerte de seres queridos. En Cárcar, fusilaron a 63 hombres "sólo por ser republicanos". Gregorio Urbiola tiene marcados a fuego en su memoria el día que se llevaron a su abuelo de 58 años y cuando a su madre le cortaron el pelo estando embarazada de su hermano pequeño. "Todo esto se lo he contado a mis hijos; me parece importante que sepan qué pasó en mi casa, sin ningún afán de venganza", apunta el carcarés de 81 años.
Los carcareses ayudaron a los gudaris a sobrellevar el mes de invierno que pasaron en la localidad navarra, pero esa ayuda fue recíproca: "Lo que les sobraba de su rancho nos los comíamos nosotros, aunque decíamos a los soldados que era para dárselo a los marranchos", cuenta con una sonrisa Gregorio Urbiola.
La historia de amor
"Mi hermana se casó con uno de los prisioneros"
Durante la estancia de los prisioneros en Cárcar surgió una historia de amor entre un gudari y una carcaresa. Tras la Guerra Civil, Benjamín Argüelles, de Avilés (Asturias), se reencontró con Faustina Pérez López y se casaron. Ambos han fallecido, pero Enrique Pérez, de 84 años y hermano de Faustina, cuenta su historia: "Era uno de los que paraba en mi puerta y así conoció a mi hermana. Se cartearon y luego él volvió después de la guerra a Cárcar para ser zapatero y casarse con ella".
Pero son pocos los recuerdos dulces de aquellos tiempos: "El Batallón 19 aún lo vivió más o menos bien, pero los del 20 pasaron la cueva. Nosotros teníamos la ansiedad de ayudarles porque los sentíamos de los nuestros. Se veía que necesitaban cariño y nosotros se lo dimos", apunta Enrique Pérez.
La confianza con ellos llegó a tal punto que la familia de Enrique pudo organizar los encuentros de varios prisioneros vascos con sus mujeres, hasta que los soldados franquistas prohibieron la entrada de los gudaris a las casas de Cárcar.
Su destino
"Luego los utilizaron como primera línea de fuego"
Las condiciones higiénico sanitario que trajeron a Cárcar los gudaris dejaban mucho que desear, ya que tenían pulgas, piojos y demás parásitos. "Vinieron harapientos y con las caras descompuestas. El pueblo se llenó entero de piojos. Llegaban de la batalla del Cinturón de Hierro de Bilbao para hacer trabajos forzados en los batallones. Al irse de aquí fueron hacia Arnedo andando y la mayoría murieron en el Ebro, porque los utilizaban como primera línea de fuego", explica Gonzalo Ruiz, del 81 años, al que fusilaron a su padre en el 36 por ser concejal en Cárcar.
Durante su estancia en Cárcar en régimen de prisioneros, ninguno trató de escapar. "Los traían a pueblos pequeños para que los mandos los pudieran controlar mejor, y ellos estaban resignados a su situación", cuenta Gonzalo. "Aquí en concreto no hicieron ningún trabajo; parece que estuvieron en Cárcar para coger fuerzas y servir como escudo humano en el frente".
(Noticias de Navarra. 7 / 12 / 09)